La inoperancia del gobierno de Pedro Castillo es tal que algunos analistas consideran que se mantiene solo a causa de la debilidad de la oposición.
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La mejor prueba de que el gobierno no inspira confianza, ni siquiera entre los que no se sienten en la oposición, es que quienes se acercan a él tratan de hacerlo de manera disimulada y si pueden clandestina. Hemos vivido el triste espectáculo de congresistas, sobre todo de Acción Popular, asistiendo a reuniones en Palacio de Gobierno en vísperas del voto de confianza. Es cierto que la tasa de aprobación de Pedro Castillo sigue cayendo, incluso en sus bastiones en medios rurales. Las razones son claras: no tiene logros que mostrar, está cada vez más asociado con casos de corrupción y desborda de funcionarios reclutados con sectarismo político o clientelismo personal. Basta recordar la larga serie de ministros que han debido ser cambiados, para concluir que estamos ante un gobierno que disfraza su inoperancia con una retórica populista que cada vez suena más hueca y menos convincente. Su inoperancia es tal que algunos analistas consideran que se mantiene solo a causa de la debilidad de la oposición que no atina a diseñar una estrategia argumentada y realista, dirigida a convencer de que cuenta con planes claros y dirigentes creíbles. Por ahora su objetivo es que el presidente Castillo o su abogado acudan al Pleno del Congreso para explicar lo que no han sabido explicar en múltiples oportunidades.
Lo real es que, tanto el gobierno como la oposición parecen desoir las señales de alerta sobre la situación económica. El ministro de Economía habló durante la sesión que debatió la confianza. E hizo propuestas claras que los ruidos de la polarización impidieron escuchar: trabajo conjunto, preconizó, para conseguir la adhesión a la OCDE. Y argumentó: “Nos va a permitir mejorar las políticas públicas, dar mejores servicios, mejorar el desarrollo territorial, la meritocracia y mejorar en transparencia”. Quizás ni siquiera lo escuchó el presidente Castillo.
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