Miles de peregrinos ya han cruzado parte de la provincia de Piura y ya caminan cuesta arriba hacia la ciudad de Ayabaca, donde el 13 deben participar en la procesión multitudinaria.
La fe mueve montañas y es por la fe que el ser humano hacer lo imposible para cumplir la promesa hecha al Señor Cautivo de Ayabaca por el milagro concedido. Desde todos los puntos cardinales, miles de feligreses todos los años semanas antes del 13 de octubre, emprenden la caminata hacia Ayabaca, ciudad andina de la región Piura.
En las últimas décadas ésta apacible ciudad se ha convertido en un verdadero santuario místico de la fe popular y cuyo día de máximo fervor es el día central de la festividad, el 13 de octubre.
Se estima que arribarán aproximadamente alrededor de 80 mil seguidores del Señor Cautivo, entre peregrinos y devotos, en pos de un milagro o para agradecerle alguna gracia concedida.
Son muchos los devotos que gritan a viva voz ante la sagrada imagen y otros las guardan muy dentro en su corazón, pero que no pueden ocultarla cuando le dirigen su mirada directamente a su rostro, mientras unas velas o cirios se derriten y dejan discurrir su incandescente cera entre sus manos, sin que ellos hagan ningún gesto de dolor.
A invitación de Carlos un amigo decidí comprobar esa fe al Cautivito con cámara en mano, y a percibir, que el dolor y el sacrificio se ha convertido en el mejor regalo de sus devotos y peregrinos.
Previamente muchos han debido hacer un largo peregrinaje de cientos de kilómetros para llegar a esta santa tierra.
Algunos que emprendieron su caminata en junio y julio desde Arica (Chile), Tacna e Ica, y otros de otras ciudades más cercanas Monsefú, Lambayeque, Illimo, en fechas posteriores, como yo, desde Chiclayo.
El recorrido más largo es de 2,500 kilómetros, desde la frontera sur al norte. Estos peregrinos, vestidos con su manto morado, suelen llevar una imagen del Señor Cautivo entre sus manos o cargar una cruz, cuyo peso se aligera con una pequeña rueda, en uno de sus extremos, la misma que también impide que la madera se deteriore.
En este trayecto, los caminantes de la fe no solo llevan consigo sus peticiones, sino que su esfuerzo sirve para derramar su fe sobre otras personas que padecen algún mal y no pueden llegar hasta Ayabaca para contársela al Señor Cautivo.
Estos frotan un trozo de algodón en la parte donde se concentra su dolor y lo entregan a los peregrinos para que estos hagan lo propio en el manto de la imagen, o les encargan fotos, dijes u otros objetos menores.
El sacrificio no termina con esa larga caminata, sino que algunos al llegar a la entrada de la ciudad, se inclinan, remangan su pantalón e inicia su desplazamiento de rodillas o arrastrándose, con la fotografía de la persona beneficiada con el milagro (hermano, madre, padre o hijo) y su pesada mochila en su espalda. Entre ellos encontramos varones, mujeres, niños, jóvenes y adolescentes.
Pero este dolor es amenguado con los cantos de los improvisados músicos que, con sus tambores, guitarras, trompetas, charangos, acompañan a estos creyentes en ese recorrido de dolor.
Así llegan hasta la puerta del templo donde se yerguen para ascender por las escaleras y besar o envolver su rostro con el manto del “Cautivito”.
Este es el momento de mayor plenitud para un devoto o peregrino. Es el instante en que dejar escapar sus oraciones y deseos más profundos, acompañados de lágrimas, a la vez que frotan los algodones, fotos, dijes.
Otros esparcen fragancias y lociones al “Morenito de las Alturas” y allí estuve; para contárselos, con la promesa del milagro pedido, recuperar a mi madre de una enfermedad y regresar el próximo año.
“Desde lejos he venido, desde lejos he venido, para ver a mi Cautivo, para ver a mi Cautivo” … “Gracias Cautivo, gracias Señor, por haberme hecho llegar a ti.
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