Pese a las llamadas de sus gobiernos para alejarse de este país, donde los muertos y heridos se cuentan en decenas de miles, estos ‘mochileros’ insisten en viajar a este destino.
El holandés Ciaran Barr buscaba una experiencia "auténtica" para su viaje a Afganistán, un país en guerra desde hace casi cuatro décadas. A pesar de los riesgos, decidió visitar el país como mochilero y hacer "couchsurfing". El sitio courchsurfing.com, desarrollado hace una quincena de años en Estados Unidos y actualmente implantado a nivel mundial, pone en contacto a viajeros y residentes dispuestos a alojarlos gratis.
Unos 2.000 ciudadanos, hombres en su mayoría, están inscritos en la plataforma pese a la falta de seguridad y la fuerte desconfianza entre los afganos tras tantos años de conflicto "Sientes que tienes una experiencia más real de la ciudad. No te quedas atrapado en las trampas para turistas", explica Ciaran Barr desde Kabul, donde pasó varias noches en un colchón instalado sobre la alfombra de su anfitrión. "Tampoco es que haya [turistas] en Afganistán...", ironiza.
El país, una etapa obligada del recorrido "hippie" entre Europa y el sur de Asia durante los años 1970, vio cómo el número de visitantes se hundía durante los años de lucha armada. Desde la invasión soviética de 1979, Afganistán no ha vivido en paz. A pesar de todo, decenas de extranjeros realizan cada año una peligrosa por el país, ignorando los llamados de sus gobiernos de mantenerse alejados del conflicto más mortífero del mundo, con más de 10.000 civiles muertos o heridos en 2017.
Para estos mochileros, dormir en casa de un anfitrión les evita alojarse en hoteles transformados en fortalezas, con guardias armados y puertas blindadas. "Alojarse en casa de la gente y vestirse para pasar desapercibido permite viajar en Afganistán sin mucho riesgo", afirma Ciaran Barr, ataviado con un pantalón y una túnica amplios siguiendo la moda afgana.
"Ser avispado"
El couchsurfing es una versión moderna de la hospitalidad en Afganistán, que tradicionalmente obliga a sus habitantes a alojar a la gente que está de paso. Pero en un país en el que son frecuentes los secuestros a cambio de un rescate, con los extranjeros como blanco recurrente, los mochileros tienen que confiar en sus anfitriones basándose solo en su perfil en línea. "Se puede acabar en casa de un talibán", advierte un diplomático destinado en Kabul que participó en la liberación de víctimas de secuestros. "Es ingenuo e inconsciente".
Caitlan Coleman y Joshua Boyle, una pareja de mochileros estadounidense-canadiense que viajaba en 2012 por Afganistán, vivieron esta amarga experiencia. Fueron secuestrados por talibanes y después entregados a la red extremista Haqqani en Pakistán. Fueron liberados cinco años después, con tres hijos nacidos en cautiverio.
Desde Kabul, el noruego Jorn Bjorn Augestad, quien ya hizo couchsurfing en Irak y República Centroafricana, cree que los gobiernos occidentales son "demasiado prudentes". "Hay que ser avispado. Estar en contacto con gente de la tierra es la mejor forma de estar seguro", asegura este hombre que se puso como objetivo visitar todos los países del mundo antes de su 30º cumpleaños, este año. "Forma parte de la experiencia cultural", insiste.
Una forma de viaje
Ciaran Barr y Jorn Bjorn Augestad comenzaron su semana de vacaciones en Afganistán en Mazar-i-Sharif, gran ciudad del norte, desde donde viajaron con un chófer a Kabul, 400 km al sur, pasando por Kunduz, una provincia donde los combates entre talibanes y fuerzas de seguridad son tan habituales como mortíferos. En la capital afgana, el punto más peligroso para los civiles debido a los múltiples atentados del grupo Estado Islámico (ISIS), se alojaron en casa de Naser Majidi, técnico de 27 años.
Para los afganos ávidos de nuevas experiencias pero con dificultades para obtener visados, alojar a un extranjero es una especie de viaje. "Me permite tener más amigos y conocer mejor el mundo", cuenta entusiasmado Naser Majidi, quien alojó a seis personas desde que se inscribió en couchsurfing.com, en 2016. "También puedo enseñarles la belleza de este país", añade. Afganistán "no es tan peligroso como parece", señala Elyas Yari, de 19 años, quien hospedó a visitantes de Canadá, Rusia, México y Taiwán.
Jorn Bjorn Augestad se muestra, no obstante, realista. "Las cosas pueden ir bien nueve de cada diez veces", reconoce. "Solo basta una ocasión para que vaya mal. Pero hasta ahora, no fue el caso. Tuvimos suerte".
AFP
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