La muerte de Pedro Suárez-Vértiz conmueve a todos los que en algún momento fueron tocados por la gracia de sus composiciones.
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Tanto como los símbolos oficiales y más que las autoridades, un artista puede encarnar las expectativas de una comunidad, una generación y a veces toda una Nación. En un país de gran diversidad como el nuestro, caben las expresiones más variadas de algo que los seres humanos hacemos desde los inicios del proceso civilizatorio: componer melodías y llegado el caso interpretarlas para acompañar palabras.
En la cuatro veces milenaria ciudad de Caral, se han hallado instrumentos musicales hechos a base de huesos animales, elaborados antes del descubrimiento de la cerámica. Mientras haya humanidad, existirá la música. En todas las sociedades existen jóvenes que se aventuran a ejercer la música como actividad profesional. Fue indudablemente el caso de Pedro Suárez-Vértiz, cuya súbita desaparición ha desencadenado una ola de emoción popular.
Lo sabíamos afectado por una enfermedad incurable y, sin embargo, su muerte conmueve a todos los que en algún momento fueron tocados por la gracia de sus composiciones. El filósofo Nietzsche solía decir que los seres humanos “necesitamos el arte para que la realidad no nos destruya”. Más que ninguna otra forma de creación artística, la música llega a dimensiones insondables de nuestro mundo interior, como lo prueban las reacciones de bebés ante composiciones musicales, y al parecer incluso de fetos.
Por eso tantas canciones de Suarez-Vértiz exaltan el amor, quizás la experiencia más intensa y por eso mismo la más vulnerable que nos es dado vivir. Pero Suárez-Vértiz supo también proyectar su mirada sensible y solidaria a diferentes aspectos de nuestra realidad social.
Hoy, más que cuando la compuso hace 20 años, resuena con fuerza Cuando pienses en volver: la historia real de peruanos decepcionados de nuestros fracasos como país que un día deciden emigrar. Que sepan que ciertos afectos no se desvanecen con el tiempo: los amigos, los amores, los parientes. Que descanse en paz, Pedro Suárez-Vértiz.
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