Elmer Huerta, Consejero Médico de RPP Noticias, explica cómo actúa el cerebro ante las connotaciones espirituales de la persona.
Vivir bien
Un estudio realizado a 150 personas de diferentes religiones concluyó que los más cercanos a la oración presentan menos ansiedad.
Rezar tiene implicacias en algunas funciones del cerebro. Elmer Huerta, Consejero Médico de RPP Noticias, explica cómo los estudios demuestran que la oración y la meditación cambian la estructura cerebral.
En 1990, el neurocientífico Andrew Neuwerk estudió el cerebro de 150 personas pertenecientes a diferentes religiones que tenían la costumbre de rezar profundamente por 12 minutos al día durante dos meses. En él, el científico descubrió que la oración activaba los lóbulos frontales del cerebro –los del pensamiento y reflexión- y desactivaba los lóbulos parietales -los de estímulos sensoriales-. En conclusión, los más devotos a la oración presentaban menos ansiedad y estaban más conectadas con las demás personas.
“La parte reflexiva del cerebro, la intelectual, se activaba y la parte de las sensaciones se desactivaba. En otras palabras, la oración abstraía a los devotos que más rezaban, involucrándolos en un proceso mental reflexivo”, comenta Huerta.
Un estudio del año 2000 concluye que el cerebro de la gente que practica meditación presenta cambios en el volumen cerebral. El aumento en el grosor de las áreas del cerebro estaban relacionadas al libre albedrio cerebral, es decir la imaginación, el aprendizaje, la memoria, la regulación de las emociones, la compasión y la empatía. Esa actividad también disminuía el volumen de la amígdala cerebral, zona responsable de la ansiedad, el miedo y el estrés.
“El tipo de reacción que se obtiene del rezo y la oración depende de cómo la persona ve a la naturaleza de Dios. Si para ellos es un ser bondadoso, magnánimo y protector, pero que no interviene en las cosas mundanas o lo ve como un ser lejano, inalcanzable, disciplinario y castigador que sí debe resolverle los problemas a la persona y al mundo”, indica Huerta.
Según un estudio de la Universidad de Baylor en Estados Unidos, las personas devotas a un Dios “bondadoso y protector” y que exige cumplir promesas tienen menos tendencia a ser ansiosos o presentar algún trastorno obsesivo- compulsivo. Por el contrario, los seguidores a un ser supremo “distante, castigador y que exige favores” tienen pensamientos con mayor ansiedad crónica y trastornos obsesivos-compulsivos.
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