El protagonismo de Vladimir Cerrón echa por tierra la promesa de formar un “gobierno de todas las sangres”, que se consagre a tareas urgentes, capaces de generar consensos.
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La visita de Vladimir Cerrón al presidente electo es una mala noticia para los que esperaban que Pedro Castillo se muestre decidido a poner fin al ciclo de polarización que hemos vivido. Es cierto que Cerrón es el fundador y el secretario general de Perú Libre, pero es también un hombre condenado por la Justicia en dos instancias. Al término de un proceso que contó con todas las garantías, los jueces establecieron que Cerrón había incurrido en actos de corrupción como gobernador regional de Junín. Cerrón firmó el plan de gobierno inscrito ante el Jurado Nacional, en el que afirma su adhesión a tesis de Lenín y de Fidel Castro, incompatibles con un democracia pluralista. Después de su proclamación, Pedro Castillo omitió hablar de la convocatoria a una Asamblea Constituyente e hizo llamados a la unidad. Algunos de sus detractores más radicales moderaron el tono y otros guardaron silencio.
El protagonismo de Cerrón echa por tierra la promesa de formar un “gobierno de todas las sangres”, que se consagre a tareas urgentes, capaces de generar consensos. Alonso Segura hizo saber hace dos semanas que no aceptaría el cargo de ministro de Economía si se pretender convocar una Asamblea Constituyente y ayer mismo César Acuña excluyó el apoyo de su partido si se insiste en una idea que divide a los peruanos. El presidente electo parece no estar leyendo con realismo político los límites del mandato que ha recibido y el daño que la incertidumbre viene causando a nuestra economía. Todavía está a tiempo de convencer a los que lo asociaron con todas las desgracias posibles. El primer paso tiene que ser mostrar que entre su partido y el Perú, escoge al Perú.
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