Animales silvestres maltratados se curan en un refugio en Puerto Maldonado con el objetivo de recuperar su instinto salvaje y retornar a su hábitat.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Los últimos ingresaron con múltiples heridas. Antonia tenía una fractura en la cola a causa de un perdigón. Lola estaba desnutrida después de pasar semanas atada a una estaca. Caco fue la mascota de una niña de 4 años hasta que la madre lo regaló en una feria dominical.
Magali Salinas (61 años) relata las torturadas biografías de sus monos mientras, como todas las mañanas, les prepara la papilla del desayuno. Desde la cocina donde se mezclan pequeñas montañas de frutas y verduras se escucha un sonido poderoso parecido al que haría un avión, un dragón o una ballena. Es el coro de monos aulladores, la banda sonora oficial del centro de rehabilitación de animales silvestres Amazon Shelter.
“La gente los caza para llevárselos de mascota”, dice Magali mientras acaricia a Caco, el mono saimirí que lleva enroscado al cuello. “Matan a la madre y se llevan a sus crías. Están acabando con el capital reproductor”.
Magali construyó el refugio, ubicado a orillas del río Tambopata y a media hora en auto desde Puerto Maldonado, hace 11 años. Desde entonces ha rescatado a más de 250 animales y liberado a cerca de 70.
Hoy, la veterinaria y zootecnista Dana Alcalá (35 años) ayuda a Magali con las labores diarias: cambiar pañales, preparar los suplementos lácteos y poner bolsas de agua caliente a los bebés para simular el calor de la madre. “Varios de estos animales son incautados por la fiscalía y los traen acá para rehabilitarlos. La gran mayoría cumple ese objetivo, pero hay otros que no pueden”, dice.
En el refugio de Magali viven una treintena de monos aulladores, tocones, capuchinos, pichicos y musmuquis. También 5 guacamayos, un venado, 5 tortugas, un perro, un gato, una ardilla, una huangana y un oso perezoso, entre otros animales con nombres heredados de los voluntarios y cuidadores que contribuyeron a su recuperación.
Todos los integrantes de esta especie de arca de Noé llegaron desnutridos y con las alas quebradas o los huesos rotos. Algunos fueron abandonados o rescatados y la mayoría expulsados de su hábitat a causa de la tala, la minería ilegal, la construcción de carreteras, la expansión de los pueblos o el tráfico de fauna silvestre.
Otros estuvieron a punto de ser víctimas de creencias populares. En este lado del mundo, algunas personas están convencidas en que las cabezas de boa traerán suerte a sus negocios o que si estás embarazada y miras a un oso perezoso tendrás un hijo con síndrome de Down.
Los animales que habitan en Amazon Shelter lograron escapar de todos esos destinos. Ahora tienen su propia historia de supervivencia, un nombre propio, un hogar y un futuro. ¿Cuál dicen que era el milagro más célebre de San Martín de Porres?
Tráfico de animales silvestres
A través de Amazon Shelter, Magali -que en circunstancias más favorables podría convertirse en la Jane Goodall peruana- tiene como prioridad rehabilitar a los animales, pero también dirigir sus esfuerzos a informar a los estudiantes escolares y universitarios sobre los peligros de criar a un animal silvestre como mascota.
“Nosotros también trabajamos con campañas de sensibilización”, dice Karina Garay, fiscal provincial especializada en materia ambiental. “No puedo ponerle una pena privativa de 4 años a una persona para la que es normal tener como mascota a un lorito o un monito”.
Las especies preferidas de traficantes y compradores son los primates, las aves y los anfibios. En 2017, la Dirección de Protección del Medio Ambiente de la Policía Nacional del Perú (PNP) rescató 3870 animales en 6 meses. Un número pequeño si se considera que a nivel mundial el tráfico de animales y plantas es un negocio equivalente al de drogas y armas, según la World Wildlife Fund (WWF).
Karina Garay realiza los operativos de rescate en Madre de Dios. “Nosotros hacemos operativos inopinados en terminales portuarios, terrestres y aéreos. Otras veces encontramos casos en redes sociales y nos infiltramos para recuperarlos antes de que sean vendidos y comercializados”, dice en su oficina en Puerto Maldonado. “Estos animales salen hacia la frontera. Siguen una ruta de aquí a Cusco, de Cusco a Lima y de ahí salen”.
¿Y qué pasa con ellos una vez que son rescatados?
“Según la ley forestal y de fauna silvestre hay dos opciones: enviar los animales a un centro de rescate o proceder a su sacrificio”, dice.
