Los deslizamientos en la costa de Brasil borraron la carretera y dejaron aislado el municipio de Sao Sebastiao, limitando el acceso a barcos y helicópteros.
Marcio miraba la escena incrédulo: una veintena de hombres removían barro, troncos y piedras para desenterrar los cuerpos de sus padres, cuya casa en la que vivieron durante 30 años fue arrasada por un devastador temporal en el litoral brasileño.
Doña Neuzinha y don Mauro, como los conocían los vecinos del morro de Vila Sahy, en el estado de Sao Paulo (sureste), "estaban siempre juntos y así los encontraron", dijo a la AFP sin comunicar su apellido Marcio, antes de romper en llanto sobre el hombro de un allegado.
La vivienda quedó reducida a un montón de escombros por el alud que dejó una grieta en la mata de la colina y una marca de dolor profunda en la comunidad más damnificada por el temporal del fin de semana, donde murieron al menos 48 personas y 38 están desaparecidas.
Los deslizamientos en este y otros puntos de la costa borraron la carretera y dejaron aislado el municipio de Sao Sebastiao, limitando el acceso a barcos y helicópteros.
En las laderas de Vila Sahy trabajaban el martes bajo el sol del mediodía decenas de bomberos, militares, policías, voluntarios y vecinos, en una misión común: hallar a las personas sepultadas por los desprendimientos que arrasaron parcialmente esta urbanización improvisada de unos 3.000 habitantes.
Con máquinas excavadoras, motosierras, palas y hasta tecnologías de radiofrecuencia para detectar la señal de celulares, los grupos de trabajo se distribuyeron por el lugar.
Se acaban las esperanzas
Junto a cada montaña de destrozos, familiares y amigos de desaparecidos aguardaban una previsible mala noticia.
Antonio da Silva, un albañil de baja estatura, hacía equilibrio para caminar entre los escombros en un barrial junto a los militares encargados de buscar a sus tres sobrinos adolescentes.
Ahí, el agua barrió dos viviendas hacia la de sus familiares, donde fueron hallados otros dos cuerpos y un bebé con vida.
"Un milagro", definió un bombero, sin identificarse.
También Taiara Lopes, una empleada doméstica, de 26 años, calificó de milagroso escapar del "pantano" que la enterró hasta los hombros en su cocina.
"Sujeté el tronco de un árbol y mi marido me ayudó a salir. Después trepamos al techo", dijo la joven, exhibiendo las piernas rasguñadas y llenas de moretones.
Pero con el correr de las horas, casi nadie esperaba nuevos milagros.
"El barro con muchos materiales acumulados y la cantidad de casas próximas dificultan la tarea", dijo Rodrigo de Paula, capitán de una brigada de bomberos civiles.
"Más y más cuerpos"
Elenilson Batista Gomes, de 47 años, apenas se había dado un respiro desde que llegó el domingo en busca de noticias de su hijo Caio y su nuera, Michelle, casados desde hace cuatro meses.
"No me voy hasta encontrarlos; voy a dar un entierro digno a mi hijo y a su mujer", afirmó, apurado por retomar la búsqueda donde alguien dijo haber escuchado gritos de socorro tras el deslave.
Cuatro perros de la policía rastreaban cadáveres en un área pelada donde, según vecinos, había una decena de casas. Hallaron el cuerpo de un hombre contra un muro y otros dos debajo de un árbol arrancado de raíz.
Aunque pasó sus últimos tres días apoyando a los rescatistas, Natalia Cerqueira se sentía "inútil". "Hacemos, hacemos y parece que no hacemos nada. Quitamos el barro, y siempre hay más, hallamos cuerpos y todavía hay más", dijo esta cocinera de escuela, de 25 años.
"Miedo"
Maria Vidal conocía a muchos de los que no tuvieron su "suerte" de sobrevivir al torrente que pasó frente a su puerta, en lo alto del barrio.
"Me temblaban las piernas; solo intentaba agarrar a mi nieto", relató la mujer, de 50 años, quien nunca vivió una tragedia parecida.
"Las imágenes de niños muertos se me repiten sin parar", lamentó, acomodándose el cabello rizado para disimular el llanto frente a su nieto de cuatro años, que hacía volar un muñeco de Superman.
Con su casa intacta, Lucas da Rocha tampoco ocultó su tristeza por perder "lo importante": amigos.
"Estoy esperando a que se libere la ruta para irme con mi familia. El morro puede volver a derrumbarse en cualquier momento", señaló este padre de dos niñas, de 31 años.
Por la tarde, nuevos nubarrones y truenos obligaron a interrumpir los rescates. La lluvia avivó la amenaza.
"No se puede vivir con este miedo", sentenció da Rocha.
AFP
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