El Papa Francisco ha concedido una larga entrevista en la que expresa la esperanza en ver surgir de esta tragedia una humanidad más sensible a lo esencial y más solidaria.
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A medida que pasan los días y aumentan los contagios y las muertes se vuelve inevitable pensar en la fragilidad de la vida y en las cosas verdaderamente esenciales. La súbita imposición de la cuarentena puso en evidencia la realidad que cada uno de nosotros vivía, los afectos más cercanos, los compromisos más profundos, las aspiraciones no realizadas. Pero lo que cada uno siente en el marco de su vida privada se parece mucho a lo que viven todos los seres humanos: niños que no pueden ir a la escuela, jóvenes que no pueden desplegar su energía, adultos que no pueden salir a trabajar, ancianos que descubren nuevos aspectos de su vulnerabilidad. Quizás por primera vez en la historia estamos viviendo simultáneamente un fenómeno que afecta a toda la especie humana.
Ya era el caso del calentamiento global, pero la complejidad y lentitud de ese fenómeno alimenta el discurso de los negacionistas, que son los mismos que minimizaron inicialmente el impacto del coronavirus: Trump, Bolsonaro, grupos extremistas y conspiracionistas, fanáticos religiosos en espera del fin del mundo, detractores de la ciencia, defensores de intereses privados. En todas partes nos hallamos en espera de recuperar nuestras libertades y terminar con un confinamiento que desgasta y a veces, desespera. Los muertos se contaban de uno en uno, luego por decenas, centenas, miles y en algunos países decenas de miles.
La pandemia nos confronta con situaciones extremas, como, en algunos casos, la imposibilidad de acompañar a parientes moribundos o inclinarnos delante de sus cadáveres y portar los ataúdes hasta los hornos crematorios. Pero la epidemia ofrece también el testimonio admirable de médicos, enfermeras, trabajadores, policías, militares y sacerdotes que han pagado con sus vidas el cumplimiento de una tarea que nunca imaginaron.
En estas circunstancias, hemos llegado a los días más sagrados del Cristianismo. Hoy se conmemora el misterio mayor de la religión fundada en memoria de un hombre-dios muerto de la manera más infamante: en una cruz. Que el mesías enviado para redimir a la humanidad haya sido condenado por su pueblo y ejecutado por la autoridad romana es lo que San Pablo denominó el escándalo de la cruz. Único día del año en que no se celebra la misa, el rito católico del viernes santo ofrece una meditación sobre las siete palabras que pronunció Jesús mientras agonizaba. “Perdónalos porque no saben lo que hacen, ¿porqué me has abandonado?, tengo sed, ya todo está consumado”. Por primera vez, uno de los comentarios en la Iglesia de las Nazarenas será hecho por una mujer.
El Papa Francisco ha concedido una larga entrevista al periodista inglés Austen Ivereigh, en la que relata cómo está viviendo el sufrimiento causado por la pandemia, las tecnologías que usa, los horarios que cambian, los libros que lee, sus recuerdos de Argentina, etc. Pero expresa sobre todo la esperanza en ver surgir de esta tragedia una humanidad más sensible a lo esencial y más solidaria. El diario ABC la ha publicado en español bajo un título inspirado por el poeta latino Virgilio que resume las confesiones del Papa: “Resérvense para mejores tiempos, porque en esos tiempos recordar esto que ha pasado nos ayudará”.
Francisco reconoce los esfuerzos hechos por muchos gobiernos, pero considera hipócrita que se gaste más en armas que en sistemas sanitarios. Para el Papa, el momento actual ofrece una oportunidad única para cambiar la vida interior y también las prioridades sociales: “Este es el momento de dar el paso. Es pasar del uso y el mal uso de la naturaleza, a la contemplación. Los hombres hemos perdido la dimensión de la contemplación; tenemos que recuperarla”.
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