En este caso falló el Estado y falló la sociedad. Lo han pagado con sus vidas trece jóvenes, víctimas de sí mismos y de la vorágine de codicia e informalidad en que vivimos.
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La trágica muerte de trece jóvenes en una discoteca clandestina de Los Olivos entrará a la memoria colectiva de los momentos de horror de nuestro país. A medida que se revelan detalles, se confirma que empresarios inescrupulosos se aprovecharon de las debilidades de las víctimas para venderles la ilusión de una fiesta en un local que no tenía licencia vigente y en condiciones que violan la reglas de la emergencia sanitaria. Pero también el Estado ha puesto en evidencia sus deficiencias.
El experimentado alcalde del distrito afirma que no tenía información sobre el local y que solo se enteró de las muertes durante la mañana del día siguiente. Felipe Castillo considera que solo le corresponde una “responsabilidad emocional” ante los hechos y atribuye al covid-19 la falta de ingresos para contratar agentes municipales de fiscalización. El primer artículo de nuestra constitución proclama que el fin supremo de la sociedad y del Estado “es la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad”. En este caso falló el Estado y falló la sociedad. Lo han pagado con sus vidas trece jóvenes, víctimas de sí mismos y de la vorágine de codicia e informalidad en que vivimos.
Pese a los meses de luto y confusión, las personas y las sociedades siempre pueden reaccionar, tomar conciencia de sus carencias y forjar pactos que orienten su futuro. Creíamos que el bicentenario de nuestra independencia podría servirnos para eso. Ahora, aspiramos a llegar a la conmemoración con el virus derrotado y la satisfacción de habernos sobrepuesto a nuestras taras más persistentes: la división, el resentimiento, la improvisación, el desinterés por el bienestar de los demás. ¿Cómo podemos plasmar las enseñanzas de Jorge Basadre y nuestros mejores historiadores? ¿El Pacto Perú nos ofrece una oportunidad de que en la “negrura de esta pandemia surja el diamante” de la renovación? Así parece creer el Secretario Ejecutivo del Acuerdo Nacional, el psicoanalista Max Hernández, quien ayer participó en la primera sesión del Pacto Perú. Partidos, gremios, iglesias y organizaciones de la sociedad civil se han propuesto elaborar en 45 días un esquema de cinco puntos que permita que nuestras energías converjan, en vez de atizar las divisiones.
Esperemos que el ritmo del Pacto Perú sea compatible con la aceleración de las decisiones políticas en el Congreso. Algunas de ellas, no toman en cuenta el marco constitucional ni las advertencias de los expertos. Por momentos parece que ciertos congresistas compiten para impulsar leyes con precipitación, persuadidos de que solo ellos interpretan las necesidades del pueblo. Eso explica que ayer se haya aprobado la interpelación a la ministra de Economía, el estatuto contractual del personal de Salud, la mesa directiva de la comisión que elegirá a los jueces constitucionales y la devolución de las cotizaciones de los pensionistas. ¿Se dan cuenta los congresistas que cuando termine su mandato juzgaremos si estuvieron a la altura de los tiempos que nos ha tocado vivir?
En estas circunstancias, el Ministerio de Salud ha publicado datos que permiten cierto optimismo. El último registro confirma el descenso de las infecciones en un día (1,724) y también el de muertes, 150, treinta por ciento menos que las tasas de las últimas semanas. No se puede concluir todavía que hemos entrado a una fase de descenso, pero tampoco podemos descartarlo. Al fin y al cabo, lo sucedido en Iquitos parece sugerir que hizo falta mucho sufrimiento y hallarnos al borde del abismo para reaccionar. Ahí se produjo el milagro de la unidad. El virus pasará tarde o temprano. Lo que no pasará es el valor de la vida de cada persona, que todos debemos defender y respetar.
Las cosas como son
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