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Entrar en los sueños ajenos es posible: logran comunicarse con personas mientras duermen

La mayoría de nosotros sólo nos damos cuenta de que hemos estado soñando cuando nos despertamos.
La mayoría de nosotros sólo nos damos cuenta de que hemos estado soñando cuando nos despertamos. | Fuente: Foto de Zohre Nemati en Unsplash

En la película Origen (2010), de Christopher Nolan, el protagonista es capaz de infiltrarse en los sueños de otras personas e incluso influir en su contenido. ¿Y si esta ficción no estuviera tan alejada de la realidad?

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En la película Origen (2010), de Christopher Nolan, el protagonista es capaz de infiltrarse en los sueños de otras personas e incluso influir en su contenido. ¿Y si esta ficción no estuviera tan alejada de la realidad?

Nuestras investigaciones sugieren que es posible interactuar con voluntarios mientras duermen. E incluso hablar con ellos en ciertos momentos propicios. A continuación explicamos cómo.

La ciencia de los sueños: una disciplina compleja

Mientras que a veces nos despertamos con recuerdos vívidos de nuestras aventuras nocturnas, en otras ocasiones tenemos la impresión de haber pasado una noche sin sueños, como si el tiempo se hubiera esfumado.

Aunque, por término medio, recordamos de uno a tres sueños por semana, no todos somos iguales a la hora de acordarnos de ellos. Las personas que afirman no soñar nunca representan entre el 2,7 y el 6,5 % de la población. A menudo, estos individuos han soñado en el pasado; cuando eran niños, por ejemplo. La proporción de personas que dicen no haber soñado nunca en su vida es muy baja: 0,38 %.

El hecho de recordar los sueños depende de muchos factores, como el sexo (las mujeres se acuerdan de ellos con más frecuencia), el interés por los sueños o la forma en que se registran (mediante un “cuaderno de sueños” o grabándolos en un dictáfono, por ejemplo).

El carácter privado y evanescente de los sueños dificulta captarlos con fines científicos. Es cierto que, gracias a los conocimientos adquiridos en el campo de la neurociencia, hoy es posible clasificar el estado de alerta de una persona analizando su actividad cerebral, su tono muscular y sus movimientos oculares. Así, los científicos pueden determinar si una persona está dormida y en qué fase del sueño se encuentra: inicio del sueño, sueño ligero de ondas lentas, sueño profundo de ondas lentas o sueño REM.

Pero estas mediciones fisiológicas no indican si alguien está soñando (los sueños pueden producirse en todas las fases), ni mucho menos qué está soñando. Los investigadores no suelen tener acceso a la experiencia onírica en el momento en que se produce. Por lo tanto, se ven obligados a confiar en el relato recogido al despertar, sin ninguna garantía de que dicho relato sea fiel a lo que ocurrió en la cabeza del durmiente.

Foto de una mujer durmiendo en una caravana, de espaldas.
Determinar qué sueñan las personas mientras duermen sigue estando fuera del alcance de los científicos. Михаил Калегин/Unsplash

Además, para entender qué ocurre en el cerebro durante los sueños –y cuál es su función– necesitaríamos comparar la actividad cerebral durante los momentos en que se producen los sueños con aquellos en los que no. Por lo tanto, es imperativo determinar con precisión cuándo se producen los sueños con el fin de poder avanzar en la ciencia que los estudia.

Para ello, lo ideal sería poder comunicarse con los durmientes. ¿Es esto imposible? No para todos: ahí es donde entran en juego quienes experimentan sueños lúcidos.

El sueño lúcido: la clave para desvelar el misterio

La mayoría de nosotros sólo nos damos cuenta de que hemos estado soñando cuando nos despertamos. Los soñadores lúcidos, en cambio, tienen la capacidad única de ser conscientes de que están soñando aunque estén en la fase REM, periodo durante el cual la actividad cerebral es más parecida a la vigilia.

Y lo que es aún más asombroso: los soñadores lúcidos a veces pueden incluso ejercer un control parcial sobre el desarrollo de la historia onírica. Entonces son capaces de volar, hacer aparecer o desaparecer personas, cambiar el tiempo, transformarse en animales… Las posibilidades son infinitas.

Estos sueños conscientes pueden ocurrir espontáneamente o ser provocados por un entrenamiento específico. Su existencia se conoce desde la antigüedad, pero durante mucho tiempo se consideraron esotéricos e indignos de exploración científica.

Esta visión de las cosas cambió gracias a un sagaz experimento puesto en marcha por el psicólogo Keith Hearne y el psicofisiólogo Stephen Laberge en los años 80. Estos dos investigadores se propusieron demostrar científicamente que los soñadores lúcidos estaban realmente dormidos cuando se daban cuenta de que estaban soñando. Partiendo de la observación de que el sueño REM se caracteriza por movimientos oculares rápidos con los ojos cerrados, se plantearon la siguiente pregunta: ¿sería posible utilizar esta propiedad para pedir al durmiente que enviara un “telegrama” desde su sueño al mundo exterior?

