Hace pocas semanas, la tasa de infectados y muertos subió bruscamente; sin embargo el gobernador regional ha confirmado que se ha reducido en 70%.
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Iquitos nos ha dado la prueba de que cuando actuamos unidos podemos hacer frente a las peores adversidades. Hace pocas semanas, la tasa de infectados y muertos subió bruscamente en la capital de Loreto, que pronto se halló en la incapacidad de recibir en hospitales y salas de cuidados intensivos a los cada vez más numerosos casos de personas que llegaban sin poder respirar. Ciudad de calor, de hacinamiento en las viviendas y de vida en la calle, todas las condiciones parecían dadas para una tragedia mayúscula y duradera. Y sin embargo ayer el gobernador regional ha confirmado que se ha reducido en 70% la tasa de infectados, que ahora se cuenta con oxígeno suficiente y que hay camas libres en las UCI. ¿Cómo ha sido posible un cambio tan rápido y radical? La clave es la unidad. Unidad entre los diferentes servicios sanitarios (MINSA, EsSalud, hospitales militares, clínicas privadas), unidad entre el Estado y el sector privado, entre civiles y militares, entre el gobierno nacional, el regional y los municipios, entre las confesiones religiosas, los habitantes de las ciudades y los que viven en comunidades nativas. La Iglesia Católica promovió una gran colecta para financiar una planta de oxígeno y una empresa minera donó una planta que fue traída de Arequipa. El resultado no beneficia solo a los iquiteños, puesto que nos da a todos los peruanos una lección que no debemos olvidar. Una persona encarna la capacidad de sacrificio y la fidelidad a su vocación de médico, Oscar Ugarte. Ni su edad, 75 años, ni sus funciones a nivel nacional en EsSalud lo obligaban a quedarse durante quince días en Iquitos en el peor momento. Pero el exministro quiso hacerlo. Hoy se repone del Covid-19 en un hospital de EsSalud, con cuya historia de servicio público se ha identificado durante cincuenta años. Le deseamos la más pronta recuperación.
Mientras tanto avanza el plan de reactivación económica y el Congreso se prepara para sesionar mañana. Esperemos que decida de una vez por todas si somos o no capaces de introducir la paridad y la alternancia en nuestro sistema electoral. Un incidente ha dado pie a las clásicas reacciones de los que defienden selectivamente la soberanía y el estricto cumplimiento de los tratados: la carta enviada por cuatro embajadores de países amigos al presidente del Congreso. En efecto, la convención de Viena sobre relaciones diplomáticas estableció en 1961 que los embajadores interactúan con los Estados a través del ministerio de Relaciones Exteriores. El procedimiento, como dijo el primer ministro Vicente Zeballos es inusual, pero el tema no debe ser sobredimensionado. El canciller Gustavo Meza Cuadra lo ha considerado un error, reconocido por los embajadores que han presentado sus disculpas. Lo que sorprende más es que algunos congresistas que aprueban precipitadamente leyes populistas y revocan contratos garantizados por nuestra Constitución, se sientan ofuscados porque los embajadores de Francia, Australia, Canadá y Colombia se dirigen directamente a su presidente. Más sufrirá nuestro país cuando pierda el recurso planteado ante el CIADI y cuando quede claro que a propósito de los peajes el Congreso vulnera la seguridad jurídica y hace dudar de la seriedad de la palabra del Estado.
El economista Richard Webb remonta hasta la mitología romana para explicar la cara doble de la informalidad en nuestro país. En un artículo publicado en El Comercio, Webb destaca las contribuciones clásicas sobre este fenómeno, aportadas por José Matos Mar y Hernando de Soto. Pero sostiene que el Covid-19 tendrá un impacto más grave para la economía de los informales, que durante los últimos años habían venido aumentando sus ingresos a tasas superiores que los formales. La pandemia ha desnudado la cara mala de la informalidad, porque ha sido “una causa principal de contagio”, dice Webb. ¿Habrá llegado el momento de una verdadera reforma laboral?
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