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A un año del estado de emergencia por la pandemia: tres historias de lucha contra la COVID-19 en el Perú

Estas tres historias describen lo dura que ha sido y viene siendo la pandemia en el Perú.
Estas tres historias describen lo dura que ha sido y viene siendo la pandemia en el Perú. | Fuente: Andina

A un año de la declaratoria del estado de emergencia  y la primera cuarentena, RPP Noticias conoció tres historias de peruanos, que, como miles, lucharon hasta el final contra la COVID-19

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Hace un año, un 16 de marzo del 2020, empezó el estado de emergencia a causa de la pandemia de la COVID-19. El entonces presidente Martín Vizcarra daba el mensaje a la Nación un día antes, un domingo por la noche. Los peruanos agregamos en nuestro día a día una palabra que repetiríamos por mucho tiempo: cuarentena.

En primera línea

El suboficial de tercera PNP Gian Carlos Humberto Champa Palacios dejó su natal Chulucanas en Piura, para instalarse en la capital y seguir su vocación de servir en la Policía. Tras cinco años en la institución, Gian Carlos, como miles de agentes del orden, tuvo que enfrentar en las calles al enemigo invisible. La COVID-19 avanzaba rápido y las camas de los hospitales ya no se daban abasto para recibir a una víctima más.

A pesar de tener a toda su familia muy lejos, el suboficial Gian Carlos Champa siguió en Lima en pleno ejercicio de sus funciones en la comisaria Santa Felicia, en La Molina, hasta que la enfermedad lo alcanzó.

“Él era un joven muy servicial, siempre me decía que si volvería a nacer postularía a la Policía. Espiritualmente, mi hijo me acompaña y yo estoy muy orgullosa de la labor que hizo”, cuenta su madre, Aline Palacios.

Un 9 de junio, con tan sólo 26 años, el suboficial Gian Carlos Champa falleció en el hospital Augusto B. Leguía y, póstumamente, fue ascendido a suboficial de segunda, convirtiéndose en uno de los 170 policías fallecidos hasta ese entonces por la COVID-19.

El suboficial Gian Carlos Champa.
El suboficial Gian Carlos Champa.

Cadena de contagios

Muchos policías, médicos, enfermeras, personal de limpieza, entre otros, tuvieron que seguir saliendo a las calles para trabajar. Millones de personas tuvieron que adaptarse al trabajo remoto o “home office”. Sin embargo, para muchos otros, como el señor José Rufino Lumbre Ángeles, quien era taxista, la cuarentena significó no trabajar más, considerando que tenía 79 años y el respaldo de sus hijos, que sin pensarlo solo querían protegerlo.

Sin embargo, a pesar de los cuidados y de quedarse siempre en casa, un acto de solidaridad inició una cadena de contagios. “En diciembre, uno de mis hermanos contrae COVID-19 en Chiclayo, y mi hermana mayor empieza a cuidarlo”, recuerda Gisela Lumbre.

Al poco tiempo, el hermano de Gisela fue dado de alta. Sin embargo, su hermana mayor, María Violeta Lumbre Velásquez, de 50 años, quien lo estuvo cuidando, era portadora del virus sin saberlo. “Mi hermana tenía su peluquería, la cual tuvo que cerrar por la pandemia. Sin embargo, mi papá quería que ella le cortará el cabello. Es ahí donde sospechamos que mi papá se contagió”, explica Gisela.

Desde aquella última semana de diciembre del 2020, empezó el vía crucis para la familia Lumbre. “Fue una constante agonía. El oxígeno me costaba entre 1 700 a 3 000 soles, una cita virtual 100 soles y, si el doctor venía a casa, 400. Ninguna enfermera quería venir, en los hospitales no había camas”, recuerda Gisela Lumbre.

Mientras todo eso pasaba, su hermana mayor, María Violeta, se desvaneció un día y fue internada en el Hospital Guillermo Almenara. A los pocos días, el patriarca de la familia falleció en su casa el último 10 de enero y, tras ocho días, María Violeta, quien tenía el 95 % de los pulmones dañados, se reunió con él en la eternidad.

“Mi papá se fue sin saber que mi hermana estaba internada, y ella partió sin saber que nuestro padre había muerto”, expresó Gisela Lumbre.

La familia Lumbre.
La familia Lumbre.

Miedo y resignación

“Yo misma tuve que inyectar sus medicamentos a mi esposo. Tuve que aprender, porque nadie quería acercarse”, cuenta Luciana Villantoy, quien se encargó de darle la mejor atención a su esposo Jack Paul Muñoz Jiménez, empresario de transportes, también víctima de la COVID-19 en una lamentable cadena de contagios dentro de su familia.

Todo empezó cuando Jack fue a ayudar en el cuidado de su hermano mayor, quien tenía la COVID-19. Su madre también era portadora de la enfermedad.

Al tercer día que Jack se enteró que era positivo, su hermano mayor fallece. Con el dolor de la pérdida, junto a su esposa Luciana, unieron fuerzas para luchar contra la enfermedad. Sus casi 10 años de pareja los motivaban a enfrentarlo todo.

Los medicamentos que el doctor les recetó no daban resultados y, tras varios días, ambos decidieron que lo mejor sería internarse en un centro médico. “La gente en la cola del hospital me decía si lo metes ahí ya sale muerto, mejor llévatelo”, cuenta Luciana, al darse cuenta de que, en esta pandemia, para muchos, acudir a un hospital se había convertido en sinónimo de temor y resignación.

“Un día Jack me escribió por WhatsApp que un doctor le había gritado. Me ha desmoralizado, me dijo, los médicos fueron muy fríos; y esta enfermedad ataca psicológicamente, los mismos pacientes se deprimen”, narra Luciana.

A pesar de que Jack fue reubicado en el área de neumología del Hospital Dos de Mayo, los médicos informaron que sus pulmones se estaban endureciendo y las probabilidades de mejora eran pocas. Tras 11 días de lucha y con apenas 42 años, Jack falleció el último 9 de febrero, sin saber que su madre había muerto un día antes, también por la COVID-19.

Luciana Villantoy y su esposo, Jack Paul Muñoz.
Luciana Villantoy y su esposo, Jack Paul Muñoz.

Las vacunas, la esperanza

La llegada de las vacunas fue sin duda el anhelo de muchas familias que han perdido un ser querido. Gisela Lumbre contó que su padre tenía mucha esperanza en que las vacunas contra la COVID-19 llegaran pronto al Perú.

“Mi papá esperaba y decía que ojalá las vacunas lleguen para todos. Él siempre ha creído en un Gobierno que pueda hacer algo por el pueblo. Se me rompe el corazón ver tanta gente que no cree en las vacunas. Hasta que no lo vives en experiencia propia, no lo crees” dice Gisela Lumbre.

Por su parte, Luciana, quien ya perdió a su esposo, cuñado y suegra, casi al mismo tiempo, cuenta que su padre se ha contagiado, pero afortunadamente su salud mejora día a día. “Mi padre confía bastante en las vacunas. Él me dice que esto nos va a ayudar a todos, y yo también lo creo; pero hay que seguir cuidándonos para proteger a los nuestros, a los que aún están con nosotros”.


Giuliana Ramos

Giuliana Ramos Productora de Marca, periodista y locutora

Productora de marca, periodista y locutora. Escribir no es un trabajo es parte de mí.

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