El muro de acero fronterizo de más de cinco metros de altura construido entre Ciudad Juárez, México, y Sunland Park, Estados Unidos, se abrió por primera vez este sábado para permitir que unas 250 familias pudieran abrazarse durante tres minutos.
Cerca de 3,000 personas se dieron cita este sábado en la frontera que divide Ciudad Juárez, México, y Sunland Park, Estados Unidos, para reunirse durante tres minutos con sus familiares, en la sexta edición del evento denominado "Abrazos, no muros".
El evento, organizado por la Red en Defensa de los Derechos de los Migrantes, convocó a alrededor de 250 familias y se llevó a cabo con la colaboración de organizaciones dedicadas a la promoción de los derechos humanos a ambos lados de la frontera.
A diferencia de ediciones anteriores, que tuvieron lugar en el bordo del Río Bravo, este "Abrazos, no muros" se desarrolló en la valla metálica de poco más de cinco metros de altura con la que el Gobierno de EE.UU. sustituyó la cerca que dividió a ambas naciones por más de 20 años.
Fernando García, director de Border Network for Human Rights (Red Fronteriza por los Derechos de los Migrantes, en español), señaló que este es un lugar con una gran carga de contenido.
"Este es un muro que representa lo peor de la política migratoria. Es un muro que representa el racismo y la xenofobia que existe en los Estados Unidos", dijo.
Testimonios
Ramón Pizarro, originario de Ciudad Juárez, acudió al evento para ver a su hermano, su cuñada y sus sobrinos. La última vez que los vio, cuenta a Efe, fue en mayo pasado, durante la quinta edición de "Abrazos, no muros". Ha asistido de forma consecutiva a los últimos tres eventos.
"Esta es la única oportunidad que tiene uno de verlos, aunque sea un minuto o dos. Se hace muy corto el tiempo, pero uno trata de hacerlo valer", comenta mientras camina de la mano de su hija.
El caso de Yolanda Calderón es similar. La última vez que vio a su hijo y sus nietos fue en mayo.
Los eventos en la frontera le han dado la posibilidad, dice, de recordar el olor de su hijo, de tocar su cara y de sentirlo, aunque el tiempo "apenas alcanza".
Antes lo veía solo en fotografías o en videollamadas. Cuando terminan sus tres minutos, se queda mirándolo a lo lejos, levanta su mano y la ondea más allá de los barrotes.
Al otro lado de la valla
Las familias hacen fila a lo largo de la valla metálica, flanqueados por voluntarios de la organización del evento, hasta llegar a uno de los portales abiertos especialmente para esta ocasión. Las restricciones son mayores del lado mexicano.
En el umbral del portón del lado estadounidense se apiñan migrantes, agentes de la patrulla fronteriza y voluntarios de la organización del evento. Un periodista estadounidense cruza sin impedimento al lado mexicano, toma un par de fotos y regresa a Estados Unidos.
Del lado de México, cordones amarillos -como los que marcan el perímetro de los hechos de un crimen- delimitan el espacio que tienen las personas para abrazar a sus familiares.
Margarita Paz tiene 82 años y espera en la fila para abrazar a su hija, que vive en Denver. Hace unos minutos tuvo que visitar la casilla de atención médica que colocó la Cruz Roja Mexicana porque se le bajó la presión. Ya estable, dice que los minutos en los que puede abrazar a su hija para ella "valen oro" y que los aprovechará al máximo.
Luego de los tres minutos suena una chicharra, es el sonido que marca el fin de los abrazos. Las familias dan la vuelta a los cordones amarillos y regresan por el suelo enlodado hasta la carpa donde han guardado sus abrigos. En algunos casos esperaron años para reencontrarse con sus seres queridos.
Información de EFE
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