Para terminar la semana con una historia de coraje y tenacidad, vale la pena destacar la aventura vivida por Juan Ballestero, que atravesó el Océano Atlántico para acompañar a su nonagenario padre en el sur de Argentina.
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El día de ayer hemos superado la cifra oficial de 10,000 muertos de coronavirus. No se trata de una estadística, sino de la suma de historias de vidas segadas, cada una de las cuales valía tanto como la nuestra. Es cierto que algunos indicadores epidemiológicos continúan mejorando, en particular la proporción de los que se curan y dejan los hospitales, en relación a los nuevos infectados. Es cierto también que el número de contagios y de muertes sigue bajando en Lima y Callao, pero hay regiones en las que sube. Arequipa, por ejemplo, donde ayer se registraron 872 nuevas infecciones, más de una quinta parte del total nacional. La etapa de cuarentenas focalizadas a la que hemos entrado el miércoles compromete con mayor razón a los que ahora podemos retomar nuestras actividades y desplazarnos con menos restricciones.
Hoy tenemos un Pleno en el que se aprobarán medidas para las próximas elecciones y en el que, sin duda, se afinarán los procedimientos para interpelar a no menos de cinco ministros. ¿Están seguros los congresistas de que han escogido el buen momento para interpelar a los que lideran las batallas por la salud, la recuperación económica, la reforma universitaria? El economista Carlos Ganoza advierte en El Comercio que quizás lo que está fallando, sea la estrategia y no el Estado incapaz. “Eso es muy peligroso, afirma Ganoza, porque dificulta la crítica constructiva y el aprendizaje necesario para corregirla y nos atora en una discusión sobre cómo prevenir el siguiente incendio mientras el fuego nos devora”. Lo que no impide a Ganoza criticar al gobierno por no haber reconocido su debilidad y en consecuencia la necesidad de coordinar sus esfuerzos con los de la sociedad civil. Ganoza concluye su artículo con palabras llenas de sentido común: “Era imposible no equivocarse en esta pandemia. No es imposible mejorar y corregir”.
Un caso ejemplar de manejo de la crisis sanitaria y económica ha sido el de Nueva Zelanda. Ahora, su joven primera ministra Jacinda Ardern da nuevas pruebas de su talento político al retirar de su gabinete al ministro de salud, David Clark, por haber roto las reglas de la cuarentena el pasado mes de abril. Clark tuvo la debilidad de ir con su familia a una playa cuando los desplazamientos no esenciales estaban prohibidos. Nótese cómo la autoridad serena de la jefa del gobierno se ha ejercido cuando la salida del ministro ya no representaba una causa de perturbación de la línea de mando sobre las instituciones hospitalarias.
Y para terminar la semana con una historia de coraje y tenacidad, vale la pena destacar la aventura vivida por un navegante solitario que atravesó el Océano Atlántico para acompañar a su nonagenario padre en el sur de Argentina. Es cierto que Juan Ballestero, de 47 años, había adquirido experiencia en barcos de pesca en Patagonia desde los tres años. Entretanto se había convertido en un cotizado capitán que multiplicaba contratos en yates de lujo en busca de recorrer los siete mares. Cuando en marzo tuvo noticias del coronavirus se hallaba en una isla frente a costas africanas. Siendo imposible tomar un avión para regresar a su Argentina natal, Ballestero decidió hacerlo a bordo de su embarcación de nueve metros de eslora. Durante ochenta y cinco días hizo frente a los riesgos del mar, pero según confiesa al New York Times, también a los de su atormentada personalidad de viajero desarraigado. Su única compañía fue una pequeña estación de radio que le permitía enterarse de los avances de la pandemia y acrecentar su deseo de llegar para ver a su padre en vida. Le revoloteaba en la cabeza el temor de convertirse en el único sobreviviente de un planeta amenazado. Las fotos junto a su padre en tierra firme, ambos con mascarilla, son la refutación patente del derrotismo y la deserción.
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