El congresista Miguel Guevara viajó al país oriental en viaje de trabajo pero fue impedido de regresar al país por presentar los síntomas de la denominada 'gripe porcina'.
Desde el inicio del mundo el hombre ha sufrido diferentes flagelos, desastres naturales, 'cracks' económicos, la peste de la Edad Media, entre otros. Ahora experimentamos y hemos generado una especie de pánico con respecto a un virus al que se le quiso dar el nombre de un inocente animal y que ahora conocemos como la gripe AH1N1.
Treinta y ocho grados de fiebre me permitieron conocer el sistema de prevención de enfermedades que tiene China. No fue suficiente que un funcionario de salud chino nos disparase con una pistola-termómetro, la cual emana una luz en la frente para detectar sobrecalentura en los pasajeros del avión. También los de migraciones dieron la voz y fui llevado a uno de los tópicos portátiles instalados en el aeropuerto de Beijing. Después de un primer chequeo y comprobada la irritación de mi garganta, me trasladaron al hospital Tongren para la prueba pertinente. El resultado: positivo influenza y positivo AH1N1.
De allí fui trasladado al hospital Youan de Beijing, un supernosocomio especializado en este tipo de epidemias, dentro de una ambulancia conducida por dos 'astronautas' a los que solo podía verles los ojos. Me di cuenta de que este virus, ya famoso por el que tanto cuidaba a mis hijos, lo tenía yo.
No visité la Muralla China, Tiananmen ni la Ciudad Prohibida. Tampoco pude hacer compras. Lo que sí descubrí fue la calidad de gente que tiene ese gran país. La última de las enfermeras hablaba inglés de manera entendible y todo aquel que se cruzó conmigo esbozó una sonrisa en los labios. Por último, la empresa anfitriona dispuso que un grupo de ejecutivos que hablaban español estuviera en la habitación contigua a la mía, con la única finalidad de que nunca durante mi corta pero angustiante estadía me sintiera solo.
Gracias China, por descubrir que tenía el hoy famoso virus y sobre todo por tratarlo a tiempo. Gracias, China, por tener a Hong Shulin: yo en el piso 7 del hospital y él en la habitación de al lado, sano y con la única misión de que no me faltara nada. Más de cien veces hable con él. "Hora de temperatura", "hora de pastilla marrón", "hora de Tamiflu", "¿qué desea para almorzar?" y, por último, la frase más hermosa: "Ya puede ir a casa".
Hong Shulin o hermano Shulin, como yo le decía, con gran desprendimiento, me hizo entender que el éxito de China como país ancestral, potencia económica y con una cultura milenaria muestra que los países son hechos por los hombres y su grandeza depende de la calidad de su gente. No sabía que podía nacer una gran amistad a través de un anexo. De retorno a Lima, al subir al avión y completamente recuperado, finalmente lo conocí. Le pregunté: ¿Sabías que pusiste en peligro tu salud y tu vida? Me respondió: "Hubiera sido un honor". Me dio una gran lección al llevar el concepto de la solidaridad a la acción.
Desde el otro lado del mundo, nunca olvidaré a todos los que me ayudaron.
Miguel Guevara
Fuente: Congreso de la República
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