Nadie debe desconocer los abusos cometidos por empresas informales y por el recurso a services y a intermediarios que imponen contratos incompatibles con la ley. Pero eso no es el caso de la mayoría de las empresas formales que han aumentado la superficie agrícola.
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Al parecer los congresistas han terminado por escuchar las voces que se elevaron para advertir sobre los peligros de legislar con precipitación a propósito del discutido tema de la promoción agraria. Dirigentes gremiales, especialistas y algunos ministros señalaron lo que hubiera debido ser obvio desde el primer momento: aprobar leyes sin conocimiento de lo que pasa en el terreno es la manera más segura de proponer un remedio que resulte peor que la enfermedad. Y lo que pasa en el terreno es que las empresas agroexportadores están sometidas a un régimen de competencia internacional que las obliga a cumplir con criterios de productividad y de respeto a las condiciones laborales. Nadie debe desconocer los abusos cometidos por empresas informales y por el recurso a services y a intermediarios que imponen contratos incompatibles con la ley. Pero eso no es el caso de la mayoría de las empresas formales que han aumentado la superficie agrícola, generado empleo y conquistado mercados para productos que hace pocos años no se producían en nuestro país. Algunos economistas calculan que se puede triplicar el volumen actual de nuestras exportaciones y por eso desarrollar cada vez más empresas en regiones en las que todavía no se practica la agricultura de alta productividad. Los ministros de Economía y de Trabajo se han esforzado en argumentar de la manera más objetiva posible. Sus esfuerzos parecen haber dado frutos porque el Pleno aprobó que el texto que debía votarse ayer vuelva a la Comisión de Economía hasta lograr una formulación que integre el respeto de los derechos de los trabajadores con el realismo económico y los criterios de una Economía abierta.
Los temas de fondo deben ser discutidos durante la campaña electoral a la que estamos entrando. La agricultura, la minería, la inversión en infraestructura son sectores sin los que no se puede recuperar nuestra economía. Se equivocan gravemente quienes creen que sirven al pueblo si lo que logran es hacer quebrar empresas, perder puestos de trabajo y reducir nuestras exportaciones. Debemos a toda costa evitar que el enceguecimiento ideológico o el mezquino cálculo electoral traben el boom de un sector productivo que es el que mejor ha resistido al colapso generado por la pandemia.
El Congreso de Estados Unidos ha logrado ponerse de acuerdo sobre un plan de estímulo económico de un monto de 900,000 millones de dólares, es decir más de cuatro veces nuestro Producto Bruto. La mayoría de los estadounidenses recibirá un bono de 600 dólares directamente a sus cuentas, unos pocos a través de cheques que podrán ser endosados y enviados por internet a las agencias bancarias. La ayuda económica no debe ser causa de la formación de largas colas que sean factor de contagio.
A propósito de la pandemia, cada día tenemos más razones para reconocer con modestia que nuestros conocimientos son limitados y que en consecuencia debemos confiar en el espíritu de apertura y búsqueda propio de la ciencia. Eso es lo que nos enseña la aparición de una nueva cepa de coronavirus identificada en el Reino Unido. Como todos los virus, el que causa el covid19 muta para adaptarse a los organismos en los que puede vivir, sobre todo el sistema pulmonar de los humanos. Todavía no sabemos mucho sobre la nueva cepa, ni siquiera si las vacunas actuales pueden neutralizarla. El gobierno británico ha reforzado sus medidas de confinamiento, mientras que el Perú y muchos países han suspendido los vuelos de o a las islas británicas. Contra la pandemia no nos ayudan ni la pasividad ni la agitación. El coronavirus se combate con investigación científica y con disciplina de los ciudadanos.
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