"Está loca", pensó Pilar Jáuregui cuando su mamá quiso que practique deporte en silla de ruedas. Años después de dejar de correr, está en el Mundial de para bádminton y es opción a medalla en Lima 2019.
Pilar tenía 10 años cuando supo que no volvería a correr. Se enteró mientras jugaba con sus amigos. Ya los doctores le habían dicho que se cuide y no haga esfuerzos, pero ella, inquieta, se escapaba por la ventana de su cuarto para pasarla bien.
No la pasaba bien. Aunque compartía un buen rato con la gente del barrio, ese insoportable dolor que sentía en la cadera era cada vez mayor. Lo que los médicos no habían logrado que entienda, su cuerpo lo hizo de manera abrupta: no podría correr nunca más.
“Si ya estoy mal, haré todo lo que pueda porque luego no voy a poder hacerlo”, pensaba un día. “Qué vergüenza. Mejor me quedo encerrada en casa”, pensaba al otro. Debía olvidarse de las escondidas y las chapadas en la pista, y cambiarlas por trabajos de rehabilitación y tres operaciones distintas en los siguientes años, en la Clínica San Juan de Dios.
“Son dolores tan fuertes, que te dan ganas de sacarte la pierna”, recuerda ahora, mientras recorre nuevamente esos pasillos en la Avenida Nicolás de Arriola, 15 años después de su última visita. Su intención es que los niños que están ahí, pasando las terapias que ella pasó, sepan lo que ella en ese entonces no sabía: que el deporte, aunque no lo crean, los puede salvar.
Grandes ligas
Pilar Jáuregui, para badmintonista de élite nacida en Puno, es una de las principales candidatas a medalla en la delegación peruana. El año pasado, ganó tres de oro en el Panamericano de Brasil y otras tres en el Sudamericano de Lima, además de dos de plata en el International de Irlanda. Fue reconocida por el Comité Paralímpico de las Américas como la mejor para deportista de 2018 y terminó la temporada en el puesto cuatro del ranking mundial en la categoría WH2 (limitación funcional).
Ahora es la número cinco, pero podría mejorarlo en el Campeonato Mundial de Suiza, donde participará desde este martes hasta el 26 de agosto por un cupo a Tokio 2020, algo que no podría obtener en los Parapanamericanos Lima 2019, a partir del 29 del mismo mes. Y todo eso en un deporte que, siendo sinceros, no es su más grande pasión.
El momento llegó
Cuando Pilar supo que ya no podría correr, aceptó usar un bastón. Lo hizo porque ya no aguantaba el dolor. Sin embargo, y pese a las diferentes intervenciones, la luxación congénita bilateral de la cadera no dejaba de pasar factura. Cruzar la Avenida Javier Prado luego de sus clases de diseño de modas era imposible sin ayuda. Incluso, a sus 18 años, caminar una cuadra era todo un reto. Ni siquiera un andador valía como soporte.
“Mis compañeros me ayudaban. Ahí nos dimos cuenta de que no podía. Yo quería caminar, pero no podía. La pierna me dolía mucho, la cadera se me salía. Era difícil y llegó el momento”, cuenta. Se refiere a que llegó el momento de entender. Años atrás comprendió que no podría correr. Ahora le tocaba dejar de caminar.
Lo hizo. Aunque de vez en cuando se ponía de pie para ejercitar sus piernas, la silla de ruedas se volvió casi una extensión de su cuerpo. Ya con veintitantos (22, quizá, aunque no lo recuerda con exactitud) estaba totalmente acostumbrada a rodar –como ella misma lo llama– de un lugar a otro.
Mamá está loca
Raquel Cancino es maratonista aficionada. A una de esas tantas carreras, fue con Pilar, su hija, quien la acompañó en su silla clínica, de esas grandes, con cuatro ruedas. Raquel estaba tranquila con ella hasta que, de pronto, vio a personas pasar en sillas de tres ruedas. Y empezó a correr, pero no precisamente por la maratón, sino para alcanzar a alguno de esos competidores.
