La influencia de Juan Pablo II en el destino de Polonia fue decisiva. El viaje que hizo el Papa a su país natal entre el 2 y 10 de junio de 1979, fue una peregrinación con una respuesta masiva y espontánea cuyos efectos significaron una renovación moral que marcaría la historia de los polacos, y también la del mundo.
Para George Weigel, autor del libro biógrafo de Juan Pablo II, Testigo de Esperanza, Polonia no era un país comunista, sino una nación católica con un Estado comunista a cuestas. Sus raíces eran católicas. Aquel año coincidía con el noveno centenario del martirio del San Estanislao, obispo mártir de Cracovia.
Al estilo comunista, la visita fue mínimamente difundida por radio y televisión. El mensaje del Papa, cuya facilidad para el contacto personal, se dirigía al pueblo sin despreciar a la oposición. El adversario no era el comunismo, explica Weigel, sino la propia letargia de la gente que permitía la imposición ajena al control político en el país.
Juan Pablo II había afirmado ideas que la gente creía hacía décadas, pero por el régimen de turno, no podían expresarlas en público. La frase “el trabajo libera” que dijo en el campo de concentración de Auschwitz-Berkenau calaron en los polacos y servirían, 14 meses después, para el nacimiento de Solidaridad.
Solidaridad era un sindicato independiente y autogestionario que surge de la huelga de astilleros en Gdank, bajo el liderazgo del dirigente Lech Walesa. Este movimiento tenía una clara inspiración cristiana y contaba con el apoyo del Papa y la iglesia polaca a cargo Mons. Wyszyński, arzobispo y primado de Polonia.
Gracias al Pacto de Varsovia y a la presión internacional, el gobierno soviético detuvo los planes de invadir Polonia. Eran finales de 1980, cuando el Papa escribe una carta a Brézhnev, líder del partido comunista de la Unión Soviética, pidiendo que se respete la soberanía polaca.
La presión soviética sobre Polonia continuaba. Vendrían tiempos más duros para Juan Pablo II, como el atentado el 13 de mayo de 1981 por manos de Ali Agca, del cual se recuperaría -según el mismo Papa- por intercesión de la Virgen de Fátima. A los pocos días, su amigo y colaborador Mons. Wyszyński, fallece en Varosvia.
En setiembre de 1981, el Pontífice publica su primera encíclica social Laborem Exercens sobre la dignidad y derechos del trabajador, que entiende al trabajo como una vocación y no como un castigo. En ella, defiende al trabajo sobre el capital, es decir, rechaza concebir el trabajo con fines solo económicos e incluye al poeta polaco Kamil Norwid como fuente de inspiración teológica de la encíclica.
Ante la declaración de estado de guerra en Polonia a fines de 1981 que dejó al país incomunicado telefónicamente, y la ley marcial que ordenó el arresto de miles de activistas de Solidaridad, Juan Pablo II dirigió una carta al general Jaruzelski y primer ministro de Polonia a poner fin a la violencia y entablar diálogo.
Esa Nochebuena fue la más difícil para el Pontífice desde la II Guerra Mundial. Se unió en oración y pidió por sus compatriotas. Al iniciar 1982, el Papa denunció “la falsa paz de los regímenes totalitarios” y pidió seguir rezando pues lo que estaba en juego era “importante, no solo para un país, sino para la historia del hombre”.
El papel de Karol Wojtyla en la historia de su país y del mundo fue decisiva siendo cabeza de la Iglesia. Para él, su relación con el mundo debía centrarse en la cultura y la resistencia que desde la cultura se ejerciera era más importante que el poder económico o militar y el antídoto eficaz contra el comunismo.
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