Estudios psicológicos exploran aspectos inesperados de nuestra sexualidad.
La sociedad quiso acostumbrarme a que me gusten los chicos blancos. Fracasó. A pesar de los galanes de las novelas y los bajistas de las bandas europeas, siempre decidí quedarme con jóvenes de piel canela. Un día, mientras observaba cómo el sol acariciaba el cuello trigueño de mi novio, descubrí con desagrado la verdad. Ya había visto esa imagen antes: específicamente, cuando mi padre me cargaba de pequeña en el verano y yo me abrazaba a su cuello marrón.
Aunque polémica, la tesis de que nos atraen inconscientemente nuestros padres tiene una larga data. En el 2010, un estudio realizado por Fraley y Marks comprobó que nos excitan más los otros si previamente hemos sido expuestos de manera subliminal a imágenes de nuestros padres del sexo opuesto.
El mismo estudio también comprobó que nos excitan las personas similares a nosotros mismos. A un grupo de individuos se les mostró fotos montadas en las que se habían mezclado sus propios retratos con imágenes de otras personas, además de fotos sin montaje. Las fotografías montadas fueron calificadas como más atractivas que las normales.
Si bien este estudio no es concluyente, sí nos da luces sobre cómo nuestra sexualidad puede manifestarse. En este sentido, Heffernan y Fraley (2013) encontraron que las experiencias de la infancia también tienen una fuerte influencia en cómo elegimos nuestras parejas sentimentales. El estudio comprobó que los participantes que tenían padres mayores se sintieron más atraídos hacia las caras de personas con edad avanzada, en comparación de los participantes que tenían padres más jóvenes.
La próxima vez que le atraiga una persona, acuérdese de sus padres. Podría llevarse más de una sorpresa.
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