Tras ingresar a la literatura peruana con dos libros de cuentos, el escritor Paul Baudry firma su debut en la novela con una historia que conjuga tres destinos unidos por el Perú y sus 200 años de independencia.
A primera vista, el mayor mérito que tiene “La república de las chispas” (2022), del narrador Paul Baudry, es haber podido sacar adelante una historia que parecería de imposible ejecución. No es una exageración afirmar que, con este título, el autor se ha ganado un merecido espacio en la literatura nacional al unir con un entramado inteligente tres vidas disímiles —las de un pintor chino, una periodista local y un escritor peruano— en un contexto histórico tan próximo a nuestra actualidad, como lo es el Bicentenario del Perú.
El “chispazo” de esta novela, la primera que escribe Baudry tras lanzar dos cuentarios en los últimos 18 años, surgió luego de que el escritor viera un documental dedicado a Cai Guo-Qiang, artista pirotécnico que en la ficción recibe el nombre de Zao Zu-Zhe. Sin embargo, el autor se había propuesto escribir, como dijo a RPP Noticias, “una novela peruana que hable sobre el Perú”, de manera que buscó a otros dos personajes de nuestro país que guarden una correspondencia cronológica con la vida del pintor chino.
Fue así como nacieron las otras dos líneas argumentales dedicadas a la reportera Roxana Chamorro y el narrador de “La república de las chispas”, un escritor radicado en París (Francia) que recibe el encargo de narrar cómo la periodista y el artista llegan a conocerse en medio de la celebración de los 200 años de independencia del Perú. Sus destinos, además, están tranzados por un hecho esencial, que se convierte en metáfora y leit motiv en las tres historias: todos ellos han sobrevivido a incendios.
El incendio como metáfora me recordó de inmediato a esa novela de Richard Ford, “Incendios”, donde también se puede observar lo que significan las llamas en la vida de alguien: un proceso abrupto, violento, que produce un cambio. Aunque en tu caso, hablamos de un incendio colectivo.
Claro, la idea es que la experiencia individual sea un reflejo de la vida colectiva y viceversa. Es un momento que desnuda la precariedad colectiva, porque está el tema de cuáles eran las medidas de seguridad que se habían implementado para enfrentar un riesgo, pero cuestiona cosas más profundas: ¿qué es una persona en una catástrofe? ¿Cuál la definición de sujeto en ese momento? Pienso lo que pasó en esa fábrica donde murieron dos chicos asfixiados en los containers. Lo que el incendio revela ahí es cuánto valía su vida y qué significado tenía, además del tema de la explotación laboral. Esa muerte es un retrato del Perú: lo que hay detrás. Y eso podríamos decir de los incendios citados en la novela: Utopía, Mesa Redonda, Cantagallo, Larcomar… cada uno revela un momento.
Los tres personajes de “La república de las chispas” están llenos de idealismos al inicio de la novela, pero avanzan las páginas y se van encontrando con muchos traspiés. No parece gratuita en esa mirada pesimista la huella de Ribeyro, sobre quien te ocupaste en tu doctorado para La Sorbona.
Imagino que no, inconsciente seguramente, pero está la idea de que son tres destinos que el destino corrompe, y que la sociedad donde ellos evolucionan también. A Roxana, desde muy pequeña, le meten en la cabeza diferentes imaginarios, no solo uno peruano y otro francés, sino el de su tía, que ha hecho Mayo del 68 y tiene ideas revolucionarias, versus los de sus padres que son más conservadores. Ella es un poco la esquizofrenia del Perú, este tira y afloja entre esos dos extremos que vemos ahora también.
Son distintos los géneros que se exploran en tu ficción, desde la novela política a la novela en clave, en el que hay lugar incluso para la parodia. ¿Tenías en mente construir una suerte de pastiche?
Debo confesar que cuando escribo tengo la tendencia a hacer chistes. No pretendo que sean buenos ni tampoco ser gracioso, pero tiendo a que la frase se me vaya para allí. Lo digo porque no es necesariamente una cualidad: hay momentos en los que no hay que buscar la chanza. Pero a mí se me va la mano, lo dejo correr y se transforma en una parodia de un estilo. Por otro lado, creo que somos un país de parodias en el sentido de imitaciones. El humor peruano está lleno de “los dobles”, todo un clásico de "Risas y Salsa", donde hay una secuencia de “los firmes y los bambas”. Eso dice mucho del Perú: la ley oficial y la ley paralela. El modelo y la copia. Lo que debería ser y es realmente. Y regresamos al tema del ideal y la decepción. El humor es un disolvente, no permite construir, es un tacle que hace que las estructuras se derrumben, y eso dice mucho de la chispa como imagen, ya que es un amago de, que no termina por cuajar. Pasa en la política: nada cuaja, nada termina siendo una sola cosa.
La variedad de géneros también se aplica a la de registros a nivel de lenguaje. ¿De dónde viene la necesidad por peruanizar, por ejemplo, el mundo chino de Zao Zu-Zhe?
Tiene una justificación: el conjunto de la novela es escrito por Ernesto, que reconstruye la historia A y B a partir de los materiales que le entregan. Es decir, el que reconstruye las cosas es un peruano. Ahora, hay también otro alcance, hecho mucho por Alfredo Bryce Echenique, que es el hecho de peruanizar el norte global. En el Perú estamos en un sur global, en el sentido de un espacio cultural históricamente subalterno y dominado, y sentirnos capaces de mirar al norte de tú a tú, o burlarse de esa zona, es una forma de invertir los polos a través del humor. La velocidad del chiste es una fuerza y una debilidad.
La construcción de tus diálogos me recuerda mucho al Vargas Llosa de “Pantaleón y las visitadoras”. No sé si hay influencias de las que eres más consciente que otras. ¿Cuáles reconoces como tuyas en esta novela?
Está Vargas Llosa, en particular “Conversación en La Catedral”: el juego por capítulos, la voluntad de representar una visión sintetizadora de las décadas. La segunda influencia es una novela de César Aira, que se llama “Una novela china”, y es un ejercicio muy flaubertiano, en el que poco importa lo que se cuenta sino que la prosa está tan habitada por una convicción que esa historia no solo es creíble, sino también magnífica. Es lo que yo quise hacer con el primer capítulo: una entrada un poco desconcertante que empieza por la China y por otra época. Una tercera influencia, probablemente, sea Bryce Echenique en el hecho de que todo se puede oralizar y todo se puede poner a la altura del juego verbal. Hay un juego de voces también, donde existen cuatro pascanas, estos momentos reflexivos del narrador donde cuestiona lo que está haciendo y en cada uno el acercamiento al lenguaje es diferente.
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