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Bob Dylan, el Premio Nobel y los límites de la literatura

El reconocimiento a Bob Dylan como Nobel de Literatura causó entusiasmo entre sus seguidores, pero generó dudas entre quienes no consideran al cantautor como un literato.

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Bob Dylan es un Nobel de Literatura. Lo que hasta hace uno años era una broma o un deseo entre algunos círculos intelectuales, que no valía la pena discutir en serio, hoy es tan real como sus 37 discos de estudio. Entonces se abrió la polémica: ¿Merecía ganarlo? ¿Es la música de Dylan literatura? ¿Es el cantante de Minesotta un poeta? Hay quienes, como la periodista del New York Times Anna North, creen que no. Otros, como los poetas Nicanor Parra o Raúl Zurita, creen que sí. Veamos el tema paso por paso.

Entre lo oral y lo escrito. Partamos de la cuestión básica: ¿Qué es literatura? Esta pregunta sigue ocasionado incontables debates en facultades y escuelas alrededor del mundo. Pero todos los estudios, al menos los contemporáneos, coinciden en algo: tiene sus orígenes en los relatos orales con los que los antiguos sabios educaban, predicaban y entretenían a su pueblo. Desde allí se traza una línea directa hacia Homero, el primer gran poeta (hoy se sospecha que en realidad es el ‘alias’ de un colectivo), la Odisea y la Iliada. Hoy ambas obras se comercializan como gruesos y a menudo amarillentos libros, pero en sus días griegos eran relatos épicos cantados por los aedos bajo la guía de las musas, las divinidades inspiradores de la música. El origen de la literatura, entonces, está en la música y su prima hermana, la poesía.

Esta concepción, la de la literatura como poesía, se mantuvo durante cientos de años. Los cuentos y las novelas, hoy las formas más difundidas de este arte, eran vistas como géneros menores, con algunas excepciones notables como El asno de oro de Apuleyo o El Decamerón de Bocaccio. Recién en la Edad Moderna, a partir de la aparición de la imprenta y el surgimiento progresivo de la industria editorial, el concepto muta. La literatura ya no solo es la poesía clásica, aquella que rima y que cuenta los versos, ahora incluye toda labor literaria escrita: obras de teatro, cantares de gesta, poemas épicos, novelas de caballería y las primeras versiones de libros de cuentos. El detalle es ese, se le dio la prioridad a lo escrito sobre lo oral. La literatura se alejó de sus raíces.

El siglo XX y la posmodernidad, en su afán inherente de repensarlo y cuestionar todo, vuelven a abrir el debate. Algunos teóricos, como Roland Barthes, plantearon la literatura como la práctica de la escritura, otros como todo lo que es ficción, otros incluyeron a la crítica y los ensayos, los más vanguardistas metieron en el saco a lo oral. No hay un consenso claro. Al final, todas estas vertientes desembocaron en un punto de vista relativista, sí, pero inclusivo: literatura es todo lo que las instituciones (la crítica) considere literatura. Y en la actualidad no hay institución crítica más prestigiosa, para bien o para mal, que la Academia Sueca.

Así es cómo la literatura puede finalmente abrigar a su género de origen, la poesía épica y clásica, con la poesía contemporánea donde no importan si los versos riman, con las novelas modernas y experimentales, con los ensayos críticos, con las biografías, con las crónicas periodísticas y con las tradiciones orales de los pueblos autóctonos que no conocen la escritura, las cuales abundan en nuestro país. El objetivo final es ese: no dejar de lado la raíz oral de la escritura, que toda la atención no se lo lleve lo escrito, que el concepto ya no esté subyugado a la industria editorial.

Ecritor no, pero literato sí. ¿Para qué damos toda esta vuelta? Para llegar a Bob Dylan y entender su lugar en el desarrollo del concepto de literatura. El Nobel reconoce al norteamericano “por sus aportes poéticos a la tradición de la canción norteamericana”. Es un premio a la música popular. No a la música clásica escrita en partituras, sino a la tradición folclórica, heredera de la oralidad de los pueblos antiguos, como los poemas épicos en la antigua Grecia, que no conocieron la escritura. Aquella que se pasó de boca en boca y que no necesariamente se escribe. Esto es esencial para entender la contradicción que parece rodear al Nobel de Dylan: ¿Por qué se le da un premio de literatura a un cantautor y no a un escritor? Porque para ser literato no es solo necesario escribir, sino simplemente crear con el lenguaje. Los aedos de la antigua Grecia, los juglares que entonaban los cantares de gesta (El Mío Cid, Beowulf, o Nibelungos) o los sabios de los pueblos autóctonos: ninguno de ellos escribió una línea o publicó un libro. Su única arma fue el lenguaje.