Hearne y Laberge reclutaron a soñadores lúcidos para intentar obtener una respuesta. Antes de que se durmieran, acordaron con ellos el mensaje que debían enviar: los participantes tendrían que hacer movimientos oculares específicos, como mover la mirada de izquierda a derecha tres veces cuando fueran conscientes de que estaban soñando. Y mientras estaban objetivamente en la fase REM, ¡los soñadores lúcidos hicieron exactamente eso!

Gracias a este código de comunicación, los investigadores pudieron detectar momentos de sueño en tiempo real. Este trabajo allanó el camino para numerosos proyectos de investigación en los que los soñadores lúcidos actúan como agentes encubiertos en el mundo onírico, llevando a cabo misiones (como aguantar la respiración en un sueño) y señalándolas a los experimentadores mediante el código ocular.

Ahora es posible combinar estos experimentos con técnicas de imagen cerebral para estudiar las regiones del cerebro implicadas en los sueños lúcidos. Esto representa un gran paso adelante en la búsqueda de una mejor comprensión de los sueños y de cómo se forman.

En 2021, cuatro décadas después del trabajo pionero de Hearne y Laberge, un estudio realizado por nuestro equipo en colaboración con investigadores de todo el mundo nos ha llevado aún más lejos.

De la ficción a la realidad: hablar con el durmiente

Sabíamos que los soñadores lúcidos eran capaces de enviar información desde sus sueños, pero ¿pueden también recibirla? En otras palabras, ¿es posible hablar con ellos? Para averiguarlo, expusimos a un soñador lúcido a estímulos táctiles mientras dormía. También le hicimos preguntas cerradas como: “¿Te gusta el chocolate?”.

El voluntario fue capaz de responder sonriendo para indicar un “sí” y frunció el ceño para decir “no”. Además, como parte de este trabajo, a los soñadores lúcidos se les presentaron verbalmente ecuaciones matemáticas sencillas. Fueron capaces de dar respuestas adecuadas mientras permanecían dormidos.

Por supuesto, los participantes no siempre respondían. Pero el hecho de que a veces lo hicieran (el 18 % de los casos en nuestro estudio) abrió la puerta a la comunicación entre experimentadores y durmientes.

Sin embargo, el sueño lúcido sigue siendo un fenómeno poco frecuente e incluso quienes lo experimentan no lo hacen siempre ni durante toda la fase REM. ¿Se limitaba el portal de comunicación que habíamos abierto únicamente al sueño REM “lúcido”? Para averiguarlo, emprendimos nuevos trabajos.

Ampliar el portal de comunicación

Para averiguar si podíamos comunicarnos del mismo modo con cualquier durmiente, sea cual sea su fase de sueño, realizamos experimentos con voluntarios que no eran soñadores lúcidos ni padecían trastornos del sueño, así como con personas que sufrían narcolepsia. Esta enfermedad, que se caracteriza por quedarse dormido con frecuencia (normalmente en sueño REM), se asocia a una mayor propensión a los sueños lúcidos.

En este nuevo experimento, presentamos verbalmente a los participantes palabras existentes (por ejemplo, pizza) y otras inventadas (como ditza) en todas las fases del sueño. Les pedimos que sonrieran o fruncieran el ceño para indicar si la palabra era inventada o no. No es sorprendente que las personas con narcolepsia fueran capaces de responder cuando estaban lúcidas en sueño REM, lo que confirma nuestros resultados de 2021.

Más sorprendente, sin embargo, fue el hecho de que ambos grupos de participantes también respondieran a nuestros estímulos verbales en la mayoría de las fases del sueño, incluso en ausencia de sueño lúcido. Los voluntarios respondían de forma intermitente, como si las ventanas de conexión con el mundo exterior se abrieran temporalmente.

Incluso pudimos determinar el cóctel de actividad cerebral que propiciaba esos momentos de apertura: analizando la actividad cerebral de los durmientes antes de que se presentaran los estímulos, pudimos predecir si responderían o no.

¿Por qué existen estas ventanas de conexión con el mundo exterior? Es posible plantear la hipótesis de que el cerebro se desarrolló en un contexto en el que era necesario un mínimo de procesamiento cognitivo durante el sueño: podemos imaginar, por ejemplo, que nuestros antepasados tenían que permanecer atentos a los estímulos externos mientras dormían, por si se acercaba un depredador. Del mismo modo, sabemos que el cerebro de una madre reacciona preferentemente a los llantos de su bebé durante el sueño.

Nuestros resultados sugieren que ahora podemos “hablar” con cualquier durmiente, sea cual sea la fase del sueño en la que se encuentre. Al perfeccionar los marcadores cerebrales que predicen los momentos de conexión con el mundo exterior, debería ser posible optimizar aún más los protocolos de comunicación en el futuro.

Este avance allana el camino al diálogo en tiempo real con los durmientes, ofreciendo a los investigadores la posibilidad de explorar los misterios de los sueños en el momento en que se producen. Pero si la línea que separa la ciencia ficción de la realidad parece cada vez más fina, quédense tranquilos: los neurocientíficos aún están muy lejos de poder descifrar el contenido de sus sueños. Pueden seguir soñando.The Conversation

Başak Türker, Chercheuse postdoctorale, Institut du Cerveau (ICM) and Delphine Oudiette, Chercheure en neurosciences cognitives, Inserm

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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