El economista Richard Webb señala algunos errores que el PBI puede cometer, si desconoce factores que producen valor, aunque no tengan precio en el mercado. Y Monseñor Castillo asume el Arzobispado de Lima y muestra su flamante escudo de armas episcopal
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Los peruanos solemos carecer de una cultura económica que nos permita comprender los diferentes puntos de vista sobre las actividades productivas y discernir los argumentos serios de la demagogia y la disimulación de intereses particulares. Durante los últimos años se han multiplicado los estudios de posgrado en negocios y administración de empresas, pero en el currículo de la escuela secundaria las clases de Economía suelen ser consideradas marginales y aburridas. De esa manera, nos cuesta trabajo ubicarnos en la realidad del mundo contemporáneo y tener ideas claras sobre las experiencias que han funcionado en otros países, así como sobre las políticas económicas que frenan la prosperidad o que conducen, como en Venezuela, al desastre.
Por esa razón solemos adoptar posiciones simplistas y caer ante el facilismo de oposiciones binarias, si no maniqueas: la ortodoxia fiscal opuesta a la promoción de la inversión, la presión tributaria a la inversión, la minería a la agricultura, la exploración petrolera al respeto del medio ambiente o incluso la pesca industrial a la pesca artesanal. Por eso vale la pena destacar la labor de algunos economistas que añaden a su excelencia profesional la claridad de artículos periodísticos que abren los ojos y combaten prejuicios. Es el caso de Richard Webb. En un artículo publicado en El Comercio, el ex presidente del Banco Central señala algunos errores que se cometen al medir la totalidad de la riqueza de un país con el indicador más importante de una economía, el Producto Bruto Interno.
Webb afirma que el PBI no toma en cuenta el valor de los productos y los servicios sino su costo en el mercado. De ahí por ejemplo que no se pueda precisar la relación entre el aumento de los servicios públicos y la producción del país. Tampoco incluye el PBI el valor que aporta el acceso a la tecnología, como el uso de teléfonos celulares entre campesinos pobres. Webb destaca también el valor engendrado por el aumento de la esperanza de vida. Una verdad monda y lironda prevalece sobre toda duda: la prioridad debe ser la reducción de la pobreza y no hay manera de lograrla si no se aumenta la productividad de trabajadores y empresas.
Carlos Castillo, arzobispo de Lima
Pero no solo de pan vive el hombre. La diócesis de Lima cuenta desde el sábado con un nuevo titular, Monseñor Carlos Castillo quien fue consagrado Arzobispo en el curso de una ceremonia realizada en la Catedral. Castillo, sociólogo y doctor en Teología, afirmó que su “principal desafío es aprender a constatar dónde están los abusos y excesos que hoy sufren muchos por el sistema de corrupción y tener claridad y firmeza contra ellos”. Pero aún más que las palabras, Monseñor Castillo, como cada obispo, se ha expresado a través del diseño del escudo de armas que ha hecho confeccionar, como prevé el protocolo canónico. El escudo está dividido en tres partes organizadas en torno a una bandera nacional: la parte superior izquierda representa al cerro San Cristóbal, la parte inferior es un puente de piedra y en la parte superior derecha se ve a Jesús en uno de los pasajes más conmovedores del Evangelio.
El fundador del cristianismo sufre ante el dolor de una familia que ha perdido a una niña de doce años y proclama: “Niña, a ti te digo, levántate”. Monseñor Castillo toma esa frase como lema de su escudo. La frase es tan potente que dos evangelistas la han transcrito en la lengua que Jesús hablaba, el arameo, interrumpiendo la lengua en que ellos escribían, el griego. Y encima de las tres partes del escudo, se ve el sombrero ritual del Obispo, el capelo, diseñado con un inequívoco color verde.
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