Solo en Lima Metropolitana, más de 2.3 millones de trabajadores perdieron su empleo durante el Estado de Emergencia por el nuevo coronavirus. Desde Ticlio Chico, una familia vive en carne propia las consecuencias de una crisis económica que ha sido comparada por el presidente con la de la Guerra del Pacífico.
Melissa se sentía aliviada y pensaba: “Qué bueno que ya encontré trabajo”. Esa semana pasó por entrevistas en una empresa de comida rápida y ya tenía listos sus papeles. El viernes le indicaron que regresara el lunes para firmar contrato. El domingo recibió una llamada y le dijeron que todo quedaba postergado. Ese domingo 15 de marzo, el presidente Martín Vizcarra anunciaba el inicio de la cuarentena a nivel nacional por la epidemia del nuevo coronavirus. A Melissa ya no la volvieron a llamar.
Melissa Cisneros es la mayor de cinco hermanos. La última integrante de la familia es una bebé de 6 meses. Sus otros hermanitos tienen 6, 11 y 13 años. Su familia vive en Ticlio Chico, en Villa María del Triunfo.
A sus 20 años, había asumido parte de la responsabilidad de los ingresos en su hogar. Su madre había tenido un embarazo difícil y un parto prematuro, lo que la obligó a renunciar a su trabajo en diciembre del año pasado.
-Le sacaron el útero cuando estaba gestando. Tenían que sacarle a la bebé sí o sí. Ella nació prematura. Fue una operación difícil. Tengo varios hermanos menores. Así que por motivos de salud decidí renunciar en diciembre.
En verano, sus ahorros y su CTS se iban agotando, por lo que a mediados de febrero empezó a buscar nuevamente trabajo. Su mente ya pensaba en las deudas que tiene su familia.
El frío en Ticlio Chico se siente hasta los huesos en invierno. Las temperaturas pueden descender hasta los cinco grados y la humedad llega al 100%. Por ello, la familia de Melissa decidió adquirir un préstamo para mejorar la condición de su vivienda. Para ello, Melissa tomó la decisión de dejar de estudiar la carrera de contabilidad en un instituto y empezar a trabajar.
-El frío es tremendo y mi papá me dijo del préstamo para vivir un poco cómodos. Con tal que mi familia esté un poco cómoda, acepté y comencé a trabajar. Dejé de estudiar en el 2018 cuando iba a pasar al tercer ciclo de la carrera.
Cuando se anunció la cuarentena, Melissa y su familia cumplieron con aislarse en su vivienda. Sin embargo, conforme se alargaba la medida, crecía su preocupación por las deudas y alimentos para su familia.
-En sí, he llegado al grado de deprimirme un poco porque yo siento que puedo ayudar a mi familia, pero no cuento con trabajo para cubrir las necesidades como víveres o pañales para mi hermana. Le estamos poniendo una bolsa de pan envuelta con polos antiguos como pañal.
Cuando la salud y el empleo van de la mano
Hay estudios que han explorado la vinculación del desempleo y sus efectos en la salud física y mental. Los economistas Daniel Sullivan y Till Von Wachter publicaron en 2009 un estudio sobre el impacto de la crisis petrolera de los años ochenta y la posterior recesión en un estado de EE.UU. Su investigación encontró que los trabajadores despedidos masivamente pueden ver reducida su esperanza de vida en hasta un año y medio.
Rosa Urbanos Garrido, economista de la Universidad Complutense de Madrid que también ha investigado sobre el desempleo y salud en España, explicó para este informe que los efectos del desempleo en la salud pueden ser de distintos tipos e incluso contrapuestos. Todo depende del contexto y de las características de las personas, afirma.
“Normalmente se asocia el desempleo a una mayor prevalencia de problemas de salud mental- como la ansiedad, estrés, depresión-, relacionados con la angustia que supone estar parado y no tener una fuente de ingresos suficiente”, indicó.
Asimismo, señaló que, si el desempleo desemboca en pobreza, “lógicamente [hay] más consecuencias sobre la salud derivadas de un menor-o un peor- acceso a bienes básicos como alimentación, vivienda digna y atención sanitaria”.
Urbanos también manifestó que los problemas en salud mental “tienden a acentuarse si el desempleo es de larga duración, y aparentemente también son más frecuentes cuando el desempleo se produce en el contexto de una crisis económica, pues la esperanza de encontrar trabajo es más lejana que si no hay una crisis”.
