Un triste incidente producido durante una sesión de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales pone de relieve las arraigadas actitudes mentales que condicionan la manera de ver y actuar de una parte de nuestra clase política.
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Es cierto que hay temas políticos e institucionales que merecen nuestra atención. Por ejemplo, el procedimiento previsto hoy a las 3 de la tarde contra los miembros de la Junta Nacional de Justicia. O la modificación de la ley sobre la colaboración eficaz, que puede dificultar las investigaciones fiscales. También hay temas internacionales, como el Plebiscito sobre la Constitución el próximo domingo en Chile y la clausura de la Cumbre sobre el Calentamiento global en Dubái.
Pero un triste incidente producido durante una sesión de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales pone de relieve las arraigadas actitudes mentales que condicionan la manera de ver y actuar de una parte de nuestra clase política.
El congresista fujimorista Juan Carlos Lizarzaburu mantenía una conversación privada mientras sus colegas tomaban la palabra en público. Y de pronto se oyeron comentarios machistas que formulaba a propósito de su compañera de bancada, Patricia Juárez.
El pudor impide reproducir su manera de observar a las mujeres y de descalificarlas por sus cuerpos y su vestimenta. En materia de misoginia las palabras abren el camino hacia el maltrato y las múltiples modalidades del abuso. Dichas, por cierto, con la autoridad de un congresista y la ligereza de quien parece haber llegado a la edad adulta sin la menor capacidad de cuestionar sus propios prejuicios. Peor aún, Lizarzaburu pretendió minimizar su agravio aludiendo a su amistad con Juárez. Y osó pedir a los periodistas que lo interrogaban que “quiten el morbo y el amarillismo” a lo sucedido.
Pero Juárez ha desmentido que, conocido el incidente, Lizarzaburu haya restablecido su relación respetuosa con la agraviada. Sus palabras ofenden a todas las mujeres y reclaman una sanción ejemplar. No se trata solo de una infamia contra una colega de bancada. Al fin y al cabo, Lizarzaburu nos había habituado a su estilo matonesco, como cuando dijo que la bandera de siete colores del Tahuantinsuyo parecía un “mantel de chifa”. Su agravio afecta a todas las mujeres. Y por eso Juárez tuvo razón al afirmar: “Las mujeres no debemos callar”.
Las cosas como son
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