La ministra de Transportes y el nuevo jefe de la ATU han logrado un acuerdo con los operadores para retomar los objetivos de la reforma.
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Hemos llegado a un punto tal en la larga serie de decepciones políticas, que parece riesgoso elogiar los anuncios hechos por ministros y funcionarios públicos. Pero quizás valga la pena correr ese riesgo al terminar el primer semestre de este año.
Se trata de un aspecto esencial en la calidad de vida de los habitantes de las ciudades, sobre todo de los que cuentan con menos recursos: el transporte público. En el área metropolitana que incluye Lima y Callao, hay cientos de miles de personas que pasan más de tres horas diarias en unidades de transporte.
Hacinados en vehículos en mal estado, expuestos a largos momentos de atasco, sacudidos por un manejo brusco y prepotente, apabullados por el ruido de motores y bocinas, nos hemos resignado a perder un porcentaje valioso de nuestro tiempo, privándonos de usarlo para estar en familia o practicar actividades recreativas. La reforma pasa por la creación de corredores con carriles segregados para uso exclusivo de buses con choferes en planilla y gremios capaces de asumir responsabilidades.
La negligencia del Estado, la inmovilización causada por la pandemia y la persistencia de colectivos y taxis ilegales han ido erosionando la reforma, hasta el punto de que el concesionario de uno de los cinco corredores, el amarillo, decidió cesar sus actividades. Todo parecía encaminado a un retroceso hacia las formas más irracionales de la circulación, que hace de Lima la capital latinoamericana con peor servicio de transporte público.
Y, sin embargo, la ministra de Transportes y el nuevo jefe de la ATU han logrado un acuerdo con los operadores para retomar los objetivos de la reforma. En espera de nuevas líneas de metro y de la ampliación postergada del Metropolitano, el Estado debe cumplir con sus compromisos y los concesionarios probar en la práctica que están a la altura de lo que el público espera: ser tratado con respeto y ser transportado con rapidez y seguridad. En el mejor de los escenarios, la reforma del transporte público podría ser un punto de inflexión en el retroceso que vivimos en muchos otros campos.
Las cosas como son
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