Para la economista, es necesario “blindar” económicamente a las personas desempleadas, con un subsidio de desempleo. “Y cuando este se acaba, con algún mecanismo de garantía de rentas, al estilo del ingreso mínimo vital que acabamos de aprobar en España. Y reforzar los servicios de salud mental, diseñando estrategias específicamente dirigidas al colectivo de los desempleados- sobre todo de larga duración- también es recomendable”, indicó.
Solo en Lima Metropolitana, más de 2.3 millones de trabajadores perdieron su empleo en los meses en que comenzó a regir el estado de emergencia para frenar la ola de contagios de la COVID-19.
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la población ocupada, es decir, que tenía un trabajo formal o informal, cayó 47.5% entre marzo y mayo de este año, los meses más severos de la cuarentena.
Margarita Petrera, economista y especialista en salud pública, coincide con Urbanos en el efecto inmediato del desempleo en la salud mental. “Hay estrés, angustia y depresión, porque conseguir empleo le va a ser muy difícil, claro, según el nivel de calificación que tiene la persona. Si es altamente calificada, sus probabilidades de conseguir empleo a futuro serán mayores a que si no tiene calificación”, indicó para este informe.
Otra grave consecuencia del desempleo en los hogares es la disminución de la ingesta de alimentos, lo que puede originar un déficit nutricional. En esa línea, Petrera expone un caso límite: si una persona vive en una zona donde la tuberculosis es bastante frecuente y esta persona queda sin empleo, su nutrición corre riesgo “y aumenta la probabilidad de contagiarse de tuberculosis”.
“La tuberculosis no es una enfermedad crónica, pero en personas desnutridas y expuestas a tuberculosis tiene mayor probabilidad de contagio”, sostuvo.
El hambre que se acentúa cada vez más
La familia de Melissa participa de una olla común en Ticlio Chico. Aporta un sol por cada plato. Al día pueden comprar entre tres o cinco platos. Sus últimos almuerzos han consistido de un plato de sopa de aguadito, pollo a la olla o un estofado. La olla común también les proporciona desayuno gratis, luego de que recibieran donaciones de avena y azúcar. “Aportamos con agua o leña. Siempre tenemos que aportar algo”, dice.
-En la cena, tomamos té o agua con azúcar o sopita. Algo simple. Si no hay sopa, es agua.
La vulnerabilidad alimentaria es un problema crónico en Perú y los efectos de la pandemia solo la agudiza aún más. El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que gráfica la realidad del Perú antes de la pandemia, revela que el 21.2% hogares del Perú padece de vulnerabilidad alimentaria.
“La vulnerabilidad alimentaria la definimos como la condición de aquellos hogares que no tienen un consumo de alimentos que suponga una ingesta de calorías igual o mayor que el umbral establecido por el Instituto Nacional de Salud”, sostuvo Francisco Santa Cruz, investigador del PNUD.
El experto señala que los hogares con vulnerabilidad alimentaria están en una situación de mayor riesgo para enfrentar a la pandemia de la COVID-19. “Los expertos en salud pueden afirmar que cuando se tiene un hogar con tan prolongado déficit calórico, eso incrementa el riesgo de que tengamos a los miembros vulnerables- niños y adultos mayores- con una tendencia a enfermedades. En el caso de niños a la desnutrición”, indicó.
Ante el fenómeno del desempleo provocado por la crisis económica, Santa Cruz considera que tendrá un efecto directo en el consumo alimentario de las familias.
“La pandemia ha dado lugar a la cuarentena y eso ha supuesto parar en seco las actividades productivas y por tanto la percepción de ingresos y salarios sobre distintos hogares. Es evidente que esta carencia de ingresos agudiza las condiciones del consumo alimentario de las familias. Si ya estas familias traían como antecedente una vulnerabilidad alimentaria previa o déficit calórico, su ausencia de ingresos, sus dificultades para conseguir recursos para comprar alimentos, solamente agrava esta condición. El déficit calórico pasa a ser un elemento más que agudiza la condición vulnerable de hogares cuando se junta con carencia de ingresos, ahorro o ausencia de agua en hogares”, indicó.
La familia de Melissa evalúa opciones para enfrentar la crisis: que su mamá y sus hermanos viajen y se queden en provincia, que sus hermanitos pierdan el año escolar o que ella vaya a trabajar a provincia.
-Mi mamá me dice “Melissa no te preocupes”. Pero no puedo dejar de estar preocupada cuando veo la situación cómo está.
Lima
El testimonio de Melissa Cisneros en RPP.
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