Hemos atravesado un largo período en el que el miedo y el encono nos han hecho olvidar que todos somos fruto de un sueño de república de iguales y de libertades.
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El día de hoy es el último día laborable de una semana durante la que se ha postergado la proclamación de los resultados electorales. Entramos a un fin de semana que debería inspirarnos a todos, políticos y ciudadanos, serenidad y desprendimiento para poner el foco de nuestra atención en las tareas impostergables: no hace falta ninguna ideología para saber que hay que mantener el ritmo de la vacunación y reactivar nuestra economía, para que no hallan peruanos sin trabajo, ni padres de familia que, carentes de empleo, no puedan llevar alimento a sus hijos. Ayer se ha instalado la Junta Preparatoria del nuevo Congreso, en la que figuran un congresista de Perú Libre y una de Fuerza Popular.
Es sano y necesario que unan sus esfuerzos para organizar la juramentación del nuevo Congreso y elegir una mesa directiva que dé al país una señal clara de nuestra capacidad de unión. Hemos atravesado sin embargo un largo período en el que el miedo y el encono nos han hecho olvidar que todos somos fruto de un sueño de república de iguales y de libertades. El escritor Alonso Cueto hace notar hoy que quienes firmaron el Acta de Independencia, hace 200 años, lo hicieron por las más variadas y contradictorias razones: temor, ambición, codicia, pero también amor y compromiso.
Algunos de los firmantes, dice, se fugaron y otros pasaron al campo realista. Esa fue nuestra primera firma colectiva, un mosaico de intenciones, la muestra de nuestra dificultad para dialogar y formar instituciones. Sin embargo, nada nos impide esperar que después de cinco años de enfrentamientos y una larga y dolorosa pandemia, podamos sacar una lección: dar la espalda a la unión nacional significa hacer pagar a los más jóvenes los frutos de nuestro encono y de nuestra división.
Las cosas como son
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