Por Sebastián Velásquez
Psicólogo clínico, escritor de psicología y neurociencia, y editor
Muchas veces nos hemos preguntado cómo tomamos decisiones o qué podemos hacer para elegir el curso de acción adecuado para conseguir nuestras metas. A pesar de nuestros deseos de mejora, en algunas ocasiones, nos hemos tenido que dar contra la pared para aprender de nuestros errores. Equivocarse es parte de la vida: no hemos nacido programados mediante algoritmos para esquivar errores de forma automática. Pero, ¿y si existiera una forma de aumentar nuestra probabilidad de acierto? ¿Si en alguna parte del mundo hubieran creado un método para reducir nuestros fallos? ¿Podría ser esto real? No, no lo es. No existe una fórmula que nos haga inmunes a los desaciertos. Sin embargo, sí es posible que aprendamos a tomar mejores decisiones. Solo hay un pequeño detalle: como todo lo bueno en la vida, requiere de mucho esfuerzo.
La cuarentena: prudencia y desatinos
La pandemia nos tomó a todos sin previo aviso. No estábamos preparados para lo que se venía e, incluso, llegamos a menospreciar los reales alcances del coronavirus. En los primeros días de la enfermedad en nuestro país, los noticieros mostraban imágenes de personas acaparando toda la existencia de papel higiénico en los supermercados. Era indignante para algunos y gracioso para otros. Lo mismo sucedió, luego, con las mascarillas, el alcohol en gel, el paracetamol, los anticoagulantes, los corticoides y la ivermectina. Algunas familias consiguieron afiliarse a un seguro de salud privado y otras lograron abrir una cuenta de ahorros. Otras personas, quizá en condiciones económicas desfavorables, sintieron la necesidad de salir a trabajar a las calles, mientras que otros vulneraron las normas sanitarias al reunirse a tomar con amigos en los parques. Este fue un poco el panorama de los tres meses de cuarentena que vivimos. ¿Cuáles, entonces, serían los aciertos y cuáles los desatinos?
¿Cómo tomamos decisiones?
Empecemos por decir que una buena decisión es aquella que trae buenos resultados tanto para nosotros como para la sociedad o, en todo caso, no llega a afectar a las demás personas. Vivir bajo las normas comunitarias que nos protegen y velan por nuestro bienestar también significa cumplir con nuestros deberes como ciudadanos. ¿Y cómo logramos esto? Desde la psicología y la neurociencia, existen varios modelos que explican cómo tomamos decisiones. Así como podemos elegir mediante la razón (pensamiento analítico) o la intuición (pensamiento intuitivo), también lo podemos hacer a través de dos procesos. El primero de ellos, el más básico porque nos acompaña desde hace millones de años (incluso se encuentra en los animales), nos impulsa a decidir para evitar el miedo o buscar el placer. El miedo, por ejemplo, está en todo aquello que percibimos como una amenaza; mientras que el placer se encuentra en lo que nos hace sentir bien (puede ser un juego, una comida, el sexo, el amor). Y estos temores o placeres los hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida, de manera consciente o sin darnos cuenta. Esto es lo que hace que este proceso sea peligroso: las vivencias de nuestro pasado podrían estar afectando nuestras decisiones sin siquiera notarlo. El segundo proceso, más nuevo en la evolución, es el que nos permite analizar todos los elementos de una situación y llegar a una conclusión —pero hasta cierto punto, pues esas experiencias de nuestra infancia que no hemos resuelto van a influir, de la misma forma, en este proceso—.
Durante la cuarentena, y es entendible, las decisiones se tomaron para evitar el miedo: las compras impulsivas fueron reflejo de ello. También, aunque no lo parezca porque son decisiones con mejores resultados, muchas de las personas que empezaron a ahorrar o pagaron un seguro de salud lo hicieron por la misma razón. Fue una reacción casi inmediata. No hay que negar, de todos modos, que algunas familias sí sopesaron todas las aristas y llegaron a esa misma conclusión.
Entonces, ¿qué podemos hacer para mejorar nuestras decisiones?
Lo primero, y es algo que siempre digo, es realizar un proceso de introspección, es decir, aprender a mirarnos a nosotros mismos para ubicar esas experiencias pasadas que dejaron huella y que nos siguen acompañando en cada cosa que hacemos. Lo mejor que podemos hacer para lograrlo es acudir a terapia. Sin embargo, por nuestra cuenta, se pueden conseguir algunos avances. Por ejemplo, cuando decidimos realizar una acción, preguntémonos: «¿Lo hago por miedo?», «¿Estoy buscando solo placer?», «¿Qué resultados puede traer mi decisión?», «¿Cómo me va a afectar?», «¿Cómo va a impactar en los demás?». De esta manera, nuestra decisión estaría siendo tomada por el segundo proceso.
Los invito, entonces, a practicar este ejercicio con todas las decisiones importantes que deban tomar. Les aseguro que no se arrepentirán.
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