Según el Instituto de Salud Carlos III, en España la gripe provocó 3 893 fallecimientos en 2018-19 y 3 500 en 2019-20. Sin embargo, en 2020 su mortalidad se redujo a niveles mínimos, y podríamos repetir la tendencia este invierno. ¿Por qué? Básicamente como efecto colateral de las medidas de prevención frente a la COVID-19.
Jabón, gel hidroalcohólico y distancia
No cabe duda de que la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha sido un episodio global que marcará la historia de nuestra especie. Además de dejarnos en la retina imágenes impactantes que recordaremos durante décadas, posiblemente haya estrategias, costumbres y actos que se queden con nosotros para toda la vida. Sobre todo después de comprobar que las medidas adoptadas para reducir la incidencia de la covid-19 tienen efectos positivos a nivel sanitario.
Podría ser el caso del lavado frecuente de manos con gel hidroalcohólico y/o jabón, que se ha extendido como un acto habitual entre adultos y niños. Si bien ya se conocían los beneficios de esta técnica, y se fomentaba entre la población infantil (sobre todo en países subdesarrollados, donde las enfermedades diarreicas son una de las principales causas de mortalidad infantil), es ahora cuando nos estamos haciendo realmente conscientes de lo que implica.
Se ha comprobado que el uso correcto de los geles o de jabón, de manera recurrente y siempre después de tocar objetos que desconocemos, reduce la aparición de patologías diarreicas un 23-40 % y un 58 % en inmunodeprimidos. Pero también disminuye las enfermedades respiratorias de la población general un 16-21 %.
Sobre todo si, además de limpiarnos, recordamos que también conviene reducir el número de veces que nos tocamos en la cara, así como utilizar la parte anterior del codo en el caso de que tengamos que estornudar o toser.
Otras de las medidas que ha traído consigo la pandemia es el distanciamiento social. Mantener siempre que sea posible una separación de 1,5 metros entre personas evita la transmisión de muchas patologías respiratorias.
Si a eso le sumamos la importancia que –por fin– se le está dando a la ventilación de los espacios, así como el fomento de las actividades al aire libre, el aprendizaje positivo derivado de la pandemia parece indiscutible.
Las mascarillas y la gripe
Si existe una medida crucial para el control de la pandemia es el uso de mascarillas faciales. La normalización social de esta medida ha minimizado la incidencia de contagios, al limitar la emisión de posibles partículas respiratorias infectadas por la nariz y la boca.
Como efectos colaterales, además de pararle los pies al coronavirus, esta medida ha servido para frenar el contagio de todas aquellas patologías que se transmiten por vía oral y, sobre todo, respiratoria.
Pero si hay una patología altamente contagiosa, que cada año se cobra miles de vidas, es sin duda la gripe.
El virus de la gripe, denominado Influenza tipo A o B, es un virus de ARN como el SARS-Cov-2. Tiene una alta contagiosidad y se transmite desde individuos infectados al resto de la población mediante aerosoles.
Estos aerosoles son partículas muy pequeñas que tienen la característica de mantenerse flotando en el aire durante un largo espacio de tiempo. Por ello, cuando un individuo se encuentra infectado, tenga o no síntomas, está continuamente emitiendo partículas contagiosas que se quedan en el aire suspendidas durante un periodo indeterminado de tiempo. Esto hace que cualquier persona que pase cerca tenga una alta probabilidad de contagiarse de esta enfermedad.
Sin embargo, en una población que utiliza sistemáticamente la mascarilla, extrema las medidas de higiene de manos, mantiene los espacios ventilados y suele respetar la distancia social, los contagios descienden a mínimos.
Eso redujo la incidencia de gripe en todos los países del mundo durante el 2020 y seguramente lo haga en 2021. Que sigamos aplicando medidas anti-covid-19, unido a la concienciación de la población general, permitirá que el índice de contagios se mantenga bajo.
Por lo tanto deberíamos considerar mantener la recomendación de usar las mascarillas en los espacios cerrados no ventilados, donde no pueda guardarse la distancia social, en las épocas de picos de contagios de la gripe. De este modo se reducirían drásticamente los contagios y, por consiguiente, la mortalidad asociada a esta enfermedad.
José Miguel Robles Romero, Profesor Doctor de la Facultad de Enfermería, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.