Lo que venimos descubriendo en la región Amazonas sobrepasa los límites de la abominación: 524 casos registrados de maestros que han utilizado su autoridad ante menores para abusar de ellos, para robarles la inocencia.
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Si hay una exigencia moral en la que todas las personas de buen corazón deberían coincidir es la necesidad de proteger a los niños del abuso, la perversión y la crueldad de los adultos. Baste recordar nuestras propias experiencias de niños para saber cuánta vulnerabilidad y cuánta necesidad de amor puede existir en cada criatura que nace con vocación a desarrollarse con plenitud. Nunca fue más severo el propio Jesucristo que cuando se refirió a los que escandalizaran a un niño. “Más les valdría, dijo, que les ataran una piedra de molino al cuello y los echaran al mar”. Los abusos a niños y niñas, y específicamente la violación sexual existen en todas las sociedades y todos los grupos humanos.
Pero lo que venimos descubriendo en la provincia de Condorcanqui, región Amazonas, sobrepasa los límites de la abominación: 524 casos registrados de maestros que han utilizado su autoridad ante menores para abusar de ellos, para robarles la inocencia. Quien tenga dudas de las gravísimas consecuencias de la violación de una menor, debería ver la excelente película Yana Wara del desaparecido director Oscar Catacora.
¿Cuántos condenados hay? Un porcentaje tan insignificante que se puede temer que muchas autoridades se resignen a dejar pasar el tiempo para buscar la prescripción de los crímenes. Al abuso sexual se añade en muchos casos el no menos abominable racismo contra nuestros compatriotas de poblaciones originarias.
Así lo muestran los testimonios del desinterés, si no desprecio, con que son tratados en comisarías, fiscalías y hasta oficinas defensoriales y entidades del Ministerio de la mujer. La única manera de poner fin a la cadena infernal de crimen e impunidad es castigando y haciendo saber que los culpables serán detenidos y condenados. No como ahora, puesto que en muchos casos los maestros son rotados a otra localidad, donde no se les conozca. El Perú está en deuda con nuestros compatriotas awajún, su larga presencia en la Amazonía y su deseo de aprender para integrarse a un país que les ofrece tan poco y les niega tanto.
Las cosas como son
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