´Estamos desesperados y he venido a pedir que Jesucristo vuelva con nosotros, que no nos dé la espalda´, dice Jean André Noel, técnico informático.
Ninguna campana sonó en Puerto Príncipe este domingo pero decenas de haitianos acudieron como acostumbran a la misa en la catedral, para encontrar en Dios la esperanza perdida tras el terremoto que devastó la ciudad y provocó decenas de miles de muertos.
Cinco días después de la tragedia, la celebración tuvo lugar en una calle contigua al tempo, que quedó totalmente en ruinas tras el sismo.
Sólo una fachada se mantiene en pie y en medio del rosetón, una imagen de Dios parece mirar el desastre desde lo alto.
"Debo transmitir un mensaje de esperanza porque Dios está entre nosotros pese a la tragedia y la vida no ha terminado", explica el padre Henry Marie Landasse mientras se prepara para la celebración.
Ante la visión del templo, el sacerdote levanta las manos al cielo.
"Hay cosas difíciles de entender sin los ojos de la fe", dice.
Con máscaras en el rostro para protegerse del hedor a putrefacción que invade las calles, sucios, exhaustos y muchos de ellos hambrientos, los fieles le reciben cantando y con rosarios en las manos.
"Hemos perdido mucho. Algunos lo han perdido todo pero Dios está con nosotros", afirma con gesto cansado Aida Paul.
En este país profundamente creyente, donde conviven diferentes prácticas asociadas al cristianismo, el sismo del martes fue entendido como un signo de Dios y vivido por muchos haitianos con una sorprendente resignación.
En las calles, donde miles de haitianos se ven obligados a vivir desde el martes, los cánticos de alabanza a Dios y de agradecimiento por estar vivos duran casi toda la noche.
"No he perdido la esperanza ni mucho menos la fe en Dios porque estoy viva", afirma Ismela François, una anciana que vive frente a la catedral.
"Y he venido a dar gracias porque la mano de Dios salvó a mi familia", agrega.
La túnica blanca del sacerdote choca con el cuadro desolador que lo rodea y su voz se ve opacada a menudo por los helicópteros que sobrevuelan la ciudad.
"Gracias por habernos salvado, y misericordia para las víctimas", comienza la ceremonia.
Ninguno de los fieles olvida que uno de los sacerdotes de la catedral permanece todavía enterrado entre los escombros de la archidiocésis, situada a escasos metros, donde varios equipos de rescate ya confirmaron que no hay rastro de vida.
"No lo hemos podido recuperar todavía", comenta resignado el padre Landasse.
De rodillas en el suelo, algunas mujeres no pueden reprimir las lágrimas.
Entre oración y oración, los fieles conversan en voz baja de las últimas noticias que tienen sobre el sismo, sobre personas que finalmente fueron encontradas muertas, sobre otras de las cuales no saben nada y sobre la repartición de ayuda humanitaria.
"Todo el mundo aquí tiene una desgracia para contar. Hemos perdido amigos, familiares y todo lo que teníamos", explica Pauline, una madre de familia que reza con máscara y guantes, asustada por las posibles infecciones que puede atrapar en la ciudad.
"Vivo en la calle desde el martes junto a mi familia. Estamos desesperados y he venido a pedir que Jesucristo vuelva con nosotros, que no nos dé la espalda", dice Jean André Noel, técnico informático.
Con la mirada puesta en los helicópteros de la ONU que sobrevuelan el lugar de la misa, algunos no pueden reprimir la rabia.
"Dicen que el aeropuerto está lleno de médicos, de comida y de agua. Pero nosotros no hemos visto casi nada. ¿Por qué no traen ya esa ayuda a la ciudad?", se pregunta Simeon Toussaint.
AFP
Cinco días después de la tragedia, la celebración tuvo lugar en una calle contigua al tempo, que quedó totalmente en ruinas tras el sismo.
Sólo una fachada se mantiene en pie y en medio del rosetón, una imagen de Dios parece mirar el desastre desde lo alto.
"Debo transmitir un mensaje de esperanza porque Dios está entre nosotros pese a la tragedia y la vida no ha terminado", explica el padre Henry Marie Landasse mientras se prepara para la celebración.
Ante la visión del templo, el sacerdote levanta las manos al cielo.
"Hay cosas difíciles de entender sin los ojos de la fe", dice.
Con máscaras en el rostro para protegerse del hedor a putrefacción que invade las calles, sucios, exhaustos y muchos de ellos hambrientos, los fieles le reciben cantando y con rosarios en las manos.
"Hemos perdido mucho. Algunos lo han perdido todo pero Dios está con nosotros", afirma con gesto cansado Aida Paul.
En este país profundamente creyente, donde conviven diferentes prácticas asociadas al cristianismo, el sismo del martes fue entendido como un signo de Dios y vivido por muchos haitianos con una sorprendente resignación.
En las calles, donde miles de haitianos se ven obligados a vivir desde el martes, los cánticos de alabanza a Dios y de agradecimiento por estar vivos duran casi toda la noche.
"No he perdido la esperanza ni mucho menos la fe en Dios porque estoy viva", afirma Ismela François, una anciana que vive frente a la catedral.
"Y he venido a dar gracias porque la mano de Dios salvó a mi familia", agrega.
La túnica blanca del sacerdote choca con el cuadro desolador que lo rodea y su voz se ve opacada a menudo por los helicópteros que sobrevuelan la ciudad.
"Gracias por habernos salvado, y misericordia para las víctimas", comienza la ceremonia.
Ninguno de los fieles olvida que uno de los sacerdotes de la catedral permanece todavía enterrado entre los escombros de la archidiocésis, situada a escasos metros, donde varios equipos de rescate ya confirmaron que no hay rastro de vida.
"No lo hemos podido recuperar todavía", comenta resignado el padre Landasse.
De rodillas en el suelo, algunas mujeres no pueden reprimir las lágrimas.
Entre oración y oración, los fieles conversan en voz baja de las últimas noticias que tienen sobre el sismo, sobre personas que finalmente fueron encontradas muertas, sobre otras de las cuales no saben nada y sobre la repartición de ayuda humanitaria.
"Todo el mundo aquí tiene una desgracia para contar. Hemos perdido amigos, familiares y todo lo que teníamos", explica Pauline, una madre de familia que reza con máscara y guantes, asustada por las posibles infecciones que puede atrapar en la ciudad.
"Vivo en la calle desde el martes junto a mi familia. Estamos desesperados y he venido a pedir que Jesucristo vuelva con nosotros, que no nos dé la espalda", dice Jean André Noel, técnico informático.
Con la mirada puesta en los helicópteros de la ONU que sobrevuelan el lugar de la misa, algunos no pueden reprimir la rabia.
"Dicen que el aeropuerto está lleno de médicos, de comida y de agua. Pero nosotros no hemos visto casi nada. ¿Por qué no traen ya esa ayuda a la ciudad?", se pregunta Simeon Toussaint.
AFP
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