Parece que la herencia de los neandertales no acabará en el olvido tras su desaparición hace 40 000 años. De hecho, los individuos de origen euroasiático llevan en su ADN un 2 % procedente de ellos.
El descubrimiento realizado en la Cueva Guattari (Roma, Italia) de los restos de nueve neandertales –los verdaderos señores del oeste (de Europa, aunque su área de distribución era más amplia)– podrían ofrecernos otra mirada sobre nuestra historia evolutiva. Es un hallazgo muy importante, pues constituye otra pieza fundamental para aclarar nuestros orígenes y nuestro pasado, y revela que su herencia sigue existiendo hoy. En la actualidad, esa herencia afecta a muchos aspectos de nuestra vida diaria y, como se ha constatado en un estudio reciente, sus genes influyen en parte en nuestra susceptibilidad a la covid-19.
Parece que la herencia de los neandertales no acabará en el olvido tras su desaparición hace 40 000 años. De hecho, los individuos de origen euroasiático llevan en su ADN un 2 % procedente de ellos.
De este porcentaje, algunos de los genes estudiados influyen en la calidad y el tipo de sueño, en el humor, en la tendencia al aislamiento y en la susceptibilidad a la infección por covid-19.
Un estudio llevado a cabo por el Instituto de Antropología Evolutiva Max Planck (Alemania) y el Instituto Karolinska (Suecia) demostró que los genes presentes en el cromosoma 3 humano pueden asociarse a formas más graves de la infección por SARS-CoV-2, pero algunos genes en el cromosoma 12 de origen neandertal pueden favorecen la respuesta inmunitaria y protegernos del ataque del virus. De hecho, se estima que la presencia de dichos genes podría reducir la probabilidad de desarrollar la enfermedad del 22 %. Por eso, quizá quienes hayan pasado la enfermedad de manera asintomática son más neandertales de lo que piensan.
Estudios de los genes que predisponen a la infección podrían llevar a la identificación temprana de pacientes de riesgo, según los investigadores. Además, se trata de variantes génicas que tienen una diferente distribución en la población humana: hasta el 60 % de la población europea y el 50 % de la población del sur asiático llevaría la variante que predispone a la infección. No se encontró en la población africana y en la zona del este asiático. Pero la buena noticia es que la variante protectora estaría en el patrimonio genético de un tercio de la población mundial (excluyendo el continente africano, donde esta variante no está presente).
La herencia no acaba ahí. A pesar de que tenían una constitución física robusta, andaban erguidos, tenían un cráneo más alargado que el nuestro en sentido anteroposterior y no tenían mentón (un rasgo típico de los humanos modernos), la organización de las estructuras del oído medio que permiten escuchar es muy parecida a las de los humanos. Este hallazgo permitió considerar la posibilidad de que los neandertales pudieran tener un sistema de comunicación verbal parecido al humano.
También heredamos la sensibilidad artística. Se puede hablar de ellos como los primeros artistas de la historia: las cuevas de Extremadura, Cantabria y Andalucía llevan las huellas de grupos de neandertales que comunicaban con el arte, la forma más inmediata y primitiva que se conoce.
La herencia de los neandertales
Pero, ¿hasta qué punto conocemos a nuestros primos? ¿Es cierto que eran ignorantes y feos como se solían describir en el siglo XIX? La respuesta a estas y más preguntas se obtuvo a partir de unos estudios que se llevaron a cabo en material óseo, no solamente a nivel morfológico, sino que se emplearon las modernas tecnologías para realizar análisis moleculares y obtener un cuadro completo de esta especie cuyos primeros restos identificados se hallaron en 1856 en una cueva en el valle de Neander (Düsseldorf, Alemania).
En 2008, el Instituto de Antropología Evolutiva Max Planck secuenció por primera vez el ADN mitocondrial (un pequeño “anillo” que heredamos de nuestras madres) de un neandertal. Desde entonces, hemos aprendido a conocer aún más a nuestros primos y a desvelar su vida secreta, injustamente considerada inferior a los Homo sapiens por los antropólogos del siglo XIX.
Por ejemplo, no eran exclusivamente carnívoros, sino que su dieta comprendía variedad de alimentos ricos en almidón, lentejas y frutos secos. También se aprovechaban de los recursos que el mar les ofrecía (almejas, en particular), como se evidenció en un estudio realizado en neandertales hallados en la Cueva dei Moscerini (Roma, Italia).
Vivían en Europa y ocupaban también buena parte del oeste asiático. Las investigaciones llevadas a cabo en los fósiles nos permiten estimar que se distribuyeron en este área entre hace 400 000 y 40 000 años, aproximadamente. Después de esta fecha, los neandertales fueron desapareciendo de forma progresiva, llegando a extinguirse por diferentes causas.
Una de ellas es seguramente la elevada endogamia (la frecuencia de uniones entre familiares cercanos): debido al tamaño reducido de los grupos de neandertales distribuidos en Europa y a los cambios climáticos a los que tuvieron que enfrentarse, no les quedaba otra posibilidad que emparejarse con familiares próximos que componían la tribu.
Este fenómeno es peligroso para los individuos porque lleva a la manifestación de todas aquellas enfermedades cuyo mecanismo patogénico se debe a alelos (variantes de un mismo gen) defectuosos recesivos. Normalmente, heredamos una copia del ADN nuclear por parte de nuestra madre y una por parte de nuestro padre. En la mayoría de los casos, si un alelo es defectuoso, el del otro progenitor aportará la información correcta del gen para evitar que se manifieste la enfermedad en el individuo.
En caso de hijos de familiares cercanos, es más probable que una enfermedad genética se manifieste, porque es altamente probable que ambos padres lleven una copia idéntica del mismo alelo. Es el caso de la casa de Austria, la famosa familia de los Hasburgo, cuyo prognatismo (llamado “mentón hasburgico”) no pasa inadvertido en todos libros de historia.
Lorenza Coppola Bove, Profesora de Antropología Forense, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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