El equipo de rescate logró sacar de los escombros a la haitiana Lidovia Pierresainte, quien estaba atrapada desde el día del terremoto. En las labores de rescate también intervinieron socorristas nicaragüenses.
Parecía un milagro, pero tras ochenta horas sepultada en los escombros de una vivienda, una haitiana fue rescatada con vida y en buen estado de salud por una brigada de peruanos y nicaragüenses.
La pura casualidad hizo que los miembros de esta brigada, atascados por el tráfico, fueran atraídos a un callejón sin salida por un hombre que pidió que revisaran su casa, donde no quedaba nadie vivo, y allí una mujer les dijo que en otro edificio cercano salían voces de al menos dos personas.
La brigada rescató primero a una mujer de 58 años de las ruinas de esa casa de cinco pisos, y esta dio la alerta: quedaban entre los cascotes al menos cuatro personas. A la mujer sepultada aún se le oía hablar.
Entonces, comenzó una búsqueda frenética de Lidovia Pierresainte, de 33 años, cocinera en esta casa acomodada donde vivían las tres adolescentes que, a juzgar por su silencio y por los olores que llegaban de sus habitaciones, llevaban ya tres días muertas.
Lidovia, dos ojos negros en medio de una cara blanca por el polvo de yeso, se encontraba atrapada de cintura para abajo por una puerta de acero que con su estructura había amortiguado la caída parcial del techo, pero aparentemente estaba bien, movía las manos y se expresaba con claridad.
El rescate de la mujer pronto se convirtió en una tarea latinoamericana, pues terminó involucrando a bomberos colombianos y guardias civiles españoles, que trabajaron codo con codo con los miembros de la Defensa Civil nicaragüense y los peruanos, todos ellos voluntarios, del equipo de Rapid Latinoamérica.
Primero intentaron levantar la puerta de acero con gatos hidráulicos capaces de elevar hasta diez toneladas traídos por los peruanos, pero más tarde decidieron cortar el marco exterior de la puerta mientras la pobre Lidovia recibía una lluvia de chispas y las paredes se estremecían como el día del temblor, como relató el peruano Javier Cañote.
En el interior del exiguo espacio donde se encontraba la mujer, los rescatadores trabajaron nueve horas y media, en turnos de media hora, ya que el hedor que desprenden los cuerpos muertos de las muchachas en la habitación de al lado hace irrespirable el aire a partir de los veinte minutos, explica el nicaragüense Bernardino Bermúdez.
La experiencia la ponían peruanos y nicaragüenses; los colombianos prestaron el generador necesario para hacer funcionar la moladora que cortó la puerta y dar luz en las horas nocturnas en que trabajaron, mientras que los españoles trajeron la camilla y un vehículo donde trasladar a la mujer.
Finalmente, el cuerpo de Lidovia fue deslizado bajo la puerta de acero y, con sumo cuidado, sacado de entre las ruinas en medio de los aplausos de los miembros de la brigada y de los periodistas. Eran las dos de la madrugada y la brigada llevaba trabajando desde las diez de la mañana del viernes.
Lidovia salió consciente de su agujero. Aturdida, dijo sentirse bien, no tenía ningún hueso roto. No sabía el destino de sus cuatro hijos, tampoco sabía que había pasado más de tres días sepultada ni que su ciudad ha sido devastada. En su misma calle hay al menos 19 personas enterradas entre los escombros, según los vecinos.
Las horas pasan y se llevan la última oportunidad de muchas personas sepultadas. Mañana ya probablemente será demasiado tarde.
-EFE-
La pura casualidad hizo que los miembros de esta brigada, atascados por el tráfico, fueran atraídos a un callejón sin salida por un hombre que pidió que revisaran su casa, donde no quedaba nadie vivo, y allí una mujer les dijo que en otro edificio cercano salían voces de al menos dos personas.
La brigada rescató primero a una mujer de 58 años de las ruinas de esa casa de cinco pisos, y esta dio la alerta: quedaban entre los cascotes al menos cuatro personas. A la mujer sepultada aún se le oía hablar.
Entonces, comenzó una búsqueda frenética de Lidovia Pierresainte, de 33 años, cocinera en esta casa acomodada donde vivían las tres adolescentes que, a juzgar por su silencio y por los olores que llegaban de sus habitaciones, llevaban ya tres días muertas.
Lidovia, dos ojos negros en medio de una cara blanca por el polvo de yeso, se encontraba atrapada de cintura para abajo por una puerta de acero que con su estructura había amortiguado la caída parcial del techo, pero aparentemente estaba bien, movía las manos y se expresaba con claridad.
El rescate de la mujer pronto se convirtió en una tarea latinoamericana, pues terminó involucrando a bomberos colombianos y guardias civiles españoles, que trabajaron codo con codo con los miembros de la Defensa Civil nicaragüense y los peruanos, todos ellos voluntarios, del equipo de Rapid Latinoamérica.
Primero intentaron levantar la puerta de acero con gatos hidráulicos capaces de elevar hasta diez toneladas traídos por los peruanos, pero más tarde decidieron cortar el marco exterior de la puerta mientras la pobre Lidovia recibía una lluvia de chispas y las paredes se estremecían como el día del temblor, como relató el peruano Javier Cañote.
En el interior del exiguo espacio donde se encontraba la mujer, los rescatadores trabajaron nueve horas y media, en turnos de media hora, ya que el hedor que desprenden los cuerpos muertos de las muchachas en la habitación de al lado hace irrespirable el aire a partir de los veinte minutos, explica el nicaragüense Bernardino Bermúdez.
La experiencia la ponían peruanos y nicaragüenses; los colombianos prestaron el generador necesario para hacer funcionar la moladora que cortó la puerta y dar luz en las horas nocturnas en que trabajaron, mientras que los españoles trajeron la camilla y un vehículo donde trasladar a la mujer.
Finalmente, el cuerpo de Lidovia fue deslizado bajo la puerta de acero y, con sumo cuidado, sacado de entre las ruinas en medio de los aplausos de los miembros de la brigada y de los periodistas. Eran las dos de la madrugada y la brigada llevaba trabajando desde las diez de la mañana del viernes.
Lidovia salió consciente de su agujero. Aturdida, dijo sentirse bien, no tenía ningún hueso roto. No sabía el destino de sus cuatro hijos, tampoco sabía que había pasado más de tres días sepultada ni que su ciudad ha sido devastada. En su misma calle hay al menos 19 personas enterradas entre los escombros, según los vecinos.
Las horas pasan y se llevan la última oportunidad de muchas personas sepultadas. Mañana ya probablemente será demasiado tarde.
-EFE-
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