1500 atrapanieblas distribuidos en todo el Perú obtienen agua del cielo para la crianza de animales, el uso doméstico y la reforestación.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
El agua caía del cielo, pero no saciaba su sed. Para hacerlo, Abel Cruz y sus hermanos construían canaletas con hojas de plátano. Así captaban el agua de las lluvias y la reconducían hasta su casa. Durante la época de sequía despertaban antes que los gallos y caminaban hasta un manantial a 500 metros del hogar para llenar sus porongos con el mismo fin. Los niños del caserío de Limonchayoc (distrito de Echarati, Cusco) cosechaban y transportaban el agua. Esa era su misión.
Casi medio siglo después, Abel se encuentra en Nueva Esperanza, en Villa María del Triunfo, uno de los 9 distritos de Lima con deficiente o nulo servicio de agua potable y alcantarillado. 628,885 personas no tienen agua en Lima y Callao y aquí viven algunas de ellas.
Abel ha venido a supervisar la instalación de paneles de seis metros por cuatro, construidos con un tipo de malla usada habitualmente para dar sombra o como cortaviento, pero que él –y su ONG Movimiento Peruanos sin Agua (MPSA)- utilizan como atrapanieblas. Ya han instalado 1,500 en todo el Perú.
Los atrapanieblas son capaces de capturar partículas de agua que no alcanzan el tamaño necesario para convertirse en lluvia. Cuando la neblina choca contra los paneles, las gotas diminutas de agua discurren hasta unas canaletas, luego viajan por un sistema muy simple de tuberías y, finalmente, llegan a un tanque o reservorio para su uso doméstico o productivo.
“En lugares como este de tanta neblina, la dirección del viento logra su máxima velocidad y así podemos obtener más agua”, explica Abel, quien fundó MPSA hace 7 años bajo el lema “agua para todos”.
Abel no inventó los atrapanieblas o, quizás, sí, pero solo por una noche. En los años noventa, vivía en un AA.HH. del distrito de Ancón, en un lugar muy húmedo e infértil, algo que resultaba paradójico para un migrante de la sierra.
“Salía a trabajar muy temprano y volvía muy tarde, así que nunca coincidía con los aguateros. El problema del agua me perseguía. No había y tampoco podía comprarla. Una noche de mucha nubosidad, de neblina muy baja, vi gotas de agua alrededor de mi puerta. Me acordé de mi infancia, puse canaletas para captarla y junté una buena cantidad. Entonces no existía Internet, así que esa noche me acosté pensando que había resuelto el problema del agua en Lima”, recuerda.
Actualmente, existen modelos parecidos desde Chile hasta Namibia y sus orígenes se remontan a los tiempos de Cristo. Pero Abel ha creado un atrapanieblas mucho más eficiente que otros sistemas, según dice, porque en temporada de mayor humedad pueden captar hasta 400 litros de agua por día. Además, es económico, de fácil instalación y mantenimiento y no requiere de energía eléctrica.
“Estamos sembrando árboles y plantas en lugares donde no llueve. El agua atrae vida, cambia el ambiente de la noche a la mañana. Solo por eso me siento feliz”, dice. En los dos últimos años, además de recibir solicitudes de comunidades en distintos puntos del país para instalar atrapanieblas, ha obtenido el Premio Nacional Ambiental Antonio Brack Egg, el Premio CEMEX – TEC de México, el Premio de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) y el segundo puesto del Desafío Google a nivel regional.
Y todo eso, robándole un poco de agua al cielo.
La vida árida
Villa María del Triunfo se empezó a poblar en los años 50 y hoy alcanza el medio millón de habitantes. El quinto distrito más poblado de Lima coloniza cada vez más cerros para su expansión. En su última etapa se dibujan marcas de cal para definir el tamaño de los lotes y, para llegar a ellos, se recorren caminos de tierra que durante el invierno se convierten en una masa de barro y piedras.
Los habitantes de esta zona ni siquiera forman parte de ese 6,34% de limeños sin suministro de agua. Ellos son los futuros habitantes sin agua, los que adquieren terrenos donde no llega ningún servicio ni saben si llegará.
Para llegar a casa, Mario Campos, dirigente vecinal, recorre esta zona a pie desde la última parada a la que se puede acceder en transporte público: el cementerio Nueva Esperanza, que con sus 60 hectáreas y un millón de nichos de colores es el camposanto más grande de Latinoamérica.
“Villa María del Triunfo es el lugar donde más perros se abandonan. En las noches estos perros salvajes bajan de los cerros y se comen nuestra comida, nuestras gallinas y alguna vez a nuestros chanchos”, dice.
Campos y sus vecinos viven de la crianza de los cerdos que luego venden a los restaurantes de chicharrones, populares desde Lurín hasta Mala. Alrededor de los animales se ubican las viviendas de esteras y madera y, en un rincón pegado al cerro, un basural espontáneo del que brota un humo perpetuo.
La vida es árida y la mayoría de vecinos, si no pueden subsistir de la crianza de animales, se emplea en albañilería, carpintería, como limpiadores, guías de cementerio, vendedores de frutas o lo que encuentren. Es un barrio mil oficios, pero, a pesar de las dificultades y el paraje yermo, sus habitantes tienen una imagen del paraíso. Los vecinos quieren que sus cerros florezcan y den frutos, quieren que su lugar de residencia actual se parezca al lugar del que provienen, en este caso, las montañas ayacuchanas y huancaínas tapizadas de verdes.