Estaba decidida: quería que su pequeña haga deporte. “¡Se fue como loca! Yo no quería”, recuerda Pilar. De verdad no quería. Si no hizo un escándalo fue solo para que mamá, quien estaba sumamente emocionada con la idea, no se moleste.
“Mejor no”, le decía bajito. Pero nada de lo que dijera tenía importancia en ese momento. Raquel, ya lo dijimos, estaba decidida y, haciendo honor a la locura de la que habla su hija, no paró hasta ubicar al señor Marcelo, experimentado maratonista en silla de ruedas.
Tenis. Eso era. Tenía que ir a practicar tenis los sábados en el Campo de Marte. Ahí encontraría al entrenador Víctor Gil y podría unirse a su grupo. Ella escuchó toda la información por educación, por supuesto, pero en realidad no estaba interesada para nada. ¿Cómo iba a hacer deporte en silla de ruedas? "¿Están todos locos?", quiso decir, pero no lo dijo. En su lugar, solo agradeció y se fue.
Pasaron uno, dos, tres sábados y, como era de esperarse, no asistió a ninguna clase de tenis. Aprovechaba que Raquel se iba a trabajar y se quedaba en casa. Sin embargo, no pudo esconderse por siempre: su papá la llevó. Ella aceptó con una condición: solo iba para ver cómo era. Trato hecho.
Fue con ropa de vestir, como para asegurarse de que no haría deporte, pero de nada sirvió. Le dieron una raqueta, le prestaron una silla y así, vestida como para ir a cualquier lado, menos a una cancha, empezó a entrenar. Llegó a las 2:00 pm. y salió cuatro horas después. “Desde ahí, mi vida cambió”, cuenta. El tenis estaba a punto de convertirse en su pasión… y salvación.
Piconería o motivación
“Me sacaron la ‘michi’”, dice al recordar su primera competencia de tenis. Fue el Torneo Nacional. Enfrentó a Edwin García, joven cuadripléjico que, al no poder sostener la raqueta, se la pegó con cinta en la mano. A pesar de no tener control del tronco para arriba, Edwin fue ampliamente superior. La sed de revancha –o piconería, en términos simples– llevó a Pilar a contratar un entrenador personal para tener clases particulares, además de los trabajos en equipo.
El tenis fue su primer amor, el que le hacía olvidar los dolores que de vez en cuando aún sentía, pero no el único. Sus compañeros de equipo la sumaron a un club de básquet de San Martín de Porres y, luego de entrenar con pelota y raqueta de 12 a 6:00 pm. en el Campo de Marte, se iba ‘rodando’ con ellos hasta el cruce de Nicolás Dueñas con Enrique Meiggs. Su objetivo, de 8 a 10pm. y bajo las indicaciones de Luis Ovalle, no era que la pelota no caiga al suelo, sino más bien que ingrese en una cesta.
Aunque no era la única mujer, el ‘profe’ decidió que entrenara con los hombres, y no precisamente con las figuras del grupo. “Me daba el peor equipo. Me exigía bastante”, recuerda ahora. En 2012, llegó a la final nacional como refuerzo del equipo masculino. En 2013, fue convocada a la Selección y clasificó al Mundial del siguiente año.En España 2014, fue la capitana y MVP (mejor jugadora del equipo).
En 2015, viajó a Toronto. Aunque en esos Juegos Parapanamericanos no le fue como hubiera querido, conoció a Pedro Pablo de Vinatea, abanderado de Perú. Al volver a Lima, el entonces participante de natación le propuso asistir a una clínica de para bádminton con la Federación.
Cambio de cancha
“¿Bádminton? ¿Qué es eso?”, pensó Pilar, pero fue. Más por curiosidad que por interés, fue, y ganó una de las dos raquetas que sortearon ese día. Sin embargo, no tenía pensado usarla. Si bien el entrenador Isaac Cuña la invitaba constantemente a sus clases, ella inventaba alguna excusa y se iba directo a la cancha de básquet.
