"Cuando dejo de coser, empiezo a temblar", confiesa Juana Martell, quien se refugia en un taller de arte textil que agrupa a 30 mujeres en Trujillo.
El Parkinson es un enfermedad que no tiene cura y quien la padece recurre a tratamientos con fármacos que mitigan los temblores musculares. En la provincia de Trujillo (Perú), una mujer de 85 años controla el mal neurológico que padece no solo con medicinas, sino también con un oficio que se remonta a tiempos milenarios: el tejido.
Ella es Juana Martell Reyes, una apasionada de la costura. Desde niña lo ejercía en su natal Santiago de Chuco, en el ande de la región La Libertad. Con el paso del tiempo se afincó en Trujillo, y su vida cambió cuando le diagnosticaron el mal de Parkinson. Parecía que el mundo se le venía encima hasta que se enteró que un grupo de mujeres promovía el arte textil en el centro poblado Alto Trujillo, en el distrito El Porvenir.
Ahora, apoyada en su bastón, llega cada lunes al taller donde se entrega en alma y vida a hilvanar chalinas, gorros y chompas. Rodeada de ovillos de lana y agujas, su imaginación pasa a primer plano en medio de un silencio que reina en los ambientes.
"Tejer me distrae y me relaja, pero cuando dejo de coser empiezo a temblar", narra esta mujer de avanzada edad a RPP Noticias mientras confecciona las prendas que serán vendidas en la sierra desde 10 soles. Este ejercicio no solo beneficia a su salud, sino también su economía. "Con los ingresos de la venta compro mi comida", agrega.
Juana Martell es una de las 30 mujeres convocadas por promotoras de tejidos, que les proveen de insumos. La representante de este grupo de impulsadoras es Esmeralda Sánchez, coordinadora de la Comisaría de Juntas Vecinales de Alto Trujillo. La finalidad es vender las manufacturas en las ferias a fin de conseguir ingresos para costear la canasta familiar.
La tejedora Guadalupe Jimenes Centurión también disfruta lo que hace. No es egoísta. Afirma que aprendió a urdir en la época escolar y ahora, a sus 84 años, comparte sus conocimientos con sus compañeras. Siempre sale optimista, pese a haber perdido hace cuatro años a su esposo, el compañero de toda su vida, con quien no tuvo hijos.
A su costado, Adela Cruz Rodríguez, madre de cuatro hijos, recuerda con una sonrisa el día que no pudo coger los palillos. Pero como la práctica hace a la maestra, aprendió el mecanismo y logró tejer. "No fue fácil, tejía y destejía chalinas, hasta que me salga a punto", indica. Luz Acevedo, madre de dos hijos, es la más joven del grupo. Se desempeña como vigilante y en sus ratos libres acude al taller. "Mis vecinos me piden ropones y otros productos", manifiesta.
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