Aunque el Estado ha hecho lo posible para evitar la quiebra de empresas, algunas emblemáticas anuncian que no les resulta viable sobrevivir a la doble crisis sanitaria y económica.
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Ayer dimos dos nuevos pasos en la marcha hacia la nueva normalidad: la reapertura de los restaurantes y el uso obligatorio de protectores faciales en el transporte público. En ambos casos estamos ante el respeto de protocolos destinados a limitar el riesgo de contagios, pero al mismo tiempo ante la reanudación de actividades económicas que implican movilizarnos y eventualmente comer fuera de casa. Según las primeras indicaciones, la obligatoriedad del protector facial o visera ha sido ampliamente respetada, lo que desmiente una vez más que la indisciplina social sea inevitable en el Perú.
Lo es cuando no hay alternativa, pero este caso se parece al de otras costumbres que fueron introducidas por la fuerza de la ley y que ahora nos parecen naturales: el cinturón de seguridad en los vehículos, la prohibición de fumar en sitios públicos, la exigencia de medidas aplicables a las mascotas, etc. Esperemos que algún día podamos decir lo mismo de los colectivos informales, del uso del claxon, y sobre todo de las diversas formas de discriminación, prácticas que a fuerza de ser repetidas, terminan por parecernos inevitables.
El caso de los restaurantes tiene gran importancia porque cientos de miles comen cada día, por gusto o por necesidad, en la calle, aunque la mayor parte lo haga en los restaurantes que hay en los mercados. Y es importante también por su impacto en el empleo. Algunos economistas calculan que la restauración y el turismo es un sector gravemente afectado que representa un valor cercano al de la minería y genera mucho más puestos de trabajo que ella.
A propósito de temas económicos tanto Gestión como La República publican sendas entrevistas con Bruno Seminario, profesor de la Universidad del Pacífico. Seminario lamenta que “el gasto corriente y la inversión pública, en lugar de aumentar, se hayan reducido”. El especialista en la historia económica de nuestro país rechaza que la prioridad deba ser dada a los destrabes de proyectos de inversión: “lo que el gobierno tiene que hacer es gastar fuertemente para que el sector privado se anime a invertir…
Todas las minas están trabajando al 50%, lo que no tiene nada que ver con Tía María. Es un problema de gestión sanitaria, no han sido capaces de controlar la epidemia al interior de las minas”. Seminario se refiere también a la diferencia entre los intereses que los bancos cobran y los que pagan, el famoso spread. Los bancos tienen ganancias enormes, dice y lamenta que tengamos “un sistema financiero que no es muy competitivo desde el punto de vista bancario ni desde el punto de vista del sistema de pensiones”.
Aunque el Estado ha hecho lo posible para evitar la quiebra de empresas, algunas emblemáticas anuncian que no les resulta viable sobrevivir a la doble crisis sanitaria y económica. Es el caso de la empresa de transporte SOYUZ, que en su mejor momento veía partir un ómnibus a Ica cada cinco minutos. Al cabo de 38 años de funcionamiento, SOYUZ anuncia el fin de sus actividades. Es cierto que Ica sigue bajo cuarentena. Pero según los responsables de la empresa la quiebra es consecuencia de dos errores cometidos por el Estado: la no autorización de suspensión perfecta a sus trabajadores y peor aún, la pasividad frente a la competencia desleal practicada por empresas ilegales. Desde el punto de vista económico, tan grave como la pandemia es la complacencia de los funcionarios ante la informalidad.
A propósito de costumbres y de la idea que nos hacemos de nosotros mismos, vale la pena destacar el décimo aniversario de la creación del ministerio de Cultura. El ministro Alejandro Neyra explicará en Ampliación de Noticias los alcances de la Política Nacional de Cultura. La riqueza de nuestro patrimonio cultural coexiste con la vitalidad de industrias culturales. Somos un país con antigüedad, pero lo importante es que la densidad de nuestra historia nos ayude a orientarnos hacia el futuro.
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