No basta reprochar el “perro muerto” para pensar con responsabilidad en el Perú, ni servir a los peruanos más afectados por la pandemia.
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El día de ayer hemos dado un paso más hacia la división entre autoridades y poderes del Estado. El presidente del Congreso ha creído necesario defender la ley aprobada por el Pleno respecto a la devolución de los aportes de los pensionistas. Y para eso recurrió a una expresión del lenguaje coloquial, invocando a que el Estado “devuelva y no haga perro muerto” con el dinero de los aportes. El señor Manuel Merino respondía de esa manera a las tomas de posición de diversos constitucionalistas que han explicado el mecanismo de solidaridad del fondo público de jubilaciones y la manera como el artículo 12 de la constitución lo declara intangible. Merino dijo prever que el Ejecutivo observaría la ley y presentaría un recurso ante el Tribunal Constitucional, pero desde ya, una eventual anulación de la ley no le impide proclamar que el Congreso “está pensando en el Perú”.
¿Piensa en el Perú quien aprueba leyes que rompen el principio de la solidaridad entre las generaciones, desquician el equilibrio fiscal y generan una ilusión que se estrellará contra una sentencia del Tribunal Constitucional? Poco más tarde, se conoció un pronunciamiento de la Defensoría del Pueblo según la cual la ley tendrá “efectos contraproducentes para millones de peruanos y peruanas”. El comunicado pide no poner en riesgo el trabajo de la Comisión Especial del propio parlamento, destinada a proponer una reforma integral de nuestro sistema previsional. Y da por descontado que la ley “inexorablemente será declarada inconstitucional”. Así que no basta reprochar el “perro muerto” para pensar con responsabilidad en el Perú, ni servir a los peruanos más afectados por la pandemia. Por cierto, la expresión “hacer perro muerto” parece tener su origen en una vieja expresión española que se refiere a la responsabilidad asumida por los amigos de un difunto ante “el perro del muerto”. La especulación sobre esa etimología puede llevarnos a temas insospechados.
Las turbulencias políticas son tanto más desafortunadas que no favorecen el intercambio racional de ideas propio de una campaña electoral. Y menos aun, a concentrar las energías en la lucha contra el coronavirus. La tentación de hacer uso abusivo del poder es una amenaza constante. El Congreso debería evitar seguir haciendo leyes “contraproducentes” e interpelando a ministros que tienen tareas urgentes. Contra viento y marea, algunas cifras epidemiológicas mantienen su tendencia al descenso. Ayer se registraron 123 muertos, y por cruel que sea cada muerte, es la cifra más baja de los últimos meses. También ha bajado el número de infectados en camas de cuidados intensivos. El espectáculo de la división entre autoridades no es la mejor manera de exhortar a la población a respetar las consignas de seguridad sanitaria.
En plena Feria del Libro conviene destacar la presentación de tres publicaciones que dan luces sobre los peligros y las oportunidades de nuestra época. Infodemia, verdades y mentiras en tiempos de pandemia, de David Hidalgo presenta una serie de casos de afirmaciones falsas que han circulado a nivel mundial, incluyendo fotos y videos. Sus ejemplos evidencian el desafío que las noticias falsas plantean al espíritu crítico y racional. El autor es el director de Ojo Público, un medio digital pionero en el periodismo de verificación o factchecking. El rector de la Universidad de Lima presenta esta tarde Malestar en la civilización digital, del profesor Jean Paul Lafrance, quien recurre a las ciencias cognitivas y la sabiduría antigua para intentar un análisis económico y filosófico del mundo al que nos dirigimos. La responsabilidad social en salud del doctor Emilio La Rosa ofrece un marco global de la interacción entre profesionales de salud y factores como el clima, la industria agroalimentaria y la desigualdad social.
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