RPP Noticias conversó con el escritor Luis Fernando Cueto sobre su nueva novela 'Cosecha de tiburones' y su colección de ensayos dedicados a la obra de Oswaldo Reynoso.
"Cosecha de tiburones", la nueva novela del escritor chimbotano Luis Fernando Cueto, podría haber sido una crónica del Chimbote de 2007 en adelante, dominado por la corrupción del expresidente regional César Álvarez, cabeza de una mafia que sobornaba periodistas, asesinaba enemigos, lucraba con los recursos públicos y tenía como centro de operaciones un inmueble apodado La Centralita.
Pero Cueto, ganador del Premio Copé de Oro por su novela "Ese camino existe", eligió el terreno de la ficción. Por eso, en un guiño de ironía, los sucesos de su historia transcurren en la región Bonanza, cuya capital es El Progreso, y está poblada por una galería de personajes de variada calaña: desde el sicario que declara en el atestado policial y el teniente interesado en resolver el caso hasta el periodista que alquila su consciencia o el político opositor de carrera dudosa.
Actualmente radicado en Alemania, el narrador empezó a escribir su novela durante una estadía en España, donde "Cosecha de tiburones" —un policial "a la peruana"— se publicó el año pasado. Este 2022 la ficción desembarcó en librerías peruanas bajo la editorial Trascender, junto con un nuevo título que ganó el concurso de Estímulos Económicos para la Cultura del Mincul: "Viaje a través de la piel. Travesía por la obra de Oswaldo Reynoso", una colección de ensayos.
Sobre este último libro, dedicado a explorar las lecturas y las claves en la escritura del autor de "Los inocentes", y su reciente novela, Luis Fernando Cueto conversó con RPP Noticias.
Tu novela arranca con una advertencia que bien podría ser un aforismo: "Los personajes y hechos de esta novela son productos de la ficción. Sin embargo, si alguno de ellos se parece a una persona o a un hecho real, no es casualidad; es la pura verdad". ¿Es ese el verdadero poder de la literatura? ¿Sacar a flote verdades escondidas en nuestra realidad?
Quería dar la idea de que hay cosas donde la realidad supera a la ficción. Las cosas están tan rebasadas con la criminalidad que la ficción a veces queda rezagada con todo lo que sucede. En Perú hay que dosificar el bombardeo de realidad que recibimos a diario. ¿Hasta dónde somos capaces de indignarnos o asombrarnos? La ficción en este caso corre detrás de la realidad. Por eso, en la novela latinoamericana, los héroes policiales están luchando contra la impotencia. Son héroes impotentes, tullidos, que o están envueltos con la corrupción o son incapaces de darles batalla.
"Cosecha de tiburones" pudo haber transcurrido en Chimbote, pero has decidido que el escenario sea una región imaginaria parecidísima al puerto. ¿A qué respondió la elección de disfrazar así tu ciudad?
Lo que pasa en Áncash pasa en todo el Perú. He querido simbolizar una región para subrayar que eso puede pasar en cualquier lugar del Perú. Es Junín, Arequipa, Tumbes... es todo el Perú. Le pongo Bonanza, porque todas esas regiones, aparentemente, tienen auge económico, están boyantes, pero esa bonanza no se traduce en desarrollo o infraestructura porque todo se pierde en corrupción o criminalidad. El Perú es el país de las bonanzas perdidas: la del guano, el caucho, el salitre, el acero, la pesca. No se trata ya de la riqueza natural, sino del capital humano. En eso hemos fallado toda la historia. Todos los gobiernos regionales están en la misma situación. Para mí, el Perú está secuestrado en 26 mafias regionales que no dejan progresar.
En la novela hay personajes que dan cuenta de una realidad compleja: desde el policía corrupto al sicario que trabaja para el gobierno regional desde las sombras. Al contrario de tu libro ganador del Copé, aquí no parece haber lugar para que ese otro camino exista.
Este es un escenario más desencantado. Quería ponerle un título algo largo: "Siembra pirañas y cosecharás tiburones". Si no educas a la gente para que sean ciudadanos de primera, cómo les puedes exigir que sean buenos ciudadanos. Lo único que estamos haciendo es jardines de pirañas y luego tendremos el país lleno de tiburones. No estamos sembrando para el futuro. Esta ola de delincuencia, sicariato y corrupción es el restulado de la generación anterior que no se preocupó por educar a sus hijos. Salimos de la guerra con Sendero Luminoso y nos cruzamos de brazos. No nos preocupamos por conjurar las causas del conflicto. Y los hijos de la violencia han tomado las ciudades, las regiones. Son los hijos sin educación en un país sin instituciones, con los poderes del Estado que no funcionan. Es una situación dramática.
El policial no te es desconocido: lo has explorado en "Días de fuego" y hay páginas de "Ese camino existe" que transitan el género. Pero el Perú no es ciertamente un país que haya producido muchos narradores de policiales. ¿A qué tradición recurre un escritor peruano cuando necesita herramientas para escribir un libro de este corte?
