Tarantino es como una escena de sus películas. En veinte minutos de entrevista, él dedica cinco a una actriz húngara de los años treinta.
Quentin Tarantino es especialista en convertir sus carencias en virtudes y para su nuevo filme, "Inglourious Basterds", ante la ardua tarea de aplicar el rigor histórico, ha decidido permitirse tantas incongruencias como para reescribir a su gusto la II Guerra Mundial.
"Nunca había tenido límites a la hora de escribir un guión. Normalmente, mis personajes se van de mí y no los puedo dominar. En esta ocasión me di cuenta de que el rumbo de la Historia era un muro contra el que chocaba mi creatividad", argumenta Tarantino en una entrevista con la prensa internacional en Cannes.
¿La reacción ante ese muro?. Dinamitarlo.
"Yo estaba preparado para respetar el rigor histórico, pero luego pensé: mis personajes no saben que están en la Historia. Entonces, ¿podrían ellos cambiar la Historia?. Ellos no existieron porque yo los inventé, pero si hubieran existido, ¡la Historia habría sido distinta!", recita como si fuera un trabalenguas.
Así, en "Inglourious Basterds", Tarantino se permitió "retratar a Goebbels como un magnate de Hollywood, no como el ministro perverso que siempre nos han enseñado" y, de la misma manera, diseñó un final para la contienda muy lejos del armisticio.
No obstante, la licencia más impactante que se toma la película no se puede desvelar por respeto al espectador, pero hará correr ríos de tinta.
La nueva "tarantinada" es hacer del cine histórico un género imprevisible.
Esos "Inglourious Basterds" del título (con los que el cineasta persigue su segunda Palma de Oro tras "Pulp Fiction" (1994)) son un grupo de judíos estadounidenses, con Brad Pitt a la cabeza, que van a París con la misión de matar a todos los nazis que encuentren, una premisa rescatada del filme italiano "Quel maledetto treno blindato" (1978), de Enzo Castellari.
Tarantino es como una escena de sus películas. En veinte minutos de entrevista, él dedica cinco a una actriz húngara de los años treinta.
Como si fuera David Carradine hablando de por qué Superman es el mejor héroe de cómic justo antes de que se complete la venganza de "Kill Bill 2" (2004).
"Sólo controlo mi carácter impulsivo y me pongo nervioso cuando estoy rodando una escena importante y mis majaderías pueden afectar a mucha gente. Entonces, no quiero joderla. Pero en lo demás, incluso escribiendo mis guiones yo solo, no me importa tanto", reconoce.
Ese genio caprichoso es el que produce diálogos impecables como los que habitan, con cierta irregularidad, "Inglourious Basterds", en la que crea una vez más un grupo de personajes impagables.
Ahora, además, en varias lenguas: inglés, francés y alemán son los tres idiomas "cooficiales" del filme.
"Con la escena que abre esta película (en la que un nazi compara a los judíos con las ratas) por fin he superado la que consideraba mi secuencia mejor escrita: la de los sicilianos en "Amor a Quemarropa"", película dirigida por Tony Scott sobre un guión de Tarantino en 1993.
Desde entonces, uno de códigos de Tarantino ha sido la violencia: glorificada por su tratamiento estético a la vez que devaluada por una línea de diálogos que se emancipa totalmente de la acción sangrienta.
"No pienso en si mis películas son más o menos violentas, es algo orgánico y apropiado para el filme". En "Inglourious Basterds", lo "adecuado" eran cueros cabelludos arrancados, piernas perforadas y soldados degollados. "Me preocupaba más evitar los clichés de las películas de guerra. Que peguen a un nazi y luego se pongan su traje y les siente como un guante, que haya muchas muertes pero nadie grite. En mi película, el único muerto que no puede gritar es porque le cortan la garganta", afirma.
Tarantino, como buen mitómano, carga su cine de referencias, e "Inglourious Basterds" no es una excepción: el cine clásico de los 40 y la propaganda nazi son esta vez sus influencias.
Además, el rodaje en los estudios Babelsberg de Berlín fue para Tarantino "una experiencia mágica". "Ahí fue donde Fred Zinnemann hizo sus películas alemanas, Marlene Dietrich cantó "Falling in love again", y la oficina de mi director de producción había sido la oficina del propio Goebbels", asegura.
Para el final desvela uno de sus guiños: ¿Por qué el título de su última obra contiene una falta de ortografía?: "Es una floritura artística. El toque Basquiat de la película", asevera entre risas.
-EFE-
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