Y no están lejos de conseguirlo.
Abel Cruz y el equipo de MPSA, encabezado por Jorge Poma, atendieron el llamado de Campos e hicieron un estudio del suelo. Lo consideraron apto e iniciaron las labores de instalación con la ayuda de la comunidad. “El asistencialismo no funciona. Cuando no les cuesta, no lo valoran. El perfil del estudio lo pagan los interesados, pero con los paneles solucionamos la falta de agua de toda la comunidad”, cuenta Abel.
Según el Ministerio del Ambiente, el 93,66% de los limeños tiene acceso a agua potable. “Pero, si nosotros analizamos, podemos comprobar que solo el 75% de los limeños tiene agua todos los días, las 24 horas”, cuenta Jorge Poma, director ejecutivo de MPSA.
Jorge conoce muy bien el ciclo del agua. “Lima carece de una fuente de agua. El agua que nosotros tomamos viene de 4,500 m.s.n.m. Sedapal almacena 330 millones de metros cúbicos al año para distribuirlos cuando no hay lluvia. Podemos tener toda la infraestructura, pero lamentablemente no hay fuentes para llegar a una cobertura de 100% y se requieren fuentes alternativas”, dice.
En el mapa del mundo tenemos que el 75% de la superficie del planeta es agua, pero solo el 2,5% es agua dulce. Según el Foro Económico Mundial, para el 2030 habrá una demanda un 40% más alta que el planeta no podrá suministrar.
En el caso del Perú, el servicio de agua y alcantarillado es contradictorio. Pagan más quienes menos tienen. El agua que reparten los camiones cisterna a quienes no tienen suministro puede llegar a costar 15 soles el metro cúbico, mientras que en las viviendas el precio es de 2,7 soles.
“Para nosotros es una gran preocupación”, dice Michael Vega, gerente general de Sedapal, “necesitamos cubrir esas necesidades, que no solo involucra tender redes a quienes no tienen agua y mejorar el servicio a quienes tienen un horario restringido, sino también tener fuentes de abastecimiento, fuentes que generen el agua y te permitan tener embalses para que el agua llegue a las plantas de tratamiento”.
El presupuesto estimado por Sedapal para abastecer de agua y alcantarillado a toda Lima y Callao es de 22 mil millones de soles. El proyecto duplicaría las reservas anuales y garantizaría su acceso a ese 6,34% de la población que actualmente no cuenta con servicios de agua y alcantarillado.
Aunque el problema no termina con el agua. “Siempre va a haber una brecha por el crecimiento desordenado de la ciudad. Instalar infraestructuras en los cerros no tiene los mismos componentes que en las zonas consolidadas. No existen muros de contención, a veces ni siquiera hay acceso ni caminos”, dice Michael Vega.
Es justamente a estas zonas donde Abel quiere llegar con sus atrapanieblas. “Sí, probablemente estas familias no deberían estar viviendo en esta zona, pero la población crece hacia los cerros. El Estado está ausente”, dice.
Líder del agua
Abel también vivió en los cerros. Como presidente de la asociación de vecinos de un AAHH en Ancón, utilizaba su tiempo libre para encontrar una solución al problema del agua. Así llegó a Sedapal y encontró colas inmensas de personas solicitando acceso al agua y alcantarillado. Al vivir en terrenos invadidos no cumplían con el primer requisito para iniciar los trámites: un título de propiedad.
“Nuestro caso era el menor. Había una comunidad de 30 mil familias que hacía 33 años no tenía agua ni alcantarillado”, cuenta Abel.
Así inició su recorrido como líder del agua: se ubicó en la cabecera de todas las huelgas y empezó a impartir charlas, primero en salas comunales y más tarde en universidades y provincias.
“Al final, nos escucharon”, cuenta Abel.
El cambio, entendió, debía partir de la iniciativa ciudadana.
Los atrapanieblas es el proyecto que mayor cobertura mediática ha obtenido y en el que muestran mayor interés los voluntarios de todo el mundo que ofrecen su tiempo para unirse y mejorar el suministro de agua. MPSA también desarrolla máquinas de cloro ecológico con patente propia, aprobadas por la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se trata de un cloro que no tiene color, olor o sabor, no genera reacciones adversas en el organismo ni en los alimentos y es más económico que el cloro tradicional empleado para potabilizar el agua.
Otro de sus grandes proyectos es la cosecha de lluvia Yaku Tarpuy, que busca generar agua a partir de la lluvia y recibe un tratamiento adecuado de acuerdo a las necesidades: consumo humano, crianza de animales menores o reforestación.
A futuro piensan implementar la desalinización del agua de mar como alternativa, aunque los costos actuales impiden su masificación.
“Queremos llegar a todos los lugares inaccesibles y con agua potable para consumo humano. Esa es nuestra meta. Si tenemos buenos fondos vamos a reforestar hectáreas y hectáreas para todas las familias que no tienen agua”, dice Abel.
60 mil personas ya se han visto beneficiadas con sus proyectos. El reto más inmediato del MPSA es que el agua de los atrapanieblas sea potable.
Cuando Abel era un niño y vivía en Limonchayoc utilizaba plantas y raíces para filtrar el agua. El barro se quedaba al fondo del porongo y emergía el agua cristalina que, finalmente, saciaba su sed y la de su familia. Ahora quiere saciar la de todos los peruanos y convertir un desierto, Lima, en tierra fértil.
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