Es cierto que las cifras de las últimas semanas son mucho peores en otros países, pero no sabemos cómo puedan evolucionar durante los largos meses que nos esperan antes de poder contar con una vacuna eficaz.
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El tiempo pasa, pero la pandemia sigue siendo la principal amenaza a la salud y el bienestar de los peruanos. Es cierto que las cifras de las últimas semanas son mucho peores en otros países, pero no sabemos cómo puedan evolucionar durante los largos meses que nos esperan antes de poder contar con una vacuna eficaz. Tanto más que el cronograma de la vacunación sigue siendo incierto, puesto que no disponemos de una explicación oficial sobre el estado de las negociaciones con los laboratorios más avanzados. El Colegio Médico ha pedido medidas más restrictivas, en particular para evitar que las fiestas de navidad y año nuevo se conviertan en un factor de descuido y contagio. El ejemplo más emblemático de ese riesgo ha sido vivido en una pequeña ciudad flamenca de Bélgica, Mol, cerca de Amberes. El hijo de un residente en un asilo de ancianos tuvo la desafortunada idea de visitar el asilo disfrazado de Papá Noel. Creyendo aportar un momento de alegría y distracción, lo que hizo fue contagiar a 118 personas, entre residentes y personal sanitario.
El caso lo podemos considerar la confirmación del viejo proverbio: “El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”. Algo semejante se puede decir, en el mejor de los casos, sobre una serie de leyes elaboradas en el Congreso con el argumento de “escuchar la voz del pueblo”: la abolición de peajes, la devolución de aportes al fondo solidario de jubilaciones, el nombramiento automático de contratos CAS, la derogación de la ley de promoción agraria, la limitación de tasas de créditos bancarios. La cúspide de esa manera de hacer política sin tomar en cuenta las opiniones técnicas ni pensar en el largo plazo es la propuesta de cambiar la Constitución. Quienes la proponen parecen no entender las consecuencias que genera el clima de inestabilidad, en momentos en que todas las energías deberían estar concentradas en luchar contra la pandemia y superar la crisis económica causada por ella. La Agencia de calificación financiera Fitch ha revisado a la baja su apreciación de la economía peruana. Eso significa que veinte años de disciplina fiscal pueden verse estropeados por los apetitos políticos de congresistas que saben que desparecerán de la escena pública el próximo 28 de julio. Desde marzo, el Perú pudo invertir dinero público para enfrentar la pobreza y evitar la quiebra de empresas. Ese dinero es fruto de una disciplina fiscal que todos los gobiernos respetaron. Gracias a la reputación de país serio y previsible hemos podido contraer deuda a bajas tasas y emitir bonos en mercados internacionales. Quienes no ven la conexión entre nuestra inserción financiera y los programa sociales no están a la altura de las funciones que ejercen. El equilibrio financiero no es algo separable de la lucha contra las taras más graves de nuestra economía: la desigualdad, la informalidad laboral y la baja competitividad.
El politólogo Martín Tanaka afirma en El Comercio que hay dos novedades en el viejo populismo peruano. Primera: “Partidos que en el pasado eran guardianes de la ortodoxia ahora abrazan el populismo, como Fuerza Popular y Acción Popular”. Segunda: “Un sector de la derecha ha tenido un giro profundamente conservador por lo cual no teme aliarse con sectores populistas y de izquierda”.
Felizmente la ciencia es imperturbable ante las pasiones ideológicas. Gracias a ella tendremos la posibilidad de vacunarnos. Y gracias a ella podemos desde ya someternos nosotros mismos a pruebas de despistaje sin siquiera salir de nuestras casas. Falta, eso sí, que el gobierno se apure en firmar contratos y pagar por adelantado.
Las cosas como son
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