María Jesús Hernández Jiménez, Universidad Internacional de Valencia
Tras el miedo e inseguridad que provocó la pandemia, hemos visto cómo poco a poco ha pasado a estar controlada gracias a las vacunas. También cómo cada día disminuyen los casos graves de covid-19. A los adultos, esto nos permite recuperar nuestra vida casi “normal”. Pero en el caso de los más pequeños (los niños y niñas menores de 10 años) es más complejo. Su universo vuelve a cambiar: de repente ya no es necesario seguir llevando medidas tan estrictas como en los dos últimos años, y podemos relacionarnos sin restricciones con amigos, compañeros y familia.
En su día, los niños fueron capaces de adaptarse a la situación pandémica y aceptar las normas de convivencia impuestas durante para impedir la expansión del virus. ¿Cómo les ayudamos ahora a acostumbrarse a esta situación de normalidad?
No para todos es sencillo interiorizar de nuevo la seguridad y la confianza. En el caso concreto de las mascarillas, hay muchos niños que todavía no se sienten seguros para quitárselas, a pesar de que ahora está permitido, por ejemplo, en los centros escolares.
Comprensión limitada
Estas edades son particularmente vulnerables debido a su comprensión limitada de las cosas y a las pobres estrategias de afrontamiento que tienen. Además, han experimentado un estado prolongado de aislamiento en el hogar y han vivido mucho tiempo bajo normas muy estrictas en las que, ni siquiera al volver al colegio, pudieron relacionarse libremente con sus iguales.
Tiene sentido entonces que a algunos ahora les de miedo estar cerca de sus “amiguitos” sin protección. Como siempre en momentos de crisis y de cambio, el objetivo con los niños es contener, calmar, informar, normalizar y consolar.
A los más pequeños hay que darles información adecuada a su edad, utilizando frases cortas, siempre desde el adulto de referencia, darles espacio para el llanto o el grito sin que se lleguen a desbordar. Ayudarles a liberar energía.
Cuando el niño puede hablar se le debe ayudar a expresar sus sentimientos y ponerlos en contexto. Por ejemplo, que cuente cómo siente el vivir con sus “amiguitos” en las aulas de la guardería y jugar en el parque con otros niños.
Entre 3 y 6 años: arropar y normalizar
Cuando nos referimos a niños de entre 3 y 6 años, es importante asegurarles comodidad y descanso, dar muestras de cariño y facilitar el juego y el dibujo como medidas de expresión de lo ocurrido, qué ha significado para ellos y cómo se sienten ahora que pueden jugar libremente con sus iguales.
En esta franja de edad, cuando se les da libertad para salir al recreo, por ejemplo, es algo totalmente nuevo para ellos, porque no lo habían hecho antes. Se puede acudir a su mundo imaginario para distraerlos.
Debemos informarles con honestidad y coherencia, contestando a todas sus preguntas e intentando averiguar cuánta información poseen. Conviene hacerles ver la diferencia entre los sueños, sus miedos y la realidad. Normalizar sus sentimientos y ayudarles a poner nombre a sus emociones, y hacer hincapié sobre todo con los más temerosos, ayudarles a adaptarse a este momento en el que despojarse de las mascarillas y rozar a sus amiguitos.
De 6 a 10 años: equilibrio y emociones
Con niños de 6 a 10 años nos damos cuenta que tienen mayor desarrollo cognitivo y que ya están en edad escolar. Serán muy sensibles a la información que se les dé y estarán muy atentos a la coherencia entre el discurso y el tono emocional del adulto. Ojo porque tienen una especial sensibilidad para descubrir las incoherencias.
Es importante ayudarles a contener las emociones y alcanzar un equilibrio entre lo que sienten y lo que pueden entender. Ayudar con cercanía y contacto corporal. Seguir usando el juego y el dibujo como medios de expresión.
Calmar con el tono de voz, igual que en el resto de edades, y animarles a encontrar una situación previa que ellos hayan sido capaces de superar. De esta manera se dan cuenta de que son capaces de conseguir pequeños retos.
Es muy importante informar de forma simple pero concisa de lo que está ocurriendo: el peligro parece haber pasado y podemos ir poco a poco haciendo vida normal.
Debemos tener en cuenta que cuando se ofrecen buenas noticias es posible que reaccionen queriendo hablar sobre ello. Durante el tiempo pasado la información no era positiva y ellos preferían no hablar del tema. Ahora se insistirá con suavidad, intentando crear un equilibrio entre la distracción y el afrontamiento. Es importante tener en cuenta cuánta información han recibido, por parte de quién y cotejarla lo máximo posible.
Nunca obligar
Los menores vivirán la situación desde la perspectiva de sus cuidadores, de ahí la importancia de que estos reciban información adecuada para entender las necesidades emocionales de los niños.
Hay que adaptarse a cada niño y a su edad. Escoger el momento adecuado y preparar al niño: es importante avisarle de qué vamos a hablar. “¿Te da miedo quitarte la mascarilla, verdad? Vamos a hablar sobre ello un ratito”.
También tenemos que asegurarnos que vamos a tener el tiempo disponible para atender a su reacción y acompañarle sin prisas. Tras una primera conversación, el niño va haciéndose preguntas para las que en momentos posteriores necesitará respuestas veraces y adecuadas a la edad.
Nunca debemos obligarle a quitarse la mascarilla. Poco a poco irá interiorizando que puede ir sin ella y no va a ocurrir nada negativo.
Espacio y tiempo para adaptarse
Tengamos en cuenta que las respuestas emocionales de los niños y las niñas que han vivido en esta pandemia, y que ahora se enfrentan a una situación de normalidad, son ajustadas a los hechos y necesitan tiempo para adaptarse. En el caso de que dichas respuestas emocionales se mantengan sin disminuir su intensidad se recurrirá a la atención psicológica especializada.
Y no olvidemos que nuestros niños son el reflejo de lo que escuchan y ven en sus adultos de referencia. Bailan su mismo baile. Por tanto enseñémosles a bailar de manera adecuada y a un ritmo aceptable.
María Jesús Hernández Jiménez, Directora del Título Máster de Terapias Psicológicas de Tercera Generación. Psicóloga especialista en Psicología Clínica, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.