Quedarse en casa para evitar contagiarse con el nuevo coronavirus no es posible para las personas sin hogar. "Corremos menos riesgo quedándonos en el exterior que en lugares confinados", cuenta una anciana de 72 años que sobrevive en las calles de Bruselas.
Quedarse en casa para evitar contagiarse por el nuevo coronavirus no es posible para las personas sin hogar, enfrentadas a una tensión en aumento ante el avance de la pandemia. En Bruselas, el Samu Social se echa a las calles en su ayuda, incluso con un centro de emergencia.
"¡Ahí va! Olvidé preguntarle si tenía una pequeña botella de desinfectante", asegura Nelly (nombre ficticio a petición suya) a Roberto, un enfermero del Samu Social de ronda con su compañera Edwige.
Envuelta en su abrigo y su gruesa bufanda, esta mujer de 72 años se instaló en un túnel peatonal situado bajo los rieles de una de las principales estaciones de tren de Bruselas. Protegida del mal tiempo, pero no de las corrientes de aire.
"Siempre intentamos no ir allí donde hay demasiada gente. Yo evito hacerlo", explica la anciana, que asegura respetar mucho más esta forma de operar en estos tiempos de pandemia.
"Corremos menos riesgo quedándonos en el exterior que en lugares confinados", opina Nelly, a quien no le gustan los refugios. "Hago todo a pie. Evito acercarme a la gente. Hacemos lo que podemos".
En un momento en que las consignas del gobierno belga son "quedarse en casa", su situación es una "paradoja", en palabras del director general del Samu Social de Bruselas, Sébastien Roy.
"No se adapta a los perfiles que estamos tratando, a saber, el alojamiento colectivo y el mundo de los sin techo", explica a la AFP.
Un poco más tarde en la ronda, Edwige y Roberto se dirigen al popular barrio de Marolles, conocido por su rastro. Una llamada les alertó de las dificultades que enfrenta un hombre con muletas.
Es Katia, una vecina, quien está preocupada por la atención que pueda recibir e incluso por su alimentación, máxime cuando es "aún más complicado tomar un café por la mañana" por el cierre decretado de restaurantes.
"Y, con todos nosotros en casa, estas personas se encuentran solas, sin contacto. Creo que sufren aún más la situación que nosotros, que 'debemos' quedarnos en casa", lamenta.
INSTINTO DE SOBREVIVIR
Tres hombres se acercan a la camioneta del Samu Social, asiduos, que piden calcetines, ropa de abrigo y algo para comer.
"Ahora estamos en la fase de supervivencia", explica Edwige, cuyo trabajo de asistente social y de reinserción se encuentra en suspenso por la crisis.
"Sentimos que cada vez tienen más hambre. Por ahora va bien, pero solo nos quedan latas de atún... Nos piden mucha agua, pero no tenemos", describe.
La situación de la higiene es "catastrófica". Muchas asociaciones que ofrecían duchas tuvieron que cerrar, sobre todo por cuestiones de personal, ya que está confinado y considerado de riesgo, vista la edad media avanzada de los voluntarios.
El Samu Social, que recluta a personal, especialmente sanitario, para hacer frente a la situación, ha creado un centro para acoger a las personas sospechosas de haberse contagiado y reclama pruebas para todos los refugios. El centro alberga actualmente a ocho.
"A través de nuestras rondas, información que nos llega es que la tensión aumenta, porque la gente ha visto disminuir su sistema de resistencia o resiliencia", asegura el director del Samu Social.
Según Roy, "hay menos posibilidades de mendigar, el acceso a la comida es más complicado, hay muchos centros de día que han cerrado, por lo que la tensión es palpable tanto para los sin techo como para las personas que son migrantes en tránsito".
"Es más, ya no se les permite sentarse en los bancos, ya no tienen acceso a los parques. Todos estos factores les hacen sentirse más amenazados y, por lo tanto, más tensos que antes", agrega.
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