Para no sacrificarlos, lo primero que hace la fiscal Garay después de un operativo es marcar el teléfono de Magali.
Y Magali está en una casa de madera prefabricada ubicada en un extremo del refugio. En la sala principal hay 3 jaulas donde duermen los monos bebés. Mila y Sasha (perro y gato) descansan del calor del mediodía en las escaleras que conducen a la habitación de Magali. La cocina está invadida de vitaminas, cicatrizantes, pañales, biberones y leche en polvo. No hay elementos decorativos, salvo la foto de su hijo en Australia y un número en la puerta de entrada: 173. Es el número de la casa donde vivió en Lima, lo único que conserva de su pasado urbano. En 11 años de vida en la selva, solo ha vuelto 2 veces a Lima.
“Yo he tenido dos ilusiones en mi vida. La primera era volar y fui azafata de AeroPerú durante 18 años. La segunda fue hacer este proyecto que tenía metido en la cabeza y un día vendí todo (mi casa, mi carro) y con ese dinero construí Amazon Shelter. Empecé este proyecto con lo que traje y lo hice a pulmón”, dice.
De niña, Magali metía a sus peluches en la cama y los tapaba para que no tuvieran frío. De adolescente recogía a los perros callejeros para llevarlos a la veterinaria y darlos en adopción. “¿Qué animal me has traído hoy?”, solía preguntarle su madre cuando llegaba a casa. Más tarde hizo prácticas en el zoológico de Huachipa y abrió jaulas de animales encerrados durante 10 años en ambientes minúsculos. Luego formó una ONG, trabajó con la policía ecológica y participó en operativos de rescate.
Magali cuenta su vida mientras alimenta a la osa perezosa que, paradójicamente, le quita el sueño. Agnes llegó muy golpeada. Pesaba 200 gramos y tenía que alimentarla y curarla cada 2 horas. “Es muy difícil criar a un animalito recién nacido y tratar que no se pegue a ti. ¿No es cierto, Agnes?”, pregunta.
La liberación
Pepe es el macho alfa de los monos aulladores. Es el primero en ir a comer y el protector de sus compañeros cuando el veterinario se acerca para practicarles algún tratamiento. Es un líder y una influencia positiva para los monos que fueron animales domésticos.
“Rodrigo fue mascota en Lima y al llegar aquí se juntó con un grupo de aulladores –entre los que se encontraba Pepe- y ahora es algo agresivo con nosotros. Soy el único que toma el riesgo de entrar a su ambiente”, dice el veterinario Steve Edery (34 años).
Acostumbrado a recibir alimento de un plato y a interactuar con humanos, Rodrigo no es el candidato inmediato para retornar a la selva, pero Steve, Dana y Magali permanecen atentos a su comportamiento. “Cuando se juntan con los de su especie puede resurgir ese instinto salvaje que hace posible su liberación”, dice Steve.
Magali desearía liberar a más animales, pero es costoso y Amazon Shelter cuenta con unos ingresos exiguos gracias, principalmente, a los voluntarios, los visitantes y donativos.
Parar liberar a los animales, Magaly tienen que conseguir recursos, realizar controles sanitarios, análisis y exámenes que garanticen su salud y obtener el permiso necesario. El segundo paso es localizar el lugar adecuado para la liberación, construir un ambiente de semilibertad y vigilar a los animales durante algunos días para asegurar su integración. Todos los planes de reinserción de animales procedentes de centros como el de Magali tienen que ser aprobados por el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR).
Hace un par de meses, Magali realizó la última liberación en un Área de Conservación Privada. Abrió las jaulas y perdió a sus monos coto de vista inmediatamente. Se quedó un poco preocupada porque no estaba segura si serían capaces de adaptarse y decidió quedarse un par de días. Pero no volvían. Caminó en la selva en compañía de un mitayero (cazador experto) y durmió 2 noches en la intemperie.
Al tercer día, el cielo empezó a descargar una lluvia furiosa. Al mitayero le pareció ver unos cotos en la copa de un árbol. Estaban ahí, a 40 metros de altura. Magali los reconoció como se reconoce a un hijo a la salida del colegio. Logró enfocarlos con sus binoculares. Eran ellos.
“Desaparecieron en cuanto nos vieron. Todo ocurrió en un segundo”, recuerda. Magali piensa que los monos vieron a dos seres humanos y huyeron despavoridos por temor a ser capturados nuevamente.
“Porque la libertad, como todos sabemos, es algo que no tiene precio”, dice.
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