La informalidad y sus terribles expresiones, como la tragedia de Los Olivos, no es producto de identidades sino de malas políticas públicas.
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El politólogo Martin Tanaka publica en El Comercio un artículo con el título provocador de “¿Cómo somos los peruanos?”. Según el autor la pregunta se ha planteado con frecuencia durante los últimos tiempos en la búsqueda de explicar “por qué nos va tan mal en el combate contra el Covid 19”. Pero Tanaka sostiene que hay una manera distinta de ver las diferencias en el comportamiento de las naciones sin recurrir a la idea de una identidad concebida como una “cadena inescapable”: la de asumir que “los seres humanos somos esencialmente los mismos y tenderíamos a largo plazo a actuar de la misma manera en las mismas circunstancias”. Por eso, Tanaka rechaza que haya comportamientos constitutivos de nuestra forma de ser. “Más útil, sostiene, es mirar las conductas y su relación con los entornos institucionales en los que operan”. Y cita por eso la tesis del antropólogo Matos Mar para quien el Estado aprovechó el llamado “desborde popular” para librarse de la responsabilidad de atender una crisis. El resultado, según Tanaka, fue que tanto la izquierda como la derecha interpretaron desde sus respectivos ángulos el desborde: la izquierda vio en él los gérmenes del socialismo y la derecha las bases de una capitalismo popular. En resumen la informalidad y sus terribles expresiones, como la tragedia de Los Olivos, no es producto de identidades sino de malas políticas públicas.
Esas reflexiones abstractas pueden darnos un marco para comprender el comportamiento político de la mayoría de los congresistas. Ayer el Tribunal Constitucional anuló la ley que elimina los peajes por considerar que no se ajusta a las garantías que otorga la constitución a los contratos. Sin embargo, horas antes el Pleno del Congreso aprobaba una ley que faculta la “devolución” de parte de las contribuciones de los pensionistas. Numerosos especialistas han advertido que se trata de una ley que viola un artículo constitucional, el 12, que declara intangibles los fondos de la seguridad social. Y el gobierno ha adelantado que presentaría un recurso ante el Tribunal Constitucional. Las explicaciones dadas por la mayoría de los que aprobaron esa ley se limitan a exigir que se escuche la demanda popular, sin prestar atención al marco jurídico que define lo que se puede y lo que no se puede. El tema es grave en sí, pero lo es más si se lleva a cabo cuando el Ejecutivo implementa un ambicioso plan para atribuir bonos que contengan la expansión de la pobreza.
El periodista especializado en temas científicos Tomás Unger destaca una de las consecuencias positivas de la pandemia: el auge mundial de la bicicleta. “Lo que era siempre un medio de transporte para quien no podía comprar un auto, y para otros, un medio recreativo, ya se está convirtiendo en una herramienta universal”, sostiene Unger en El Comercio. Su artículo destaca las cifras de Dinamarca y Holanda, donde son usadas por 90% de la población y permiten cerca del 50% de los trayectos en las capitales. El auge de la bicicleta respondía a consideraciones ambientales y a la voluntad creciente de cuidar la salud y practicar ejercicios físicos. Pero la pandemia ha puesto en evidencia los riesgos generados por el hacinamiento en el transporte público. Por eso el uso de la bicicleta es un símbolo de lo que se ha dado en llamar “adaptación a la nueva normalidad”. Será dificil generalizar su uso en la ciudades del Perú, en las que no se respetan las reglas del tránsito. Pero ya nos lo dijo el politólogo Tanaka: las identidades no son condenas. Todo dependerá de la eficacia del Estado para promover y sancionar.
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