El Bosque Cañoncillo es un bello paraje de la provincia de Pacasmayo apropiado para deportes de aventura, turismo de naturaleza y es acechado por depredadores de algarrobo.
Escuché hablar del bosque “Cañoncillo” hace ya buen tiempo. Me contaron que se trataba de un verdadero oasis, ideal para practicar deportes de aventura.
Conocerlo era entonces una deuda pendiente que decidí saldar luego de plantearme algo de necesario tiempo libre y planificar la travesía con amigos cercanos que buscaban alejarse del bullicio citadino y respirar el aire puro que la naturaleza ofrece. Prevenidos con fruta y agua para evitar la deshidratación, inició el viaje, sin olvidar el protector solar y el repelente, advertidos sobre la incontenible presencia de insectos que podrían causar inconvenientes.
Una hora y 45 minutos después de salir de Trujillo llegamos al norte de la provincia de Pacasmayo a San José, Campanitas, Tecapa y finalmente Santonte; este punto marca la entrada al Cañoncillo. Hay que cruzar una llamativa zona boscosa de algarrobos y para ello nos contactamos con el guía Ricardo Sánchez, quien por 20 soles se ofrece a trasladarse con nosotros por la zona elegida.
La vista en el trayecto es realmente impresionante. Las dunas y cerros, con el añadido de las oportunas corrientes de aire, se presentan ante nosotros como una tentación para correr riesgos practicando actividades deportivas como el ala delta, parapente, trekking o el sandboard, aunque paradójicamente resulta imposible conseguir en la zona el equipo necesario para hacerlo.
Al ingresar a este lugar casi pleno de verdor, Ricardo Sánchez nos cuenta que los algarrobos aquí tienen más de 200 años y crecen casi de manera horizontal como si quisieran compenetrarse y hacerse “uno” solo con la madre tierra que los vio nacer.
Lamentablemente, a pesar de ser un área natural protegida, los taladores son una amenaza constante para el recurso natural pues queman los árboles y los cortan para vender a 50 nuevos soles la carga de corteza. Todo esto sin que las autoridades tomen alguna acción para frenar tal atentado contra nuestra flora.
Conocemos con Ricardo parte de las tres mil hectáreas de extensión del Cañoncillo y formamos parte de los casi 300 visitantes que llegan semanalmente. Al observar su zona arqueológica con grandes conjuntos de adobe y tapia formando recintos, corredores y murallas que datan de la época prehispánica, nos percatamos de la grandeza que heredamos de nuestros ancestros.
Recreamos la vista con Laguna Larga y Lago Gallinazo, previo a un refrescante chapuzón para encontrar aves como los pericos, tordos, chiscos, lechuzas, águilas y gallinazos, además de reptiles como el cañán, del que resaltan sus mentadas propiedades afrodisíacas, y cuadrúpedos como el zorro costeño.
Concluimos el recorrido y nos despedimos cálidamente de Ricardo con la promesa de un pronto regreso. De retorno a la rutina de nuestra existencia urbana, paramos en uno de los restaurantes en el pueblo de Tecapa. Conversando de nuestra experiencia en Cañoncillo, reflexionamos sobre cómo un fin de semana puede abrir nuestros ojos hacia una nueva perspectiva. Tenemos paisajes maravillosos en La Libertad y el Perú, solo hace falta atreverse a conocerlos.
Por: Davinton Castillo
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