Twitter es una de las redes sociales más populares, con cientos de millones de usuarios por todo el mundo.
Somos muchas las personas que hemos incorporado las redes sociales a nuestra rutina diaria como medio para obtener información. Además de su inmediatez, tienen la ventaja de que, hasta ahora, no suponían coste alguno. Y eso las convierte en la opción preferida para mucha gente joven. Como me comentó en cierta ocasión un alumno, “el correo electrónico es para gente mayor”.
Twitter es una de las redes sociales más populares, con cientos de millones de usuarios por todo el mundo.
Como permite compartir mensajes cortos, incluir imágenes, vídeos y enlaces a otros sitios en internet de forma rápida, bien usado es uno de los canales más profesionales para la comunicación científica. En la actualidad prácticamente todas las publicaciones y sociedades científicas, la mayoría de los centros de investigación, universidades y muchos investigadores emplean Twitter para su trabajo profesional.
Vía directa de comunicación con los científicos
Durante la pandemia de covid-19, Twitter demostró su potencial. Entre otras cosas porque facilitó el diálogo entre el mundo de la investigación y los medios de comunicación más tradicionales.
Ese diálogo era clave porque, en unos pocos meses, hubo decenas de miles de artículos científicos sobre el virus SARS-CoV-2 y la enfermedad covid-19. Había más artículos sobre el nuevo coronavirus que sobre la malaria, por ejemplo. Entre toda esa inmensa maraña de información, costaba distinguir entre los errores, las malas interpretaciones, las verdades provisionales y la ciencia de calidad (la solución a la pandemia). Por eso, muchos periodistas especializados en ciencia se informaron y comunicaron con científicos de todo el mundo.
En Twitter somos tribus y, si elegimos bien a las cuentas que seguimos, puede convertirse en una excelente fuente de información. Por ejemplo, si en los momentos más crudos de la pandemia seguíamos a Tulio de Oliveira (@tuliodna), director del Kwazulu-Natal Research Innovation and Sequencing Platform en Sudáfrica, nos podíamos enterar de la aparición de la variante ómicron a tiempo real y de primera mano, mucho antes de que la noticia apareciera en los medios de comunicación.
Las mentiras vuelan… literalmente
Independientemente de su veracidad, las noticias en Twitter tienen una difusión global e inmediata. De hecho, en paralelo a la pandemia, se difundieron una enorme cantidad de bulos y mentiras, principalmente a través de las redes sociales.
Este fenómeno alcanzó tal envergadura que la OMS lo describió como una “infodemia masiva”, la “otra pandemia” de desinformación. Advirtió, además, de sus peligros, sobre todo porque impedía que el público accediera a información fiable sobre la enfermedad. Muchos de esos bulos estaban relacionados con temas científicos y de salud.
Es cierto que las redes sociales han desempeñado en parte un papel nefasto en la transmisión de bulos y mentiras durante la pandemia, y que eso ha podido incluso causar muertes. Pero también se ha demostrado que, para combatir las pseudociencias, es fundamental que los propios científicos y científicas empleen las redes sociales para comunicar la ciencia fuera del ámbito académico. Su presencia en las redes sociales influye en la opinión pública y ha supuesto en muchos casos una fuente fiable de información en una situación de crisis como la que hemos vivido. Para un investigador “estar” en las redes sociales, especialmente en Twitter, ya no es una pérdida de tiempo.
La cosa cambia si Twitter es de pago
Elon Musk ha comprado Twitter, es definitivamente su nuevo propietario. Nada más llegar, ha despedido a los principales directivos y ha disuelto el consejo de administración. Y también ha manifestado su voluntad de cobrar a los perfiles verificados.
No sabemos todavía cómo acabará esta historia. Twitter, bien usado, es una excelente herramienta profesional. Sería una pena que dejara de ser útil para la comunicación y divulgación de la ciencia. No olvidemos que una sociedad mejor informada es una sociedad más libre, más difícil de manipular y más democrática.
Ignacio López-Goñi, Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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