En el Perú se han hecho poquísimas novelas policiales. Eso le llamó la atención a los editores de España y consideraron que es la primera novela policial " a la peruana". Pero en Latinoamérica sí existe una tradición policial que es muy distinta a la clásica europea o norteamericana. Del policial europeo, los investigadores son héroes que encarnan valores; en el norteamericano no tanto, pues en el hard boiled emplean la misma violencia que los delincuentes. Acá [en Latinoamérica] vemos a un investigador que también encarna valores, quiere hacer algo, pero combate desde la impotencia, ve que todo lo rebasa. Cree estar luchando contra una organización criminal, pero al final hay una organización superior a la que enfrentaba. En mi novela, [el investigador] descubre una organización criminal en una región, pero ese mismo día encuentran 200 kilos de droga en el avión presidencial. En ese mundo está atrapado. Quizás le quise dar una corriente distinta al policial latinoamericano, porque con todos sus antivalores, en otros libros —como en "Plata quemada" [de Ricardo Piglia]—, el investigador resuelve el caso. Pero en "Cosecha de tiburones" todos pierden.
Otro aspecto llamativo de tu ficción es el lenguaje, que cabalga entre la poesía, la jerga canera y la narración pura y dura. Y en varios pasajes he entrevisto ciertos recursos que había leído antes en los libros de Oswaldo Reynoso. ¿De dónde viene esta voz, este ritmo trepidante, que empapa todo "Cosecha de tiburones"?
En todas mis novelas trato de dar una voz que se adecúe a la historia. Acá es un ritmo trepidante, porque está la voz del narrador, del personaje, los pensamientos y los ambientes, todo da vueltas en un remolino que avanza casi imparable, como un vértigo. Me parecía lo adecuado para esa historia que no da respiro, algo que ni deja pensar. Quizás en algunas pausas puede reflexionar. Pero todo te lleva hacia adelante como en una balacera o una emboscada. En cuanto a la jerga canera, también hay la policial y he tenido mucha captación de estas por mi experiencia como policía y abogado penalista. He visitado penales y he hablado con muchos delincuentes. En Áncash he tenido conversaciones con algunos protagonistas, de los reales, y todo eso me ha servido para definir historias. La jerga, claro, viene de Reynoso, que fue el primero en emplearlo, pero antes de él viene de Francia, de Jean Genet, que es el referente de Oswaldo.
Que nombre a Reynoso no es coincidencia. "Viaje a través de la piel", tu libro de ensayos sobre el autor de "Los inocentes", es casi una carta de amor por la literatura que él escribió. ¿Cuándo surgió la necesidad de escribirlo?
Con Oswaldo he tenido una amistad de muchos años. Lo conocí en la década del 80, cuando yo era joven y llegué una noche al bar Palermo. Me sorprendió verlo, porque pensé que estaba en la China. Entré con un grupo de amigos y él estaba en una mesa con escritores renombrados. Pero a eso de la medianoche nos invitó unos tragos. Nos preguntó quién escribía y ese era yo. Le dije que escribía poesía y me invitó a su casa para llevarle lo que tenía escrito. Diez años después, mi editor me llama y me presenta a Reynoso y retomamos una amistad que se hizo indisoluble hasta el día en que él murió. Unos años antes, le prometí que escribiría un libro de ensayos sobre su obra. A partir de ese momento, él se preocupó en darme algunas claves: sus influencias, los libros que lo marcaron, los autores. Me recomendaba los libros de Nietzsche, Sartre... así fui siguiéndole la pista. Es un libro de afectos y sobre las influencias de Oswaldo, y trata de develar algunas claves de su narrativa.
¿Cómo se forjó el Oswaldo Reynoso lector?
Oswaldo inició escribiendo poesía, pero casi sin apoyarse en autores peruanos o latinoamericanos, porque en Arequipa le llegaban valijas de libros que provenían de Argentina, y era sobre todo literatura europea. "Luzbel", su primer poemario, bebe de autores europeos, empezando por "El paraíso perdido" de John Milton y la poesía de William Blake. En la literatura peruana no se había tocado esa temática de los arcángeles ni la lucha entre ángeles caídos, entre el bien y el mal, y la expulsión del paraíso. Era una temática de la literatura inglesa. Y también tiene muchas influencias de la literatura francesa, y de Nietzsche que leyó en sus primeros años de universitario. Eso le ayudó a tener una voz peculiar en el país. Claro que tiene la influencia de la generación del 50 peruana, que asimilaron a Joyce y Faulkner, pero la poesía inglesa se nota en "Luzbel".
Hay un tono confidencial que aleja a tu libro del tono académico con que ha sido abordada usualmente la obra de Reynoso. ¿Se definió así desde un principio o fue algo que tomó forma a medida que te planteabas los temas?
Tiene mucha información de primera mano. Yo le he hecho muchas entrevistas y ahí están [en el libro] algunas sobre sus inicios, su infancia. No quise hacer un trabajo académico, sino una obra de ensayo con total libertad. Para mí, el ensayo está más cerca de la ficción que del trabajo académico. El ensayo te deja volar, imaginar. Algo así como hizo Sartre con Baudelaire y Genet, lo que llamó la psicobiografía. No es una biografía mi libro, sino un psicoensayo con mucha imaginación. Es lo que finalmente hacía Montaigne: imaginar y dar opiniones libres. Claro que también me apoyo en mis propias lecturas, en las de Reynoso, en los gustos que tenía. Es un rastreo detrás de las pistas de Oswaldo.
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