La población de Israel, el país con el mayor índice de contagio de coronavirus en estas dos últimas semanas, volvió a confinarse cuando se inicia la temporada de las fiestas judías.
Israel inició este viernes un segundo confinamiento nacional ante el descontento de la mayoría de población por la gestión gubernamental de la pandemia de la COVID-19 y su desconfianza por un cierre lleno de excepciones que volverá a perjudicar la economía.
Esta mañana, las calles de ciudades como Jerusalén o Tel Aviv seguían aún llenas de gente que aprovechaba los últimos momentos para ir a la peluquería, comprar ropa o tomar algo en terrazas de cafés y restaurantes, algo que no podrán hacer durante al menos las próximas tres semanas.
A las 14:00 hora local (11:00 GMT), el aspecto de la vía pública cambió y pasó a estar marcado por la presencia de la Policía, la mayor parte de negocios cerraron y la ciudadanía comenzó un confinamiento que buscará contener la segunda ola de COVID-19, sin tregua en Israel y con cifras de contagio de las más altas del mundo.
Los cuerpos de seguridad desplegaron miles de agentes por todo el país, y se coordinan con 600 soldados del Ejército. Han colocado una cuarentena de puntos de control de tráfico en las principales carreteras para hacer cumplir las limitaciones de movimiento.
Restricciones con excepciones
La población no puede desplazarse más allá de un kilómetro de sus casas, y se prohíbe visitar a otras personas en sus domicilios. Las reuniones quedan limitadas a diez personas en espacio abierto y veinte en exterior. Centros comerciales, hoteles, gimnasios o bares y restaurantes -que pueden servir a domicilio- deben cerrar, igual que el resto de negocios no esenciales.
Los colegios se mantienen también clausurados, y solo las tiendas de comestibles, farmacias o comercios de productos tecnológicos seguirán abiertas. Oficinas e instituciones públicas trabajarán al 50 % de su capacidad, y cerrarán la atención presencial al público.
Sin embargo, este confinamiento tiene excepciones que dan cierta flexibilidad: se permite hacer deporte al aire libre sin límites de distancia, el transporte público funcionará en formato reducido, y se puede ir a trabajar si se respetan las limitaciones de aforo en puestos laborales.
A su vez, se podrá participar en manifestaciones, y se permite el rezo en sinagogas con restricción de fieles y normas de higiene. Esto permitirá ir a rezar en las tres importantes festividades judías que coinciden con el cierre: Rosh Hashaná (Año Nuevo, que comienza hoy), Yom Kipur (Día del Perdón) y Sucot (los Tabernáculos).
Descontento público
El cierre no es visto con buenos ojos por gran parte de la opinión pública: muchos están insatisfechos por la gestión gubernamental de esta segunda ola -en alza desde finales de mayo- y perciben que el Ejecutivo no tomó a tiempo las medidas pertinentes para frenarla.
El desempleo ronda el 10 % -muy alto en comparación con el 3,3 % de febrero-, mucha gente teme por su estabilidad económica y autónomos o empresarios de sectores afectados -sobre todo el terciario- temen tener que bajar la persiana. El Ministerio de Finanzas alertó del alto coste: tres semanas de cierre pueden suponer pérdidas de unos 5.000 millones de euros.
A ello se suma la confusión y la falta de estrategia clara que la ciudadanía ve en las directrices del Gobierno: este verano anunciaba restricciones que se levantaban en el último momento, la gente no sabía qué normas aplicar y muchos consideran que hubo presiones políticas de distintos sectores para limitar ciertas medidas contundentes.
"El Gobierno perdió toda credibilidad", dice a Efe el analista Amir Oren, que cree que el confinamiento de hoy se programó también de manera caótica e improvisada.
Un cierre "laxo"
Es "un cierre general, pero laxo" y "lleno de contradicciones", con pocas opciones de que disminuya los contagios: puede reducirlos inicialmente, pero podrían escalar de nuevo en cuanto las restricciones se levanten -como pasó en mayo-, remarca el analista Amos Harel en el diario local "Haaretz".
Según el analista, el confinamiento solo incrementará el malestar, por lo que no será de extrañar que mucha gente encuentre excusas para escabullirse de casa. A pie de calle, esta es la opinión de muchos, que ya piensan en maneras para encontrarse con amigos o seres queridos pese al riesgo de ser multados por la Policía.
"La confianza en el Gobierno es tan poca que percibo que la gente seguirá su vida con normalidad", comenta a Efe Dana Pantanowitz, joven profesora de yoga de Jerusalén, preocupada por su situación económica y que confiesa que no pretende seguir las restricciones.
Sigue la alta morbilidad
Israel sigue registrando un alto índice de infecciones que las autoridades esperan bajar en los próximos días, pero tal y como advirtió anoche el primer ministro, Benjamín Netanyahu, no descartan extender o endurecer las restricciones si no consiguen su objetivo.
El Gobierno se ha marcado reducir los contagios a unos mil diarios, pero aún está lejos de esta cifra.
El país volvió a superar este jueves más de 5.000 positivos, un número muy alto para sus nueve millones de habitantes. El porcentaje de contagios detectados ronda el 10 %, y los pacientes graves en los hospitales siguen creciendo. De los casi 1.200 enfermos ingresados, 577 están en estado crítico, 153 de ellos conectados a respiradores.
Israel registra unos 177.000 contagios desde el inicio de la pandemia, pero su mortalidad sigue siendo baja y solo acumula 1.169 fallecidos -en torno al 0,6 % del total de infectados-.
Con todo, con las duras medidas adoptadas hoy espera evitar situaciones más extremas de cara al invierno y eludir el colapso sanitario, pero la ciudadanía desconfía de su efectividad y mucha gente se confina a regañadientes.
(Con información de EFE)
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