El lunes 6 de julio de 1953 los diarios reflejaban en primera plana el perfil del percance. Se hablaba de una catástrofe en el cruce de la muerte, el conteo de víctimas no cesaba y sumaban ya 12 los futbolistas del Juan Aurich, fallecidos tras haber sido arrollado el bus en que viajaban por el tren de Ascope.
Tras derrotar por tres goles a uno al Rambler de Salaverry, el Juan Aurich dejó su nombre muy alto en el Mansiche. Habían ganado, bajo la dirección del Patrullero González y con el lucimiento de nuevos refuerzos como José Castañeda, o Marcelino Tello. El arquero, Ugaz, era chiclayano y había acudido acompañado de su novia, es triste hablar así, la única víctima mujer.
Ella y esos hombres, que ahora se acomodaban en el Chifa para celebrar el triunfo, estaban marcados, pedidos. Como si la mano de los dioses hubiera estado gestando un sacrificio masivo en la mejor tradición moche. Otros no estaban marcados. Luis Bernal por ejemplo. Había pasado de Universitario al Aurich hacía poco, pero la enfermedad de su menor hijo lo obligó a despedirse de sus compañeros del Aurich. Apenas apagados los fragores del chifa. Bernal subió a un bus, de la línea El Chasqui, rumbo a Lima.
Sus compañeros, ya algo tarde y entonados, abordaron la góndola (así se hablaba antes) que iba con todos los asientos ocupados y el pasillo repleto de gente, esto es con 55 pasajeros a bordo. El bus empezó a cubrir el tramo entre Trujillo y Chiclayo en medio de la noche del 5 de julio de 1953. El vehículo lo conducía un joven que no era del lugar y cubría la ruta por primera vez.
La pregunta es cómo así se produjo el choque. En primer lugar no habla señalización alguna. En segundo término, el maquinista hizo sonar el silbato y dijo estar seguro que el bus pararía. Pero en el bus reinaba la algarabía, los cánticos saturaban el aire. Pero lo peor es que por un par de kilómetros el tren de Ascope corría paralelo a la vía y luego cruzaba el caminito que entonces era la Panamericana. El chofer del bus, ignorante de todo esto y según refirieron testigos, nunca supo que venía un tren. Al ver las dos luces rojas de la máquina, pensó que venía un vehículo de norte a sur y decidió, prudente, pegarse a la derecha.
Lo demás es un dolor que iremos conociendo poco a poco. Lo demás es también este sentimiento actual del Aurich renacido, del Aurich campeón. Esta suerte de tejido milenario que nos hace ver, en el mejor tramado moche, en este sacrificio masivo de hace 58 años el fundamento para la coronación y dicha actuales. Los dioses quitan, los dioses dan. Siempre ha sido así (continuará)
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