El proceso autocrítico puede ser pensado desde la psicología o desde la filosofía moral. Como fenómeno psicológico complejo, la autocrítica se podría definir como una relación intensa y persistente con el yo, caracterizada por una exigencia de altos estándares de desempeño y una expresión de hostilidad y humillación hacia el yo cuando estos estándares no se cumplen. Este proceso puede ser tanto adaptativo como desadaptativo.
Cuando es adaptativo, la autocrítica facilita la resolución de problemas de forma saludable y el crecimiento personal. Implica la evaluación de conductas propias para identificar errores y no volver a cometerlos, permitiendo una mejor adaptación y un aumento del rendimiento emocional e intelectual. En cambio, cuando el autocuestionamiento es desadaptativo, se manifiesta con sentimientos de inferioridad y hostigamiento, y está presente en muchos trastornos de personalidad. Implica pensamientos negativos continuos sobre la persona que inciden en su vida y comportamiento. También, se caracteriza por una visión sesgada y negativa de uno mismo, donde se exageran los errores y se ignoran los logros.
Desde la filosofía moral (ética), la autocrítica es una reflexión profunda sobre cómo asumimos nuestra condición humana y nuestro lugar individual en el mundo. De ahí que la autocrítica, en un sentido filosófico, está orientada a tomar en cuenta el efecto de nuestras decisiones y acciones sobre los demás, ya sea en el plano familiar, educativo, institucional, laboral o político.
Reconocer que determinadas actitudes nuestras pueden ser muy dañinas para los demás o que ciertas creencias que defendemos con ardor terminan ocasionando tristeza en nuestro entorno inmediato, es una consecuencia positiva de la autocrítica en un plano ético.
La interrogación autocrítica puede partir de una serie de preguntas, en donde se pone de manifiesto cuánto realmente nos importan los demás respecto a nuestras acciones. ¿Hasta qué punto mis convicciones son positivas para el otro? ¿Está el otro obligado a soportarme tal como soy? ¿Debo exigir empatía cuando no soy empático? ¿Mi intensidad temperamental debe ser aceptada por los demás sin titubeos? ¿No estaré haciendo daño tomando estás decisiones? ¿No será que yo soy el que está equivocado? ¿Realmente soy una persona tolerante, dispuesta a aceptar la interrogación ética de otra persona? ¿Lo que conozco será suficiente para resolver este problema? ¿Mi posición sobre este tema u otro no será muy superficial? ¿No estaré aceptando con demasiada facilidad el saber de otro? ¿No estaré siguiendo procedimientos normativos por el hecho de seguirlos? ¿Acaso no estoy exigiendo demasiado al mundo y a los demás que se adecúen a mis deseos? En suma, ¿cómo debería actuar para minimizar los potenciales efectos negativos de mis palabras, decisiones y acciones sobre los demás?
La autocrítica de fundamento filosófico no es autoflagelación. La autoflagelación implica un castigo emocional o físico hacia uno mismo como respuesta a errores o fracasos. Este comportamiento puede manifestarse a través de un diálogo interno destructivo, donde una persona se reprocha constantemente y se siente culpable sin permitir espacio para el perdón o el aprendizaje. En cambio, la autocrítica de base filosófica es un proceso reflexivo que permite a una persona reconocer sus errores, aprender de ellos y buscar la mejora continua. La autocrítica es considerada una habilidad de personas emocionalmente maduras, ya que implica un análisis constructivo que no necesariamente conlleva un juicio severo o despectivo sobre uno mismo. Hay una belleza y profundidad en la autocrítica que se puede encontrar en un genuino proceso de examinación interior.
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