Aunque realmente quería ir a la de tenis, tenía claro que la falta de apoyo en esa disciplina le impediría destacar a nivel internacional. “Si hubiese seguido, hubiera logrado mucho, pero no había soporte ni apoyo de la Federación”, dice. Para estar en el ranking 20, necesitaba ir a, por lo menos, 18 torneos. Ella llegaba a solo cuatro, y todos auspiciados por su propio bolsillo.
“Llegué a ser #70 del mundo. Me chocaba con la #20 y yo le ganaba. El tenis es el deporte que más me fascina y no poder hacerlo es complicado. El bádminton lo conocí y, bueno, vamos a ver. Uno le toma cariño a las cosas que hace, y me está yendo muy bien”, cuenta a pocos días de representar a Perú con ese deporte en Lima 2019.
Cambió la pelota por la pluma cuando, ante tanta insistencia del entrenador, le puso pausa a sus entrenamientos de básquet para ir a su primer open de bádminton. Sin saber las reglas, ni cuántos puntos debía sumar, ganó la medalla de oro. A mediados de 2016, el ‘profe’ le habló en serio. En diciembre habría un Panamericano en Colombia y quería contar con ella. Aceptó y, una vez más, se quedó con la dorada. Era la señal que necesitaba: se quedaría en el bádminton.
Aún practica básquet de forma ocasional, pero eligió representar a la blanquirroja en el deporte de la pluma, aunque eso implique dejar por completo el tenis. La forma de coger las raquetas es distinta y tiene prohibido tomar la otra. Lo entiende, porque sabe que es lo que corresponde. No solo por el apoyo que recibe de la Federación, sino además por el compromiso de sus entrenadores, quienes se quedan una hora de más o van a la cancha en feriados, si ella lo pide.
La cosecha
En sus sueños, Pilar corre. Cuando duerme, no hay silla de ruedas. No tiene que ir por la pista porque la vereda está rota. No está obligada a gastar 1,600 soles mensuales en transporte privado porque el público aún no se adapta a las personas con discapacidad. No debe ver cómo el taxista de alguna aplicación cancela el servicio al verla sentada. En sus sueños, corre, salta, sube y baja escaleras. Recuerda lo que sentía de niña y no se frustra al ver a sus profesores de pie, haciendo movimientos que ella no puede. En sueños, Pilar olvida. Cuando entrena, también.
“Las operaciones y rehabilitaciones te frustran. Se te nubla todo. Volver a hacer deporte es volver a tener otra vez determinadas sensaciones. Volver, no a correr, pero sí a sentirte veloz. A sentir el viento. El deporte te hace olvidar. A veces vienes con dolor y al final del entrenamiento ya no está. Son cosas que me pasan y me hacen feliz. Yo decía ‘estoy en silla, soy una persona discapacitada más’. En la vida pensé que iba a competir por Perú”, admite.
Hace apenas algunos días, supo que esa raqueta de bádminton que creía haber ganado en la clínica de bádminton, en realidad nunca fue sorteada. “Te la dimos porque veíamos futuro en ti, creíamos que te podías desenvolver aquí”, le dijeron. No se equivocaron. Es bicampeona panamericana de para bádminton, y en Lima 2019 va por la de oro, no solo para defender su título y hacer respetar la casa, sino además para hacer historia: es la primera vez que ese deporte se presentará en unos Juegos Parapanamericanos.
Pilar tenía 10 años cuando supo que no volvería a correr y 18 cuando entendió que le tocaba dejar de caminar. Pero a los veintitantos (22, quizá, aunque no lo recuerda con exactitud) entendió que, aunque tuvo que dejar las pistas en las que jugaba escondidas y chapadas, su verdadero lugar estaba en las canchas y los podios. Nació para triunfar en tenis, básquet, bádminton o lo que sea que le pongan al frente ahora, a sus 31 años. El deporte la salvó y ella, en poco tiempo, correspondió con creces. Mamá no estaba tan loca.
► Aquí puedes seguir los resultados de su participación en el Mundial de Suiza.
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