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Vivos y muertos comparten espacio en un cementerio de Manila

Varios cientos de personas residen en este lugar reservado a los muertos por falta de recursos para encontrar un hueco en el inmenso laberinto de chozas que rodea la capital.

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Vivir de día y noche entre muertos es una cuestión de supervivencia para las familias filipinas que se hacinan en chabolas (chozas) levantadas sobre las tumbas del cementerio de Navotas, una de las zonas de Manila hundidas en la miseria.

Varios cientos de personas residen en este lugar reservado a los muertos por falta de recursos para encontrar un hueco en el inmenso laberinto de chabolas que rodea la capital.

Virginia, viuda de 51 años, habita desde hace tres décadas sobre una fila de nichos de unos cinco metros de altura sobre la que se amontonan decenas de hogares construidos con tablas de madera, lonas, cartones y pedazos de uralita.

Desde arriba puede contemplar esta tétrica población, en la que las calles están delimitadas por filas de tumbas y la basura que cubre casi todos los rincones desprende un olor nauseabundo que ya los lugareños parecen haberse acostumbrado.

"Cuando llegué era peor, había más basura y el mar llegaba hasta aquí, nos instalamos aquí porque nos permitía estar cerca del mar y ganar dinero. No había más espacio", dice esta lavandera originaria de la isla de Samar, al este del país.

La zona habitada del camposanto es la más cercana al mar de la bahía de Manila, con un agua de las más contaminadas del mundo pero que, sin embargo, proporciona un sustento para miles de personas que trabajan en el puerto cercano recogiendo moluscos o pescando alguna especie marina capaz de sobrevivir a este ambiente.

Arnold, de 22 años y originario de la turística ciudad de Puerto Galera, al sur de Manila, se mudó a Navotas para ganar un dinero con el que mantener a sus tres hijos.

"Es un sitio muy sucio, en cuanto ahorre lo suficiente, dentro de unas semanas, regresaré a mi casa", relata este joven recogedor de mejillones.

Mientras salta y trepa con la habilidad de un funámbulo por las filas de nichos, Arnold observa a unos niños descalzos que entre una nube de moscas rebuscan comida en una montaña de basura en la que picotean las gallinas y sus polluelos.

"Algunas veces asoman los esqueletos de los muertos entre la basura, pertenecen a los nichos que ya han sido vaciados", explica el joven.

En un país donde la omnipresente religión católica convive con multitud de supersticiones paganas, el hecho de compartir morada con cadáveres no parece inquietar a los habitantes de este arrabal.

"Al principio, cuando me mudé, me daba algo de miedo que hubiera espíritus, pero ahora ya no", dice Anna, de 29 años, que abandonó hace dos años el barrio de chabolas en el que se crió para crear con su marido el hogar conyugal en Navotas.

"Prefiero vivir aquí porque todo el mundo es feliz, tenga o no tenga dinero", sostiene la mujer.

La vida cotidiana se asemeja a la de cualquier otro de los muchos barrios pobres que hay en la apelmazada capital filipina.

Algunos jóvenes pasan las horas jugando al baloncesto, otros se entretienen con unas partidas de billar o de cartas, y los niños cuando no corretean entre la mugre, estudian en la escuela habilitada por Philippine Christian Foundation, una organización local.

Aquellas personas que habitan encima de las tumbas son las más pobres del lugar, las que no pueden hacer frente al alquiler de 800 pesos mensuales (13,7 euros o 18 dólares) que cuesta montar la choza en otras zonas del cementerio en las que es menor el riesgo de que el firme se hunda a causa del peso.

En una de esas minúsculas viviendas de una sola habitación, Inma, de 36 años, ha criado a sus ocho hijos con la ayuda de su esposo, que trabaja de estibador en el puerto.

Mientras lava en un barreño la ropa de vecinos por unos cuantos pesos, explica que su hijo mayor tiene 20 años aporta un dinero al hogar con la venta de los peces que consigue atrapar, y como muchos otros de sus vecinos, asegura que nunca se ha planteado cambiar de sitio en el que vivir.

"Nos ayudamos mucho unos a otros y nadie es egoísta, es lo que me gusta de vivir aquí, por eso no me he planteado irme a otro sitio. Además, hay más trabajo que en otros lados", dice.

-EFE

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