Los desastres que nos amenazan no son solo naturales. Son sobre todo deficiencias de gestión pública.
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En 1806 el médico Hipólito Unanue publicó un libro de observaciones sobre el clima de Lima y su influencia sobre el hombre. Más de 200 años después, lo que corresponde es preguntarnos cuál es la influencia que los hombres tenemos sobre el clima. En el origen de los graves problemas que estamos sufriendo se halla el calentamiento de la temperatura del agua del mar. Es a causa de ese calentamiento que se producen lluvias y también que se haya formado el ciclón tropical YACU. Pero tan grave como la lluvia, por intensa que sea, es nuestra incapacidad para prevenir, organizarnos y ejecutar planes y presupuestos. En primer lugar, en una ciudad como Lima, un buen porcentaje de las viviendas han sido autoconstruidas en quebradas o en terrenos arenosos, incapaces de resistir a inundaciones y a sismos. Bajo la idea de que no llueve nunca, nuestras ciudades carecen de sistemas de drenaje. La presidenta Dina Boluarte ha anunciado una reforma de fondo de la Autoridad para la reconstrucción con cambios. Se trata de un organismo creado después del Niño costero del 2017, que recibió un amplio presupuesto y un mecanismo innovador para contar con asesoría gerencial de un país reputado por su eficiencia empresarial, el Reino Unido. Y sin embargo, seis años después de su fundación, no se han resuelto los problemas de fondo del sistema fluvial de las regiones del Norte. Se ha invertido mucho dinero en descolmatar el río Piura, pero no se ha construido la represa que permitiría evitar que el caudal desborde y termine por inundar la ciudad. Si esas críticas son válidas, pues tenemos que reconocer que ha hecho falta que se produzca una nueva amenaza climática para corregir lo que se concibió mal. Los desastres que nos amenazan no son solo naturales. Son sobre todo deficiencias de gestión pública.
Las cosas como son
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