Lo que separa a Bob Dylan de estos, además de que está vivo, es que los casos previos de oralidad eran casi siempre colectivos. Incluso si el Nobel algún día se convierte en retroactivo, nunca se le dará al autor de El Mío Cid o la Iliada porque no le pertenecen a un autor, sino a la tradición de un pueblo. En el caso de Dylan es disinto y novedoso. Es un sujeto individual, está vivo y todavía da conciertos, lo que lo convierte en la mejor oportunidad de la Academia de premiar a un cantante, un poeta oral, un representante de esta clase de literatura.

A Bob Dylan no se le premia por su música, se le premia por sus letras. Y no solo por su habilidad para componer las canciones, sino también para cantarlas. No podemos separar las letras de la forma en que las entona. Si uno lee una canción como Idiot Wind (Blood on the Tracks, 1975), hay un goce estético, el cual se eleva a otro nivel al escuchar la desgarradora forma en que la canta. Es una catarsis al más puro estilo de una tragedia griega. Su poesía es ante todo oral y el premio a su obra es la muestra más concreta de un reconocimiento de las instituciones literarias, de la crítica formal, a la literatura de este tipo.

El Nobel a Dylan abre un nuevo campo dentro de la concepción ‘canónica’ de la literatura. Desde este jueves 13 de noviembre el concepto formal de literatura ya no debería incluir solo a las novelas, los cuentos, la poesía escrita, los ensayos críticos, y el teatro, sino también a las letras de las canciones que así lo merezcan y que sean reconocidas como de calidad literaria por la crítica. Esa poesía que no se escribe, sino que se canta.

Su lenguaje y su poesía. El debate puede abrirse desde otras arenas: ¿son realmente de calidad poética las canciones de Dylan? Esta respuesta puede ser un poco más subjetiva. No faltan estudios críticos formales sobre su obra y The New Yorker enumera a algunos (Ellen Willis, Alex Ross, Robert Shelton). Nuestro aporte es recordar que Dylan rescató el lenguaje popular de músicos como Robert Johnson, Woody Guthrie o Pete Seeger y creó puentes con la obra de escritores como Charles Baudelaire, T.S. Eliot, Ezra Pound, Allen Ginsberg, gran amigo suyo, y del propio Dylan Thomas, de quien tomó prestado su nombre artístico. Sus mejores letras están marcadas por el surrealismo y el simbolismo de su fundamental trilogía de discos de la década del sesenta: Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y Blonde On Blonde (1966). Los ejemplos son varios, pero hay tres canciones, distintas entre sí, que sirven de ejemplos efectivos: la casi dadaísta It’s alright ma, I’m only bleeding, la onírica Desolation Row y la simbolista Visions of Johanna. En cada link podrás leer sus letras.

Un tema con el que suele asociarse con Dylan es el de la etiqueta de cantante rebelde, de protesta, de ícono antibelicisita, como destaca un artículo de El País de España. En realidad, el grueso de su obra tiene más en común con la de los llamados 'poetas puros' que con los 'poetas comprometidos'. "A Bobby no le importaba nada, era un genio y tenían que dejarlo ser un genio", dijo Joan Baez en el documental No Direction Home sobre la separación de su antiguo novio de la causa social, por la que sus antiguos fanáticos lo llamaron traidor. Sus mejores composiciones se dan en dos etapas La primera fue cuando, hacia la segunda mitad de los sesentas compone letras surrealistas que no buscan comunicar un mensaje, sino sensaciones, experiencias. La segunda es la otra cara de la moneda, su lado más desgarradoramente sentimental y descorazonado, el cual está plasmado en el disco Blood On The Tracks (1975) y del que quedan rezagos en Desire (1976). Solo por estos cinco discos, en los que no están canciones como Blowin’ in the wind o The times they are-a changin, Dylan tiene ganada la distinción de poeta. Pero también tiene otros por si estos no te convencen: el rebelde The Freewhelin’ Bob Dylan (1963), el hogareño Nashville Skyline (1969), el alegre Planet Waves (1974), el melancólico Time Out of Mind (1997), etc.

¿Merecen el narrador norteamericano Philip Roth o el poeta sirio Adonis ganar el Premio Nobel? Seguramente y es muy posible que lo hagan los próximos años. ¿Es una injusticia que lo haya ganado 'Bobby' y no Borges o Camus en su momento? Quizás, pero también lo serían casi todas los Nobel desde sus muertes. El reconocimiento a Dylan es a un poeta, un poeta oral que revolucionó el lenguaje usado en la música popular y cuya obra ha sobrevivido el paso del tiempo mejor que la de varios escritores de máquina o lapicero. Tampoco se puede decir que su victoria fue un arreglo comercial: la mayoría de su obra se puede conseguir gratis en Spotify o en los rincones más anónimos de YouTube. Además, quienes salen más beneficiados cada año con los ganadores del Nobel son las grandes editoriales a las que pertenecen y que tras el premio, relanzan con éxito sus mejores libros. El premio a ‘Bobby’ es un mensaje de la Academia: la literatura evoluciona y expande sus límites. The times, they are a-changin'.

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